A la combinación de la arrogante displicencia del poder con la politiquería interna en Estados Unidos hay que entrarle con fuerza y decisión o quedarse fuera del asunto para, siquiera, poder lamerse las mordeduras. Los americanos no respetan las buenas maneras de sus rivales, subrogados, enemigos o aliados, a ellas responden con caravanas verbales o miradas de soslayo antes de voltear la espalda, pero casi nunca con atención o cuidado. En cambio, ante las posturas firmes en defensa de los propios intereses, aun cuando sean expresadas de rudas maneras, y a veces por ello mismo, tienden a observar prudente deferencia en busca del lado débil, de la argumentación de respaldo o de la revaluación de objetivos que les auxilie a solventar su posiciones.
En la tensión creada entre los dos gobiernos alrededor de la operación Casablanca, los americanos han ido, si no rotando sus iniciales definiciones, sí cuando menos introduciendo matices que las circundan y transforman. El inicial anuncio de la ``exitosa'' maniobra para descubrir lavaderos y lavadores tomó por sorpresa al medio oficial que no atinaba a coordinar sus reacciones y desconcertó, al menos por algunos instantes, a la misma sociedad organizada. Pero esta última, casi de inmediato, dio cabida a una airada reacción de los partidos políticos (PAN y PRD), de la sociedad crítica y, al final, del gobierno mexicano y su partido. Otras organizaciones civiles: académicas y empresariales se unieron a la protesta e indignación.
A partir de esos tanteos el enojo ha sido general y los mensajes claros y decididos. No se está dispuesto a tolerar tales intromisiones. No importa cuál o cuáles sean sus propósitos. La operación no es aceptable y, además, es ilegal desde el punto de vista de las leyes locales. Tanto el gobierno como los medios de comunicación americanos han acusado recibo de la protesta. Y de la presunción del ``éxito'' se va pasando a la ubicación de proporciones con que se calificó a Casablanca: la mayor acción contra el lavado de dinero. La crítica interna a tal estrategia fue otra de las fases por la que atravesó tal programa. Los temores a los factibles efectos sobre la cooperación esperada contra el tráfico de drogas es una arista adicional con la que la administración de Zedillo juega y los americanos sopesan. Pero las demás cartas están echadas sobre la mesa de negociación. Y eso suma a las relaciones comerciales y financieras que son de primera línea por sus grandes magnitudes. Y, por último, pero no el fin de la lista, se destacan las maniobras diplomáticas de México para meter, dentro del tinglado en tensión, toda la garra requerida en estos casos. Se desempolvó al caso de Cuba en la OEA, se sopesa el recurrir al tribunal de La Haya y se redoblaron esfuerzos para realzar la estrategia de usar a la ONU como paraguas aglutinador de la lucha mundial contra las drogas y alejarse de la propuesta americana de las acciones militares por ellos conducidas.
Es probable que no vuelvan a intentar, al menos por un tiempo prudente, una operación tan torpe. No lo han declarado porque eso afectaría a la grilla interna de los demócratas y la orgullosa tesitura de los republicanos de combatir, ``con determinación y por todos los medios'' al consumo de drogas. Máxime cuando ello significa, en realidad, afectar la producción fuera de sus fronteras con cargo a los demás.
Pero la operación tuvo un efecto lateral. Cruzó de lleno, y por el centro, a la inmensa tramoya que se ha levantado como resultas de la crisis que la élite gobernante propició: el Fobaproa. La imagen de la Banca, ya de por sí bien tocada por efectos nefastos de bandoleros como Cabal, Rodríguez o Lankenau, los tres malandrines refulgentes y sobre quienes se quiere cargar todo el peso de las tropelías cometidas por muchos más, sufrió un revés adicional. Se demostró que los controles para evitar blanqueo son por completo laxos a pesar de los esfuerzos por señalar la poca monta de los recursos en juego. También quedaron al descubierto las ineficiencias de los hacendarios y el contubernio con la más conspicua de sus figuras. G. Ortiz no puede disfrazar sus ligazones que lo llevan a esquiar a Vail en el jet privado de un presunto atracador. Por ese solo motivo debía investigarlo Farrel e inhabilitarlo para el cargo que ostenta pues recibió, contra la ley, un regalo de varias decenas de miles de pesos. Y de allí para adelante, lo que vaya saliendo será de limpia y provecho para todos.