Elba Esther Gordillo
Inseguridad, advertencia contra la democracia

Silenciosa, cuando la indiferencia la acompaña, la muerte se ha ido acumulando en Ciudad Juárez. Inadvertida si el olvido la entierra, la geografía de la violencia en nuestro país ha encontrado un enclave en esa frontera, dolorosa en más de un sentido. La crueldad es un exceso de violencia, pero los crímenes cometidos en esa ciudad son un exceso de crueldad: desde el 25 de enero de 1993 a mayo de este año, 88 cuerpos femeninos según las cifras oficiales (más de 130 refieren otras fuentes): violación, tortura, mutilaciones, heridas en el cuerpo y en la dignidad, agonía, abandono y muerte los unen.

Cada uno de los 88 crímenes es una derrota para las instituciones encargadas de garantizar nuestra vida y seguridad. Es una derrota de todos. La violencia siempre lo es. Y no sólo eso: es, al mismo tiempo, una advertencia contra la democracia que todos construimos, lenta, azarosamente; sin seguridad, la nuestra será una democracia insegura, poco confiable, sin sosiego...

Lo mismo nos preocupa el Fobaproa que la paz en Irlanda; nos indigna, de igual manera, la operación Casablanca que la escalada de violencia en Colombia; nos atemoriza, sobremanera, que Arizmendi siga impune y las graves consecuencias derivadas de incendios y sequías sobre nuestro territorio; pero poco nos hemos detenido a reflexionar acerca de estas jóvenes mujeres víctimas de una violencia inusual: sádica, mórbida, cruel, lacerante... acerca de su condición de mujer y de la infamia --insinuada pero suficientemente ofensiva e indignante-- de algunos que suponen que las víctimas comparten la ``culpa'' de su desgracia; acerca de que la diferencia sexual continúa siendo una desventaja, que ser mujer, usar falda y andar sola por la ciudad es ya tener parte de la culpa de ser víctima --con todo y que algunos de los crímenes fueron cometidos contra niñas de poco más de diez años; acerca de que la democracia no tiene sentido si no superamos estos lastres, si no se siente un cambio en la calidad de vida, en la calidad moral de hombres y mujeres, en la calidad de la procuración y la impartición de justicia.

Encogimiento de hombros, mueca de resignación, hastío frente a un enemigo colosal: tan indignantes los asesinatos, como preocupante la indiferencia social ante el grado y la insanía de los crímenes. Sólo el olvido y la indiferencia pueden matar lo que ya está muerto. Olvido e indiferencia nos ponen en riego no sólo de perder la pelea frente a la delincuencia y el crimen, sino --acaso un peligro mayor-- de acostumbrarnos a lo inconmensurable: la violencia, de hacer de nuestros días una apuesta mortal, de la sobrevivencia un modo de vida, del miedo una costumbre, de la muerte una estadística, de la seguridad y la vida una utopía.

Para quienes pueden resignarse (¿quién puede?), acostumbrarnos a la violencia no nos quita el miedo, la zozobra, la incertidumbre. Aunque a diario se repita, no pierde su poder. Amenaza, cumple, asecha, y nosotros continuamos con temor. Es una herida que no cierra con olvido. Por el contrario, es la participación, la exigencia colectiva en la eficacia de los cuerpos policiacos y la transparencia --que se vuelva certeza y confianza-- del sistema judicial, el único frente común contra el crimen y la violencia.

Antes que pensar en la agenda política, los temas, los actores, los tiempos, debemos asegurar las condiciones que posibiliten la convivencia social, en su sentido más básico: debemos garantizar la vida de quienes van a construir el país que queremos ser.

Para ser confiable y eficiente, nuestro estado de derecho ha de nacer desde adentro y crecer desde abajo. Porque en el fondo, la democracia es una forma de conjurar la inseguridad, el miedo, la incertidumbre. En pocas palabras, así lo plantea, en Los patios interiores de la democracia, Norbert Lechner: ``¿Qué seguridad ofrece la democracia? El debate sobre la democracia, al igual que gran parte del pensamiento político moderno, gira en torno a la seguridad; o sea, responde a miedos sociales. Del miedo a la guerra y a la violencia, al desamparo y la miseria surgen las tareas de la política: asegurar la paz, garantizar la seguridad física y jurídica (estado de derecho) y promover la seguridad económica (estado de bienestar)... El miedo y este abandono cuestionan el orden social''.

El temor y la inseguridad no pueden ser una forma de vida, una costumbre. Como sociedad, morimos lento con cada asesinato impune, con cada crimen olvidado, con cada delito no perseguido. No podremos hablar de convivencia política si no garantizamos antes la convivencia llana. Sin engaños: no habrá una democratización real del país si no nos hacemos cargo de los miedos, las amenazas, los atentados violentos contra nuestra sociedad.

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