Estrategias y terapias para combatir el cáncer

¿Cómo se pone el alto al astuto asesino?

Marina Chicurel

Para eliminar una plaga de hormigas en la casa usamos un insecticida; para eliminar a los microbios de una herida usamos un desinfectante. Los científicos biomédicos han aplicado el mismo concepto a la eliminación del cáncer: encontrar un veneno que selectivamente dañe a esta enfermedad sin afectar los tejidos sanos.

Y ese tipo de razonamiento, junto con una gran dosis de ingenio, perseverancia y trabajo duro, ha generado terapias y estrategias que, aunque aún en etapas de desarrollo experimental, muestran señales muy prometedoras de poder controlar al cáncer en un futuro no muy lejano.

El cáncer es una enfermedad en la que un grupo de células en el cuerpo empieza a crecer desenfrenadamente. Esas células, que se escapan de los controles normales del organismo, crecen tanto que desplazan a las células normales, acaparan los nutrientes disponibles e interfieren con las funciones normales de los tejidos, hasta que finalmente, si no se les pone un alto, acaban por causar la muerte.

¿Cómo se le puede poner el alto únicamente a las células cancerosas, sin afectar a las células normales? Usando insecticidas podemos eliminar insectos sin dañarnos a nosotros mismos, porque los insecticidas interfieren con el metabolismo de los insectos que es radicalmente distinto al nuestro. Pero en el caso del cáncer, la situación es mucho más difícil, puesto que el tejido canceroso proviene de nuestro propio organismo y, por lo tanto, no hay grandes diferencias entre su metabolismo y el de nuestros tejidos normales.

Resistencia y regeneración

La mayoría de las estrategias desarrolladas para combatir al cáncer han dependido de encontrar las diferencias sutiles que distinguen a las células afectadas por el cáncer de nuestras células normales. Por ejemplo, ya que una de las diferencias de las células cancerosas es que crecen muy rápidamente, se ha intentado encontrar drogas que selectivamente maten a células que se están multiplicando.

En general, las drogas usadas en la quimioterapia funcionan de esa manera. Sin embargo, ya que muchas de nuestras células normales también se dividen -aunque menos que las cancerosas-, los efectos secundarios resultan bastante problemáticos (náusea y pérdida del cabello, por ejemplo).

Otra estrategia es tratar de aprovechar la localización diferencial de las células cancerosas. En muchos casos, éstas se encuentran juntas en un sitio, formando un tumor.

Una forma obvia de aprovechar esa situación es a través de la cirugía, extirpando al tumor del organismo. El problema con esta terapia es que no siempre es posible extraer a la población completa de células cancerosas y, en algunos casos, la extracción de un tumor principal puede promover el crecimiento de pequeños tumores en otras partes del cuerpo.

La radioterapia, en la que se intenta irradiar específicamente la zona del tumor para matar solamente al cáncer, es otra opción que aprovecha la localización diferencial del cáncer. En este caso, el problema es que el tumor está rodeado de tejido sano, y limitar el daño a la zona del tumor no es fácil.

Un problema general que tienen todas las terapias que intentan erradicar a las células cancerosas es que no toman en cuenta la cambiante personalidad del cáncer. El material genético de las células cancerosas es poco estable y, por ende, en un tumor continuamente se están generando células con características nuevas y diferentes.

Dada esta naturaleza cambiante, muchas terapias anticáncer acaban por seleccionar a aquellas células cancerosas que son resistentes a la terapia. Lo que ocurre es que, aunque la mayoría de las células tumorales mueran a causa de un tratamiento en particular, generalmente existen algunas que son resistentes.

Por lo tanto, inicialmente el tumor se reduce en tamaño en respuesta al tratamiento, pero poco tiempo después las células resistentes que no murieron y continuaron creciendo, restablecen el tamaño original del tumor. El tumor regenerado ahora es completamente resistente a la terapia.

En pocas palabras, luchar directamente contra las células cancerosas es como luchar contra un monstruo de caricatura que se transforma continuamente, haciéndose invulnerable a cada arma nueva con que se le enfrenta.

Evitar el ataque frontal

¿Cómo se le da la vuelta a un problema tan terriblemente insidioso? Una respuesta está en tratar de evitar el combate frontal con el tumor, usando estrategias menos directas y más sutiles. Para poder crecer y asegurar su adecuada nutrición, todos los tejidos, incluyendo los tumores, requieren la ``angiogénesis'', la formación de nuevos vasos sanguíneos que surtan de sangre a las zonas de crecimiento.

En un adulto normal, los tejidos ya han adquirido su tamaño final, ya no están creciendo y, por lo tanto, prácticamente no requieren de angiogénesis. Los tumores, sin embargo, crecen rápidamente y sólo pueden continuar este crecimiento si cuentan con una sólida y continua angiogénesis.

En 1971, el doctor Judah Folkman, cirujano del Hospital Infantil de Boston y profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, publicó la idea de que si se pudiera encontrar una forma de bloquear la angiogénesis, quizá se podría impedir el crecimiento de tumores sin afectar a los tejidos normales.

Su idea fue recibida con desprecio e incredulidad. La gran mayoría de los científicos en el campo no le prestaron ni atención ni respeto. Pero el doctor Folkman no se dio por vencido y ahora, casi 30 años después, él y su equipo de investigación han logrado aislar dos moléculas: la angiostatina y la endostatina, que bloquean a la angiogénesis y que, administradas en conjunto, son capaces de erradicar una gran variedad de tumores en ratones.

¿Cura proverbial?

Aunque probablemente pasarán varios años antes de que la endostatina y la angiostatina sean probadas en seres humanos, estas moléculas son particularmente prometedoras. A diferencia de las terapias directas contra el cáncer, la angiostatina y la endostatina actúan sobre las células que forman los vasos sanguíneos, las células endoteliales, y no sobre las células cancerosas per se.

Las células endoteliales son células normales que no tienen la misma capacidad que las células cancerosas de transformarse y volverse resistentes a la terapia. Además, esta terapia contra la angiogénesis, o antiangiogénica, tiene la ventaja adicional de restringir la movilidad de las células cancerosas.

Los vasos sanguíneos no sólo le sirven al cáncer para alimentarse, sino también como vía de transporte para colonizar diferentes regiones del cuerpo, lo que se conoce como metástasis. Por lo tanto, usando a la angiostatina y la endostatina, no se necesita contar con una erradicación total de las células cancerosas, simplemente controlando su crecimiento y dispersión se logra neutralizar al enemigo.

Sin embargo, la angiostatina y la endostatina no son las únicas drogas prometedoras bajo investigación. Existen al menos otras 11 drogas antiangiogénicas que ya están siendo probadas en humanos y varias más que se están probando en animales. Además de la terapia antiangiogénica, existen varias estrategias basadas en otras diferencias entre el cáncer y los tejidos normales que también empiezan a generar resultados prometedores.

Es muy posible que, aunque ninguna de estas estrategias constituyan por sí mismas la proverbial ``cura contra el cáncer'', la combinación de varias de estas ingeniosas armas nos permitan relativamente pronto conquistar a este perverso y astuto enemigo.

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