La Jornada Semanal, 7 de junio de 1998
La mujer tejedora de este admirable cuento de Rosa Nissán sabe que el tejido sirve ``para esperar todo lo que hay que esperar''. Es como la partida de ajedrez que el caballero de la película de Ingmar Bergman juega con la muerte para entretenerla y aplazar lo más posible su irremediable llegada.
La bola de estambre, los hilos y las agujas, sirvieron para taparnos la boca, para no mirarnos los ojos, para no romper el silencio.
Hace un mes llegué temprano a la cita en la clínica de Gineco-Obstetricia del Seguro. Llevé libro para estar tranquila. Me senté en una de las hileras de sillas para pacientes, pacientes. Una mujer embarazada tejía a mi lado. La veía mover sus manos; metía la aguja en el punto, jalaba un derecho, un revés; debía estar susurrando en automático: un derecho, un revés; su tejido crecía lentamente: su labor era ancha, tal vez para el marido. De vez en cuando, desinteresada, observaba lo que ocurría a su alrededor. ¿Cuántas veces ensartará el punto de la izquierda a la derecha y de la izquierda a la derecha? Lo soltaba sólo para acomodarse el pelo.
Estoy a unos centímetros de la aguja que entra, engancha el estambre, y enlaza el hilo color durazno. La textura de la lana acaricia. En lugar de los infinitos tejidos, formo palabras, frases, termino un renglón, paso al otro. Transcurrirán horas antes de que nos llamen bajo los efectos de esta leve anestesia: tejemos para soportar nuestras eternas esperas. Utilizamos el tejido o el bordado como analgésicos para no sacar una pistola, para no darnos cuenta de que la madeja de nuestra vida también va haciéndose menos. Se termina la bola y sacamos otra, ya compraremos más para nuevas prendas. Punto por punto, palabra por palabra, renglón por renglón, hoja por hoja, el cuento se va terminando, el suéter, el poema, la cobija, el ensayo, el calcetín, la novela, el chaleco, otra chambrita. La diferencia es que el libro se multiplica y deviene en globo que se infla de nubes, de lluvia, de soles, se eleva para descender poco a poco, alguna mano lejana lo toma, ve su color, lo huele, lo palpa, lo prueba, lo come y lo lleva dentro de sí, o no, si no es para él. Un derecho, un revés, la mujer voltea las agujas, reinicia: un derecho, un revés, jala el punto, lo enrosca, se van los días, los meses, los años, las furias, las ganas, las fuerzas. La mujer imagina gozosa a quién va a cobijar y a iluminar con sus colores. Llegan mujeres a consulta, se van, el mundo se transforma a nuestro derredor. Abren la puerta de un consultorio, llaman a una paciente que no somos ni ella ni yo; el ritmo del tejido avanza cadencioso. A mi izquierda se sienta una mamá joven con niña de ojos inquietos. Debí haber sido como ella; después, con un tejido en la mano fui cumpliendo un año y otro. Con manguitas tejidas rellenaron mi boca, con una bufanda larga amordazaron mis ojos, enredaron mis pechos, ahogaron la respiración de mi piel. Con un par de agujas mágicas en la mano me mantuvieron ocupada. Cuando venían las ganas de estallar, de dar un puñetazo, cambiaban la puntada, la lana y, mejor dos derechos, dos reveses, anda mijita, que te va a quedar muy lucidor, mira esta revista, trae modelos nuevos. ¡Un derecho niña!, ¡un revés! Si mi marido llega cansado y ya no vamos al cine, saca agujas y estambres. El tejido sirve para esperar todo lo que hay que esperar: mientras mis hijos crecían, mientras despierta el niño, mientras acompañaba a mi hija, mientras llegaba a comer, a desayunar, a cenar mi sobrina, hermana, suegra, mientras mi nieto nace, el tejido; al fin se deja a un ladito y los entretenemos, acompañamos, les servimos, y lo retomamos hasta que algo se le ofrezca a alguien. ¿Acaso el tejido equivale a las carreras cortas que se abandonan en cuanto el hombre aparece? Mientras me caso, el tejido, mientras... ¡Teje niña, teje! La ociosidad es la madre de todos los vicios -aseguraban las abejas. Ojalá engordáramos o nos emborracháramos de estambres para no tener más remedio que darnos cuenta de que el tiempo y la fuerza se van minando y no se adquiere otra madeja de vida como se compra una de lana; mientas el tejido avanza, la rebeldía, el coraje para la lucha, retroceden. Las mujeres que tejemos sofocamos tensiones, ocupamos las manos para que no se escapen. No tocamos, no palpamos, no se enojan, no se rebelan, no se indignan, no luchan. Engarruñan las manos a la suavidad del hilo. No aprietan, tejen. No acarician el cuerpo deseado, no caminan en él, tejen, tejen. Tejen impaciencias, desesperación, aprisionan sus dedos huidizos para que no se metan en la carne del otro, tejen un punto de inquietud, una basta, y ocho de virtud, y no se atreven a gritar: ¡basta!
Hace tres días soñé que mi hija iba a tener una niña y la sentí muy fuerte, tanto, que esta nieta mía me impulsaba a apurarme con mi novela. ``Tengo que estar disponible tiempo completo hasta que mi hija se recupere de la cesárea. Y cree que soy sólo yo la que tiene obligación y no me deja salir del hospital, entiende que los demás trabajan, pero a mí me dice: tú tienes la computadora en casa, además, como es semana santa, mis hermanas se fueron de vacaciones. Siento una ira irrefrenable; para no contrariarla, prefiero sofocar mi enojo, mis ganas de huir, me pongo a tejer, paso frenéticamente puntos de un lado a otro, para que si no puede ser mi cuerpo, aunque sean los puntos se muevan en mí. Fui a comprar una costura, muchos hilos, necesitaba calmar mi ansiedad rellenando obsesivamente unas flores rojas dentro de las amarillas, con sus venitas y hojas verdes, bordar un cojín de punto de tras, tras, tras, una mexicana que fruta vendía, ciruela chabacano, melón o sandía, tras, tras, tras, punto de tras. Un derecho. Un revés. ¡Un derecho! ¡Un revés! El tejido sigue en mi memoria. Vivos en mí los deberes aprendidos. Siguen las agujas troqueladas de mis dedos.
''Un derecho un revés, paso devotamente las infinitas cuentas de un rosario y entono mis plegarias. Dios te salve María llena eres de gracia, el Señor es contigo... miro la imagen que está encima de la cama de hospital, y veo a la Virgen tejiendo.''
Por fin oí mi nombre y pasé al consultorio; al salir vi a la tejedora con la mirada hundida en su olvido.