La Jornada miércoles 10 de junio de 1998

Arnaldo Córdova
Carlos Pereyra

Hace diez años, el 4 de junio de 1988, murió Carlos Pereyra. Había nacido en 1940 y estaba por cumplir 48 años. Se nos fue un amigo entrañable, pero él no era sólo eso. Era todavía un joven intelectual que estaba entrando en lo mejor de su madurez. Con toda una obra por crear y que había estado preparando desde sus años mozos. Había llegado al momento de su despegue como gran intelectual, con sus tesis ya cuajadas, con la comprensión de los problemas de nuestro tiempo y no sólo de México ya en su culminación, con las propuestas que pensaba hacer (y que de hecho había estado haciendo en los años previos) a punto sólo de ser redactadas. La muerte se lo impidió.

Sería muy difícil definirlo como un intelectual orgánico. De hecho, él nunca se comprometió con nada más que no fuera su propio modo de pensar y de ver las cosas. Pero sería igualmente difícil no definirlo como tal. Como lo describió alguna vez Carlos Monsiváis, él decidió ser de izquierda para siempre, por convicción, por amor a una idea, por solidaridad indeclinable con los explotados, por decisión política comprometida con la democracia, ante todo. Pereyra, desde mi punto de vista, nunca abandonó el marxismo. Ni, en sus últimos días, lo vio de manera diferente a como lo había visto tal vez treinta años antes.

Pocos meses antes de que muriera platiqué con él sobre ese tópico. Ambos coincidimos siempre en ver en el marxismo una parte esencial de la ciencia en la historia y no como solían decir muchos marxistas ``la ciencia''. Como Hegel escribió, la ciencia es como un museo de la inteligencia en el que cada generación va colocando lo que ha aportado. Marx hizo eso y merece nuestro reconocimiento.

Tuti Pereyra era de formación filósofo y lo era de los buenos, sobre todo por su desempeño como maestro universitario. Recuerdo que durante todo un semestre lo vi cargando libros de y sobre Platón, porque sobre eso estaba disertando. Pero, sin haber estudiado ciencia política en las aulas, se convirtió en un politicólogo de primera por su participación constante en la vida política, por su hambre insaciable de información sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo y en México y su inquietud sin fin por decir por escrito y verbalmente lo que pensaba. Sus artículos semanarios en periódicos y revistas y sus ensayos científicos eran siempre anticipaciones de muy alta reflexión de lo que estaba ocurriendo.

Su tema preferido fue la democracia y cómo la izquierda podía embonar con nuestro proceso democratizador en México. Carlos ensayó múltiples definiciones de la democracia, de manera que todos sus lectores (entre ellos, los de izquierda) pudieran entenderla en sus elementos esenciales. Una vez la definió como un conjunto de formas y mecanismos reguladores del ejercicio del poder político: ``los órganos de gobierno han de ser elegidos en una libre contienda de grupos políticos que compiten por obtener la representación popular y por un electorado compuesto por la totalidad de la población adulta, cuyos votos tienen igual valor para escoger entre opciones diversas sin intimidación del aparato estatal'' (Nexos, septiembre de 1982). Para Tuti, la mejor lucha que podía dar la izquierda, sin abandonar sus ideales de justicia social, no importa cómo se expresaran, era la lucha por la democratización del Estado en nuestro país.

Pereyra era un pensador universal nato. En realidad no luchaba tanto por sus ideas, como por las ideas. Polemista despiadado y sin contemplaciones, Tuti siempre polemizaba por las ideas. Muchas veces discutí con él sobre lo que él escribía y decía y, en ese caso, era siempre de una tolerancia y de una modestia infinitas. Siempre estuvo dispuesto a aceptar un error de su parte; pocas veces de parte de los demás. Con los demás era un consumado abogado del diablo. En las muchas discusiones que tuve con él, a veces por horas enteras, me daba cuenta de que él no buscaba refutar lo que yo pensaba, sino impulsarme a perfeccionar mis ideas. Una vez me dijo: ``en lo que decimos, hay que ser, ante todo, convincentes, si no, nada vale lo que podamos decir''.

Era un joven sabio que supo vivir su vida con sabiduría y con verdadera autenticidad. Creo que todos sus amigos le debemos algo. Yo le debo mucho. Y a pesar de ser siempre reservado y discreto en su trato con los demás, a mí, por lo menos, no me costó nada entrar en las intimidades en las que sólo los verdaderos amigos entran. Supe por él mismo todo lo que me interesaba de su vida y yo le correspondí contándole todo de la mía. La gran amistad con infinidad de personas que él supo sembrar en el mundo es hoy el santuario en el que lo recordamos y lo preservamos. Nunca estará ausente. Vivirá siempre en nosotros. Un saludo desde aquí, mi querido Tuti.