Se han producido en estos días dos hechos perturbadores: el anuncio de la desaparición de la Conai y el nuevo enfrentamiento armado en Guerrero. Ambos hechos no tienen relación alguna entre sí, pero juntos contribuyen a aumentar la viscosa sensación de que las cosas, en vez de mejorar, empeoran.
Me ocupo del primero. La decisión de la Conai, en verdad no sorprende demasiado, pues el diálogo en Chiapas, y con él las instancias ad hoc, ya hace mucho entraron en una fase de crisis definitiva. Las crecientes tensiones entre el gobierno y el obispo de San Cristobal, cabeza de la Conai, crearon una situación insostenible, haciendo objetivamente inviable el ejercicio de una mediación propiamente dicha.
De momento, se crea un vacío grande y riesgoso. La desaparición de la Conai cambia las reglas del juego en Chiapas y obliga a nuevas definiciones. Ya no se puede seguir hablando del diálogo y la paz en los términos anteriores. Se cierra un ciclo sin resultados concretos, en un clima de mayor división y violencia en el seno de las comunidades indígenas.
Pero eso no es todo. La voluntaria decisión de cancelar las actividades de la Conai abre, además, un interrogante inmenso sobre el futuro de la Cocopa y de la Ley que le da origen y sustento. Podría pensarse que ahora es el turno de dicha comisión, pero la verdad es muy diferente, pues eso depende del EZLN que hasta hoy ha desairado el encuentro directo con los legisladores. Así pues, ningún tecnicismo jurídico sirve para ocultar lo obvio: no hay diálogo aunque formalmente no esté roto.
Es obvio que algo debe hacerse en este sentido para ajustar la ley a los hechos, y tal vez, volver a definir posturas y principios, con el fin exclusivo de garantizar la voluntad de diálogo, así como la decisión de darle una salida política al conflicto.
En muchos sentidos estamos como al principio o peor. La situación de ``ni paz ni guerra'' lleva directamente a la confrontación en y dentro de las comunidades, y acelera la exasperación de todos los antagonismos sociales, políticos y hasta religiosos que envuelven el conflicto chiapaneco.
¿Cómo volver al diálogo bajo una forma que sea aceptable para las partes? No hay una respuesta convincente. Ni siquiera sabemos si el EZLN así lo desea, ni cuándo ni cómo. Pero una cosa es segura: la internacionalización de la mediación no es ni puede ser una salida al problema. Insistir en ello, me parece, polariza e impide pensar una solución aceptable para la nación en su conjunto.
Las autoridades estatales, fuertemente apoyadas por la federación, creen que pueden revertir unilateralmente la situación combinando una posición de mano firme con reformas desde arriba. No me atrevo a negar la importancia de sus empeños, pero es claro que fuera del diálogo y la negociación no hay salida verdadera al problema, a menos que se esté pensando en términos de vencidos y vencedores.
No se puede decir, como lo ha hecho el gobierno, que ahora buscará el diálogo directo. Esa oferta sería una magnífica noticia si los zapatistas se hubieran manifestado en ese sentido. No es así, pero hasta donde sabemos no hay señales que así lo muestren. Todo lo contrario, su pesado silencio ha precipitado la crisis actual. Estamos, pues, ante una ilusión más, una de las tantas en las que han incurrido las máximas autoridades del país.
La supuesta clarificación que trae consigo la retirada de la Conai no se compensa con los riesgos potenciales que encierra. De inmediato surge una pregunta: ¿cuál será, de aquí en adelante, la posición gubernamental ante la Diócesis de San Cristóbal? En este punto es obvio que la Iglesia, sus obispos, la jerarquía toda, tendrán algo que decir y nadie puede apostar que será para sacarle las castañas del fuego al gobierno.
La crisis del diálogo en Chiapas obliga a darle un cauce eficaz a la atención de las causas del conflicto. Pero ése es un buen deseo en las circunstancias actuales, si al mismo tiempo no se procesan cambios de fondo en la sociedad chiapaneca.
Dado este contexto, resulta increíble la pasividad de los partidos políticos. Esta es la hora que continúan repitiendo las mismas cantinelas de siempre, sin atreverse a tomar el toro por los cuernos. Ni legislan en el Congreso ni trabajan en la búsqueda de un acuerdo digno de tal nombre. ¿Hasta cuándo?