Ninguna de las grandes ciudades del mundo se escapan de ciertas constantes que inciden adversamente en su desarrollo socioeconómico y pueden afectar su gobernabilidad.
La ciudad de México, con sus más de 8 millones de habitantes, no es la excepción y comparte como otras urbes, problemas y retos comunes.
En un mundo global, estas ciudades han sido sometidas a un modelo económico de orientación neoliberal que coarta la adopción de otras alternativas de desarrollo equitativo, sustentado en sus propias necesidades y realidades, así como las potencialidades de orden local o regional.
Así también, la problemática que padecen estas gigantescas comunidades se extiende a través de un mapa social que traza funestamente coordenadas de pobreza extrema, desempleo creciente, caos vial, sobrepoblación, violencia e inseguridad pública permanentes.
Todo esto, como parte de un diagnóstico global que nos revela patéticamente las nuevas enfermedades y padecimientos sociales y económicos de las ciudades, que merman su vitalidad y opacan los destellos deslumbrantes de su arquitectura y monumentos históricos.
Y aún más, junto a los problemas de orden común, como si se tratara de ``epidemias urbanas'', habría que adicionar las que podríamos llamar ``endemias urbanas'' y que se presentan de manera singular en cada ciudad, como producto de la acumulación histórica de indecisiones, errores y falta de planeación gubernamental.
Es el caso de la capital mexicana, cuyos síntomas propios acusan además en nuestros días: crisis ambiental, incendios en sus bosques, ambulantaje desbordado, mancha urbana creciente... y hasta banqueros defraudadores.
Pero a pesar de esta pesada carga la ciudad no se ha inmovilizado ni se retuerce en el colapso, aun cuando mucho se ha hablado de que es casi ingobernable y que ningún partido político podrá unilateralmente resolver a fondo la problemática del Distrito Federal, sin establecer pactos con otras fuerzas políticas, lo cual es cierto y habría que hacer siempre y cuando no se comprometa el programa de gobierno propio.
Pero nuestra ciudad tiene ímpetu para enfrentar por sí misma los problemas, pruebas de ello es, de entrada, la resistencia de la población, su capacidad de adaptación y la nueva conciencia ciudadana de exigir respuestas inmediatas a sus demandas, como en el caso de que se tenga más seguridad pública en calles, barrios y colonias o que se reduzcan las contingencias ambientales.
Por otra parte, se empiezan a dar más decisiones positivas en el ámbito del gobierno del Distrito Federal, a partir de una actitud honesta en el manejo de las acciones públicas, de los diagnósticos y de las alternativas posibles, sin mentiras ni demagogia.
Hay buenos ejemplos recientes: La protección a niños de la calle, las nuevas medidas contra la contaminación, las acciones de la Procuraduría de Justicia del DF, las mesas de la reforma política y el Programa General de Desarrollo 1998-2000 que son, entre otras, realidades que queremos y podemos multiplicar juntos, con la idea de avanzar más rápido y tener más acción.