Julio Frenk
La contaminación de la contaminación

La celebración, el pasado 5 de junio, del Día Mundial del Medio Ambiente adquirió en México un tinte de ironía involuntaria ante la crisis ecológica que ha agobiado al país. El carácter irónico quedó subrayado por la contingencia ambiental que sería declarada en la capital de la República casi al mismo tiempo que se realizaban los actos oficiales.

Además de esta infeliz coincidencia, el Día Mundial del Medio Ambiente ha estado marcado este año por varios aspectos novedosos. Uno, muy positivo, es la capacidad de los gobernantes para reconocer abiertamente la gravedad de la situación, actitud que contrasta con la tendencia de muchas autoridades pasadas a minimizar los problemas ambientales ante la opinión pública. Como muestra está la afirmación del propio Presidente de la República en el sentido de que este año no hay nada que celebrar. De hecho, el Día Mundial ofreció un marco inusitado para reiterar el inventario de nuestras frustraciones.

Un segundo aspecto novedoso es el pluralismo político. Por primera vez, las autoridades de la ciudad de México y del gobierno federal pertenecen a partidos diferentes. Al lado de la saludable diversidad de puntos de vista, se ha dado, sin embargo, un fenómeno preocupante a este respecto. Se trata de la contaminación, con propósitos políticos, del problema de la contaminación atmosférica. En efecto, los habitantes del Distrito Federal hemos sufrido una irritación que no sólo proviene del ozono y las partículas suspendidas, sino también de las contradicciones entre diferentes dependencias gubernamentales. En las últimas semanas, autoridades de varios niveles y distintas áreas de competencia en el gobierno citadino y en tres secretarías federales (Medio Ambiente, Salud y Educación Pública) se han enfrascado en un intercambio de información contradictoria, ataques y contrataques, declaraciones y retracciones. El resultado neto es confusión y frustración entre la ciudadanía.

Nadie duda que el tema del medio ambiente forma ya parte vital de la agenda política. De hecho, resulta muy positivo que los diferentes partidos incluyan propuestas de política ambiental en su oferta. Pero una cosa es el debate político serio en torno a la cuestión ecológica y otra la manipulación de una emergencia para obtener ganancias políticas. Ante una situación tan grave como la de las últimas semanas, debe prevalecer la información confiable que oriente a la población y permita enfrentar el problema.

La complejidad de los procesos ecológicos requiere de un sustento de información de alta calidad. A los ciudadanos nos preocupan, en particular, los efectos de la contaminación sobre la salud. Determinar estos efectos requiere del más riguroso examen de la ciencia para poder ofrecer conocimiento fidedigno que guíe la formulación de políticas.

Dicha complejidad queda de manifiesto en la yuxtaposición de diferentes problemas de salud ambiental. Por un lado, no hemos sido capaces de resolver del todo la contaminación biológica del agua y los alimentos, característica del subdesarrollo, que sigue ocasionando miles de muertes por enfermedades gastrointestinales cada año. Al mismo tiempo, enfrentamos ya modalidades de contaminación propias de nuestros caóticos patrones de urbanización e industrialización: infición química de aire, agua y suelo, ruido, devastación visual del paisaje citadino.

Se ha señalado muchas veces, y con razón, que es imposible terminar de raíz con la contaminación sin anular toda posibilidad de desarrollo económico. Pero lo que sí puede definirse es el margen de deterioro ambiental que estamos dispuestos a tolerar. Y eso es una decisión que no puede tomarse sin la presencia activa de una ciudadanía bien informada. Dadas las presiones de la población sobre los recursos y los enormes requerimientos del crecimiento económico, se impone la necesidad de evaluar, con sentido de equilibrio, los efectos sobre la salud de la exposición a los diferentes contaminantes. De hecho, la salud debería ser el fiel de la balanza que permitiera encontrar el punto óptimo del triángulo vital entre población, ecología y desarrollo económico.

El tema del ambiente y la salud ha llegado a constituir, en todo el mundo, una de las preocupaciones centrales de nuestro tiempo. Existe un compromiso común que nos debe unir a todos, independientemente de las afiliaciones políticas: luchar por que el medio ambiente no se vuelva un ambiente a medias, sino que ofrezca los elementos sostenibles para el pleno desarrollo individual y social.