Es bien sabido el origen de la ONU, institucionalizada en San Francisco (1945) para mantener la paz mundial, fomentar la cooperación y resolver los conflictos internacionales con base en el respeto a la soberanía de los pueblos y a la libertad de los hombres, objetivos burlados en no pocas políticas puestas en marcha en el último medio siglo. Recordemos la colisión entre el Consejo de Seguridad y la Asamblea General, con motivo sobre todo de las decisiones militares fomentadas por Estados Unidos de Norteamérica y censuradas en la Asamblea. No se ignora que a las veces el Consejo se transforma en un órgano al servicio de los intereses faccionales del Tío Sam y socios. Muchos países han puesto en duda los bombardeos sobre Irak, los batallones castrenses de la ONU en los balcanes europeos o en Asia y Africa, duda a la que se han sumado importantes asociaciones civiles de enorme peso moral.
No significa lo anterior una censura total a la ONU, pues en sus haberes hay éxitos reconocidos y plausibles: cuando sus acuerdos están inspirados en los intereses comunes, son alentadores; si la parcialidad de los poderosos triunfa, el efecto es negativo. Y esto sucede en las reuniones de la ONU que eluden tratar a fondo los problemas, según lo acredita la conferencia recientemente celebrada en Nueva York sobre las drogas. La múltiple oratoria se asemejó a los viejos concursos estudiantiles por su verborrea, la abundancia aplastante de palabras, la insistencia en novedades añosas que se pondrán en marcha por primera vez y la repetición de técnicas y estrategias banales, y frente a tan gozosa y excitante parafernalia, en la que por supuesto ocupó primerísimo lugar el presidente de Estados Unidos de Norteamérica, periódicos tan importantes como el New York Times han señalado el absurdo que muestra que las luchas antidrogas exaltadas en la sede de la ONU son tontas, inútiles y quizá mañosas. Se encarcelan capos, se destruyen cientos de toneladas de este o aquel veneno, se crean nuevos cuerpos policiales y se organizan combates para reprimir bandas y anular laboratorios, y a pesar de todo, abundan y son más baratas que nunca antes las drogas vegetales y sintéticas; es decir, las tácticas puestas en práctica son un fracaso ostentoso, y esas tácticas han sido enaltecidas por los congregados en la ONU.
Pero hay algo más. En el conjunto de la desmesurada palabrería de los oradores, nadie preguntó el porqué la gente consume enervantes con una creciente fruición. ¿No será acaso que la drogadicción igual que el alcoholismo y otras perturbaciones de la conducta, son simples consecuencias de profundos fracasos en la civilización? El socialismo real se frustró porque una élite burocrática pretendió organizar desde la cúpula a la sociedad sin consultar a los ciudadanos, y esto explica la ausencia de protestas cuando se vinieron abajo los mandamientos del Kremlin y sus agencias internacionales. ¿No está sucediendo lo mismo con las llamadas democracias capitalistas? La democracia real, la existente en la historia, contrasta violentamente con la democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En la democracia real son las élites del dinero las que diseñan el modo de vida de los hombres, sin hacer caso de sus sentimientos, pues la meta es acumular riqueza en esas minorías por el crecimiento de las ganancias, sin importar desde luego ni soberanías ni derechos humanos. No existen en el presente países ricos y pobres y sí castas brutalmente opulentas y masas famélicas y desesperadas; las élites transnacionales desde bambalinas gobiernan gobiernos armados hasta los dientes para imponer su voluntad manipulando además el inconsciente de los ciudadanos.
Ahora vale una interrogación, ¿no es en esas sangrantes asimetrías donde se cultivan las desesperanzas que impulsan hacia la salida falsa de las drogas? Pero hacer esta pregunta en la Asamblea de la ONU hubiera causado una explosión, porque se pondría en entredicho la prosperidad de los prósperos junto con los privilegiados de los privilegiados, ¿o no?