La Jornada Semanal, 7 de junio de 1998



Mario Bellatin

novela (fragmento)

Poeta Ciego

Por estos días, el peruano-mexicano Mario Bellatin presenta su novela más reciente, de la que Sergio Pitol ha dicho: ``La gran lección que Bellatin nos ofrece al volver a su país natal es que sin imaginación y sin rigor ninguna narrativa es posible.''

Después de copiar las ideas de San Agustín, la Profesora Virginia creó una serie de textos propios en los archivos de la computadora. Los imprimió y se los dio a leer al Pedagogo Boris. En ellos señalaba que sólo los necios y los cretinos podrían desconocer el carácter extraordinario de los conocimientos conducentes al Estado de Luz Pedagógica. Partía de las ideas de San Agustín sobre las Iluminaciones. Ponía como ejemplo los lunares. Los había de diferentes tipos. Como protuberancias, leves como pecas o con vellos en la superficie. Algunos eran congénitos y otros adquiridos a lo largo de la existencia. Unos podían ser benignos y otros indicio de algún tipo de cáncer. Lo que la Profesora quería decir no era nada nuevo, El Poeta Ciego ya lo había señalado en muchos de sus poemas. Como tema poético recurrente se encontraba la idea de que la Iluminación más pura sólo podía hallarse en esos puntos oscuros conocidos como lunares, que a su vez sólo significaban manifestaciones externas de cierta forma de elección divina.

La Profesora Virginia comenzó a insistir en que pusieran su cama en la habitación donde estaba colocada la computadora. El Pedagogo Boris había pensado que estaría más segura en el cuarto de la azotea y allí la había instalado. A fuerza de terquedad, la Profesora terminó cumpliendo su deseo de dormir donde quería. Parecía contenta en su nueva ubicación, pero gradualmente comenzó a aumentar de un modo anormal su ritmo de trabajo. Ya no sólo copió las ideas sobre las Iluminaciones, sino también otras obras de San Agustín como las Confesiones y la Ciudad de Dios. La Profesora Virginia pasó muchas horas frente a la pantalla. Escribía con una sola mano. El dedal de cuero negro le dificultaba el manejo del teclado con ambas. Luego leía lo escrito al Pedagogo. Salvo las relaciones que halló entre las Iluminaciones y los lunares, se trataba de simples transcripciones de los textos originales.

Pasados unos días de iniciada su angustia por usar de manera alterada la computadora, la Profesora Virginia comenzó a hacer llamadas telefónicas a cualquier hora del día y de la noche. El Pedagogo Boris tuvo que impedir que siguiera con esas llamadas. Apelando a los principios de Austeridad Absoluta dictados por el Poeta Ciego, cambió el aparato de fax por un teléfono común y puso un candado en el dial. Al verse prohibida la comunicación con el exterior, la Profesora empezó a desesperarse y a dar vueltas sin fin dentro de la casa. También comenzó a tratar de marcar pese al candado, dañando de ese modo el aparato que el Pedagogo acababa de instalar. En voz muy alta pedía que la dejaran en paz, que no siguieran mandándole mensajes en forma de bocina de automóvil y que le permitieran regresar a la Casa de la Luz Negra. Una vez allí, decía, metería piedras dentro de los bolsillos del hábito y se lanzaría a una de las lagunas cercanas a la Casa.

El Pedagogo Boris trancó las puertas que daban a la calle y se dedicó a cuidar que la Profesora Virginia no se hiciera ningún daño. Una semana después la Profesora cayó por fin en la inconsciencia. Sólo entonces el Pedagogo pudo salir a la calle. A la Profesora Virginia la dejó instalada de la mejor forma posible. Oscureció por completo su habitación y le quitó el dedal de cuero negro así como el audífono que sobresalía de su oreja izquierda. Le cambió el hábito de día por el que usaba de noche y cada dos mañanas le lavaba el cuerpo con una esponja humedecida con agua y jabón. Todo eso lo había aprendido de la enfermera del cabello teñido cuando la vio cuidar de la Profesora en la Casa de la Luz Negra.

Dos semanas después el Pedagogo Boris regresó tarde de una de sus salidas. Se demoró porque, además de ciertos asuntos relacionados con la herencia que había recibido de su padre, tuvo que buscar algunos frascos de suero para reemplazar los que la Profesora Virginia ya había usado. Cuando abrió la puerta encontró el monitor de la computadora tirado en medio de la sala. El teclado estaba a un costado y parecía haber sido golpeado con un objeto contundente. En otro extremo había restos de una pequeña fogata. El Pedagogo hizo una inspección y recogió los trozos de plástico y vidrio diseminados en el piso. Fue luego al cuarto de la Profesora y no la encontró en la cama donde la había dejado dormida. Tampoco estaban el dedal ni el audífono. Sólo se hallaba el frasco de suero colgando del pedestal metálico que lo sostenía. Al mirar hacia un rincón, el Pedagogo Boris notó que el cable telefónico había sido partido en dos.

El Pedagogo Boris fue en busca de una escoba y de un recogedor. Cuando llegó al patio se impresionó. El gran gato amarillo estaba empalado en la escoba que usaba el muchacho de catorce años para limpiar. El Pedagogo se controló y se limitó a mirar la escena con repulsión. Prendió un cigarrillo que arrojó al suelo después de un par de fumadas. Reunió fuerzas y con un movimiento brusco desensartó al gato. Envolvió el cuerpo en unos periódicos viejos que encontró debajo del lavadero. Salió a la calle. Antes halló un papel pegado con tachuelas a la pared de la cocina. Era un mensaje donde se afirmaba que las costumbres sexuales del gato eran similares a las del Poeta Ciego.

El Pedagogo Boris continuó su camino sin detenerse a leer. Una hora más tarde el Pedagogo tuvo que salir nuevamente a la calle. Fue a una ferretería distante un par de cuadras. Allí compró cal, ácido muriático y herramientas para jardín con el fin de eliminar el cadáver del muchacho de catorce años, al que encontró muerto al volver de arrojar al gato. Lo halló en posición decúbito ventral dentro del armario donde el Pedagogo Boris guardaba sus ropas. Por las marcas en el cuello, el muchacho parecía haber sido estrangulado. Las paredes de la habitación del Pedagogo estaban inscritas con letras de molde. Estos mensajes decían que la Profesora Virginia había puesto a prueba al muchacho. Había tratado de seducirlo y, cuando el muchacho de catorce años estuvo a punto de pasar a mayores, lo estranguló sin piedad. Los del dormitorio no eran los únicos mensajes en las paredes. En los demás ambientes de la casa también podían leerse los escritos. Hablaban de una Nueva Hermandad, para entrar en la cual había que someterse a las pruebas más duras.

Al momento de enterrar en el jardín el cuerpo, el Pedagogo Boris tuvo algunos problemas con los miembros superiores. Estaban demasiado rígidos y para desaparecerlos hubiera necesitado hacer una fosa mayor de lo que le permitían sus fuerzas. Decidió cortarlos, llevarlos a la tina del baño y disolverlos en el ácido. El corrosivo no tenía la potencia que seguramente había imaginado, por lo que guardó los miembros dentro de una bolsa. Entrada la noche los sacaría a la calle.

Horas después dejó la bolsa en una esquina. Luego siguió caminando. Tomó un taxi que lo trasladó hasta el centro de la ciudad. Los únicos locales abiertos eran una que otra cantina. Siguió andando media hora más. Llegó a un hotel de baja categoría. Entró en la recepción y se inscribió en el Libro de Registro. El empleado del hotel le pidió una identificación y el Pedagogo Boris le mostró la credencial del Fondo de Educadores. Le entregaron las llaves de la habitación. Se miró las manos. La piel de los dedos estaba ligeramente afectada por la acción del ácido. Las miró hasta que levantó la cabeza con dirección a la calle. Pasaba un auto con el volumen del radio muy alto. El Pedagogo sólo salió del hotel para ir al restaurante que había en la esquina.

Tres días después, el Pedagogo Boris volvió directamente a su casa. Entró muy despacio y extrañamente no encontró vestigios de los hechos ocurridos días atrás. Habían desaparecido los restos de la computadora y también los mensajes de las paredes. Cuando salió al jardín, no halló los montículos que habían quedado después de enterrar parte del cuerpo del muchacho de catorce años. Sin embargo, aquel borrado de huellas estaba lejos de ser un trabajo perfecto. En el suelo se podían notar algunas aureolas en el sitio donde se había hecho la fogata, y en las paredes estaban veladas pero se intuían las palabras. En ese instante timbró el teléfono. Después se oyó el agudo sonido que anunciaba la llegada de un fax. El Pedagogo caminó con apuro hacia la habitación de la Profesora Virginia. Encontró instalado el aparato que él mismo había desconectado semanas antes.

El fax demoró medio minuto en pasar. El Pedagogo Boris se acercó a recogerlo. Pero el timbre del teléfono hizo que se detuviera. Al segundo timbrazo comenzó a funcionar el contestador. Se escuchó la voz de la Profesora Virginia. Tal vez se trataba de una grabación, ya que las frases eran dichas en tono frío y a manera de letanía. La voz repitió diversas oraciones que se fueron intercalando hasta que todas fueron pronunciadas tres veces y en distinto orden. El Pedagogo salió del cuarto sin leer el fax. Se dirigió al patio. Aún estaba en su lugar la escoba donde el gato había sido empalado.

También se encontraban, apoyados contra una pared, la pala y el pico que le sirvieron al Pedagogo Boris para abrir la fosa del jardín. El Pedagogo tomó asiento en una silla de la cocina. Desde donde se encontraba era posible ver el cuarto contiguo, donde dormía el muchacho de catorce años. Se mantenían intactos el catre y la mesa de noche, hecha con una caja de cartón envuelta en papel de regalo. A intervalos regulares seguía sonando el teléfono. Después se oía la voz de la Profesora Virginia repitiendo las frases intercaladas.

Lentamente fue anocheciendo. La luz que se introdujo por la ventana cambió poco a poco de tonalidad. Las paredes adquirieron una coloración azul. Finalmente desaparecieron en la oscuridad. En ese momento algo sucedió: varios niños y adolescentes entraron de manera clandestina a la casa. El Pedagogo Boris se alarmó, pero antes de que pudiera ponerse de pie recibió un golpe. Su frente dio contra la mesa dejándolo sin sentido. El Pedagogo quedó inmóvil en una posición que se deshizo cuando el cuerpo cayó al suelo. A pesar de que se trató de una caída desagradable, el Pedagogo Boris no dio muestras de una reacción mayor. Sólo hizo un sutil recogimiento de brazos y piernas.