Arnoldo Kraus
Inominado

Como en tantas otras ocasiones, me incomoda el título que escogí para estas líneas. Pero confieso que la mea culpa ni es demasiada, ni tampoco ahoga. De serlo, borraría las oraciones que siguen, o de plano, omitiría mi colaboración semanal. Opto por continuar y compartir con el lector los ocasionales azogues implícitos en el arte de sintetizar. Y, a la vez, intento discutir las no ocasionales trampas encerradas entre títulos y textos. Las dudas previas, más que culpar, preguntan, mueven. De hecho, el tropiezo tiene buenas caras: permite reflexionar, repensar ideas y tiempos viejos.

¿Debe intitularse primero el escrito o son las nociones del texto las que lo autoencabezan? ¿Siguen la misma ``táctica'' todos los artículos periodísticos de opinión? Ante la página vacía, o la pantalla limpia, el autor decide. Lo cierto es que ni se escribe siempre sabiendo el final, ni el último título fue el primero. La página postrera, torturada y amancillada bien refleja ese proceso; por eso, es óptimo el papel grueso y los lápices de tonos tenues. ¿Es lo finalmente impreso ``lo mejor''? Imposible saberlo. Quedan borradas, orilladas y pendientes incontables posibilidades, quizás, incluso, más afortunadas que la versión final.

Con la duda a cuestas, reconozco, con modestia sincera, que mis textos no son los de un periodista. Me leo como aficionado --eso sí, tenaz y perseverante-- y de ahí que desconozca reglas vitales de la escritura. Seguramente en las aulas se imparten lecciones en donde se revive el dilema del huevo y la gallina. ¿Qué es primero? ¿El huevo o la gallina? Para no incomodar a Dios, recurro a otras fuentes no menos autorizadas, ¿lo sabrá la Naturaleza? No creo. El huevo y la gallina encierran disquisiciones similares a los movimientos entre título y texto; lo que es en cambio preclaro, es que las reglas, emanadas de las disertaciones sólo sirven para romperlas. De no ser así, los ensayos remedarían lo que sucede con los seres humanos: se parecerían demasiado entre sí.

Regreso al principio. Con la venia del tiempo y la tecla más calibrada y más recorrida, podría reescribirlo y reinventarlo. En ese sentido, si el título es síntesis, entonces los ingleses tienen razón: less is more. Más sabio es el largo cuento de Augusto Monterroso cuyo título, El dinosaurio, equivale a la tercera parte del relato: ``Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí''.

El embrollo central, siempre presente, nunca acabado, es hacer, con pocas letras, mucho. Eso es el título. ¿Cuántos lectores potenciales se alejan del texto porque el título no invita, no convence? O bien, ¿cuántos ``leedores'' se decepcionan porque cabeza y cuerpo no corresponden? Bueno sería investigar esas cuestiones. Es muy probable que las concordancias sean magras por lo que habrá quien sugiera que los artículos podrían ser inominados. O bien, que el nombre de quien firma sea suficiente para atraer, o repeler al lector, con lo que los encabezados podrían tornarse prescindibles. En estas latitudes, la única desventaja de usar sólo el nombre es que, con frecuencia, uno deja de ser él mismo. No en balde los políticos en nuestro país decretaron que todo es transmutable.

Confieso, por último, que lo aquí escrito no era lo que pretendía decir. El título era otro --salud, sociedad e individuos. Las ideas que lo conformarían tenían tal escepticismo, que preferí perderme en estas reflexiones seguramente inútiles. A menos que el dinosaurio de Monterroso realmente siga ahí.