ARREOLA Y SUAVE PATRIA
César Güemes, enviado/ I, Guadalajara, Jal. Ť La casa de Juan José Arreola es su memoria. Entrar en ella, con su anuencia, y recorrer a su lado los pasadizos preferidos del maestro resulta siempre un privilegio. Con motivo, claro. En este caso triple. La aparición de su más reciente libro, Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, publicado por Alfaguara, presentado por Carlos Monsiváis. El recital que dará hoy a las 19:30 horas, invitado por Socicultur y la editorial, en el Museo de la Ciudad de México (Pino Suárez 30, Centro Histórico), y que es calladamente un homenaje a la trayectoria del escritor oral por excelencia; y el reconocimiento que como lector asiduo del poeta jerezano recibirá a finales de mes en Zacatecas. Como es usual, Arreola toma variantes, que le vienen de su diaria práctica del ajedrez. Y todo, sin embargo, gira en torno del autor de la Suave Patria.
--Este viernes se efectuará en la ciudad de México un homenaje a su persona, maestro. Y sabemos que en breve, antes de que concluya junio, recibirá en Zacatecas un reconocimiento por su dedicación a la obra de López Velarde. ¿Qué le dicen los homenajes?, ¿cómo los asume?
--Son algo que no entiendo, pero que tolero. No se puede ser como he querido, indiferente a todas las cosas que no tienen que ver con la literatura. Agradezco mucho la deferencia, a la cual no llamo homenaje sino agasajo. La palabra homenaje me molesta por su aura modernista, por su carácter de papel de china y de hojas de laurel plateadas.
Devoción por el vate jerezano
``Lo de homenaje me suena a ostentoso y a hueco. Entonces, lo de agasajo me gusta más. Estoy al borde de terminar con los 80 años de edad. Las personas creen que cuando se cumplen 80, se entra en ellos, y no. De hecho el día que se `entra' en los 80, comienzan los 81. Tengo ya seis meses de vivir mis 80 años. Es todo lo que podría decir de eso. No se puede hablar de sí mismo y menos de esto que llaman homenaje. En todo caso, el agasajo es justo en la medida de la razón que me dan para entenderlo, que es mi devoción a un gran poeta mexicano, Ramón López Velarde. Personalmente lo quiero dejar muy claro: soy un hombre que tiene 70 años de leer, de saber de memoria poemas de López Velarde, y de no haber dejado ni un día de recordarlo, de sentir por él una devoción legítima y justamente recompensada. Que no se me reconozca ningún otro mérito sino el de ser un lector de primer orden. Y entre las personas que he leído bien a bien está Ramón. En ese sentido me siento tranquilo porque he dedicado mi vida a la lectura y a autores que me siguen, todavía, a pesar de mi edad, enriqueciendo.
``En López Velarde, ahora que lo visito por enésima vez, he encontrado expresiones que revisten una especie de novedad, incluso formal. Este hombre tenía una gran capacidad inventiva, a propósito del idioma, y continuamente estaba innovándolo. Habla, por ejemplo, de una vaca rumiante y faraónica. Pues esa vaca rumiante y faraónica desde la infancia me sedujo. No podía entender por qué la vaca podía ser faraónica. Ramón se la trae un poco de los cabellos, pero está muy bien traída porque como existe el Buey Apis, aunque no sea un generador de vida es un símbolo. Me acuerdo que a pesar de haber convivido con vacas desde muy chico, siempre me impresionó la presencia de estos seres. Mi padre nos tenía al pie de ellas durante la ordeña, les dábamos salitre para que se entretuvieran, se distrajeran y se dejaran sobre todo durante las primeras ocasiones de esta operación. Uno de los primeros olores de mi vida capital, así como el del comedor, es el del corral, del establo, pues estoy muy hecho de esa sustancia que me parece perfectamente legítima. Apenas acaba de llover aquí en Guadalajara, y tuve otra vez la impresión nuevecita de la tierra mojada, que es algo muy presente en López Velarde.''
--Es como si para entender la existencia, además de vivirla, tuviese que contrastarla con un texto, con una interpretación y una lectura.
--Eso me pasa porque más que la vida misma me jala la experiencia literaria. La vida vuelta fórmulas literarias, la vida en ritmos, la existencia armoniosa. Ramón tenía ese lujo extraordinario: llevar siempre los bolsillos del chaleco llenos de moneditas de oro, de palabras nuevas, de palabras que parecía que él volvía a acuñar. Las usaba con esa alegría del hombre que trae monedas de oro nuevecitas, que están diciendo por primera vez algo que es muy importante, como la monedita de oro que dice ``te quiero''. De López Velarde se conoce lo gran poeta que es, y de eso me di cuenta casi en la infancia, por esa novedad de sus combinaciones.
``Mi padre me dio a que me aprendiera la Suave Patria un martes por la tarde, a las cuatro, después de comer, y para el día siguiente, a las 11 de la mañana, recité el poema entero, sin equivocarme ni una sola vez, aunque tenía a mi hermana mayor de apuntadora para que en dado caso me sostuviera. Pero nada, la recité de cuerito en cuerito, y desde entonces vive en mí. Ya a estas alturas de la edad puedo recordar íntegra la poesía de Ramón sin ningún problema. Y tanto que Alejandro Aura quiere que ahora cuando estemos en Zacatecas, recitemos juntos la Suave Patria, de memoria, en la misma unción, más que devoción, en la misma unción. Entonces, en mí se ha ido enriqueciendo la verba de Ramón a lo largo de los años. Se puebla de palabras alrededor de las ya existentes, y es un continuo regocijo reencontrar siempre la novedad de la expresión, como él encontró la Novedad de la patria. Y es que de pronto la patria resultó una cosa nueva: López Velarde fue uno de los primeros que se dieron cuenta. Por eso para mí es el gran revolucionario dentro de la escritura.''
Poseer el misterio de advertir las cosas
--Alguien muy cercano a don Francisco I. Madero, un hecho que es muy poco conocido del poeta.
--Incluso, el único y verdadero amigo de Madero. Todos los jóvenes que se unieron a la propaganda maderista, más las muchachas con claveles que se acercan al movimiento en San Luis Potosí y en Zacatecas, estaban capitaneadas por este maravilloso hombre de armas poéticas que era Ramón. Y don Francisco, pues sí lo estimaba, pero no se daba cuenta realmente de quién era este hombre que tanto le ayudó. Porque cómo le acarreó gente. Aquí en Guadalajara expuso la vida. Y eso también es casi desconocido.
``Es bueno mencionar ahora el nombre de Elena Molina de Ortega. Profesora, hija de profesores españoles, que vino a Guadalajara, San Luis, Aguascalientes y no se diga a Zacatecas, a hurgunear, como decimos en Zapotlán, los archivos. Me decía ella, después: `Yo no tengo ningún mérito, lo único que hice fue ponerme a trabajar. Pero talento no lo tengo y no puedo con López Velarde, supera todas mis capacidades'. Pues ella, con esa humildad de hormiga trabajadora, fue reuniendo y localizando aquí y allá, en casas de amigos y amigas de Ramón, originales de cosas publicadas pero perdidas. El revolucionarismo de López Velarde, que fue profundo y sincero, no podía llegar a mucho, aunque sí era un hombre más ilustrado de lo que se cree. Un hombre vestido de negro, con bombín, zapatos de charol, bastón casi siempre. Pues ese hombre poseía el misterio de darse cuenta de las cosas. Y él fue el primero en ver la Novedad de la patria y en advertir que esa patria surgía gracias a don Francisco Ignacio Madero.
``Y todavía existen escandalizados por la obra maderista y revolucionaria de Ramón, lo mismo Octavio Paz en su hora que José Luis Martínez. Para ellos sigue siendo el hombre de las manos juntas, rezandero, persignado. En Zapotlán se dice así: persignado. López Velarde aparte de serlo era muy liberal y hasta el extremo.''
--Un pecador católico, pues.
--Bueno, el único pecador que vale la pena es el que es católico. Al que no lo es, el pecado no le sabe. El caso es que se nos llene la boca con el término, como si nos comiéramos un pescado entero. Ramón era eso. Yo, por ejemplo, sigo siendo un pecador católico, me reprocho, no puedo perdonarme. Llego a la blasfemia de decir: aunque tú me perdones, Dios mío, yo no puedo perdonarme, no sé cómo le haces para apechugar con todo este mar de pececillos vivientes y coleantes. Por eso en López Velarde era natural su acercamiento.
En sus primeros poemas encontramos la devoción, el apasionamiento y hasta la cursilería. Y ese es otro de los grandes méritos de Ramón: no le tenía miedo a ser cursi. Habla por ahí de que ``sueñan las damitas'', que es soberanamente cursi. Pero cuando un hombre es gran poeta, le vale gorro y le entra a la cursilería y la dice con toda la satisfacción del mundo.
``En mi casa se vivían escenas parecidas a las que en muchos momentos describe Ramón. En Zapotlán, nuestra casa era más grande que la de él en Zacatecas, porque se construyó en una etapa en que mi padre se sintió capaz de hacerse un espacio grande. El no medía más de un metro con 60, y habitábamos en una construcción cuyas paredes levantaban seis metros. Mi madre le reñía: pero si tú y yo somos chaparritos, para qué andas con estas paredes tan grandotas, si ni colgar un cuadro se puede. Pues era una casa totalmente típica, con un patio como el de la casa de Ramón: `Patio donde hay un brocal ensimismado/ con un cubo de cuero goteando su gota categórica/ como un estribillo plañidero'. Ahí de pronto aparece el poeta pero sin más ni más, y tan sólo está hablando de un cubo de cuero. Soy sincero, en mi casa no se decía cubo de cuero porque era en realidad una lata alcoholera, reforzada de la embocadura, con un travesaño para atar la cuerda y con él sacar agua a diario de ese brocal ensimismado en el patio agorero. Son adjetivos con los cuales presenta inmediatamente credenciales de poeta, porque inventa la combinación de palabras, los hallazgos, las novedades lingüísticas. Y piensa que los poetas que se preocupan mucho por la novedad lingüística sin fijarse en el fondo, hacen lo contrario por lo general, y meten el fémur hasta el coxis. El chiste está en ser novedoso y no novedosero. Como aquello de Picasso, que no buscaba sino que encontraba. Esa es la realidad del poeta, que en vez de buscar, encuentra. Déjame respirar un poco antes de continuar con esto.''
--¿Le cansa hablar, maestro?
--Pues sí, pero es que ayer por más que quise descansar, no pude. Tuve una tanda con una persona que no tenía citada, ni nada, y que no era periodista. Una visita. Un muchacho francés que resultó amigo de mis nietos, en cuya casa está viviendo, y ya se hizo amigo de mi nieta, peligrosamente. Es un francés de muchas facetas y yo apenas lo estoy averiguando.
``Ya vamos ahorita como en el sexto apellido y me doy cuenta de que para nada es francés. Etnicamente también es un personaje diverso y variado. Y me acuerdo de él porque me acomodó una talla apenas. Y sin tener que hablar con él. Nada más que me picó la cresta cuando sospechó que yo era muy afrancesado, al modo de López Velarde.''
Transmitir conocimiento, el problema
``Lo que pasa es que a Ramón le tocó formarse de una manera muy particular y compleja. Fue educado de manera doble, por un lado dentro de lo eclesiástico y por otro dentro de lo liberal, con maestros que provenían del discipulado de Gabino Barreda y, desde antes, personas que por separarse de España se arrojaron en brazos de Francia, resueltamente. Y era justificado en esos momentos, porque España olía a moho y Francia ya había creado a través de la Ilustración nuevos esquemas educativos. Fíjate que todo el problema está en la transmisión del conocimiento.''
--Hable de eso, usted que es maestro de generaciones completas de escritores.
--El maestro, y no lo digo tan sólo por lo que a mí respecta, tiene que ser transparente, permeable, sobre todo no opaco, que deje pasar la luz aunque no provenga de él. López Velarde, como mi padre y mis tíos, tuvieron una educación doble, muy eclesiástica y al mismo tiempo llena de liberalismo.
``Tuve dos tíos sacerdotes. Uno de ellos murió después de 60 años de ejercer el sacerdocio. Y el otro dejó la Iglesia desde los 25 años de ejercerla porque no estuvo de acuerdo con ciertas cosas. Y como decía categóricamente lo que pensaba, lo llamaron a cuentas y le dijeron que o se sometía o se salía. Y dijo entonces una frase cuando le preguntaron por qué dejaba la Iglesia: porque para seguir siendo cura, necesitaba ser sinvergüenza o idiota. Eso dijo, y como no era ni lo uno ni lo otro, se acabó para siempre su participación en la Iglesia.
``Aquí cuento una historia que es pertinente para que se vea el carácter del personaje: don José María Arreola, mi tío, se mandó hacer un ataúd a su gusto, y lo tenía debajo de la cama. Cada vez que se sentía mal iba y se metía en él. Mis tías no lo encontraban, claro. En ese ataúd, en una camioneta, un primo oficioso y servidor de beatas se lo llevó en los últimos instantes de su vida al templo de la Trinidad. Y mi padrino, su hermano, le dijo, pero bueno, para qué lo trajeron si este hombre ya está más para allá que para acá. Entonces, de esa familia provenimos. A Ramón lo cita dos veces el padre Arreola. Lo que no he podido encontrar son las cartas. Porque él tenía un epistolario muy nutrido.
``Era tan inquieto de muchacho que ya desde el seminario de Zapotlán, se escribía con Flammarion, el astrónomo director del observatorio de París. Pues de esa cepa provienen López Velarde y mis antecesores. Y yo, que no puedo negar la cruz, pues cómo.''