ƑPor qué debía disculparse el gobierno de Washington por la operación Casablanca y comprometerse claramente a no hacerlo nunca más, si en realidad el asunto le causó un bajo costo político?
Las consecuencias para el gobierno norteamericano fueron, en términos concretos, una nota de protesta diplomática, un reclamo público de la canciller mexicana, una disculpa a puertas cerradas por parte de la secretaria de Estado norteamericana y ninguna condena contundente y explícita en la sesión antidrogas convocada por la Asamblea General de la ONU. La posibilidad de que se siga la vía legal para juzgar a los agentes americanos que realizaron actividades ilegales tampoco parece preocuparlos. Es claro que no habrá disculpas ni se extraditarán a nuestro país los agentes estadunidenses involucrados. Más aún, la Operación Casablanca, con toda su ineficacia, sirvió para que Washington se presentara en la sesión de la ONU como un país que combate frontalmente el lavado de dinero. La nota de protesta mexicana sirvió, paradójicamente, para que sectores políticos norteamericanos cerraran filas en torno a este tipo de acciones.
Prueba de esto fue la carta de Trent Lott, líder del Senado de Estados Unidos. En ella le dice al Presidente de la República estar decepcionado por el reclamo mexicano contra la Operación Casablanca; afirma que Ernesto Zedillo se comprometió personalmente con él a atacar el lavado de dinero y que le sorprendió mucho su queja. Agregó que la citada acción debe ser bienvenida por todos los gobiernos interesados en el combate al narco; se llama amigo de México por no haberse sumado a las voces que pedían la descertificación que había otorgado Clinton. Finalmente, termina exhortando al Presidente a cooperar con Washington. Es difícil encontrar un mejor ejemplo de ceguera hacia lo que pasa en su propio país, de arrogancia imperial y de espíritu intervencionista que la carta de Lott.
Por otro lado, la participación de Estados Unidos en la cumbre antidrogas no garantiza en lo inmediato el abandono de prácticas intervencionistas como la certificación, hechas sobre todo para consumo de la clase política de ese país, pero totalmente inefectivas en el combate al narcotráfico.
Los organizadores de la reunión de Nueva York han subrayado que por primera vez se habló del problema de la demanda de estupefacientes. En este sentido, el presidente Clinton ha sido un poco más sensible que sus predecesores en la idea de que bajar el consumo es una parte fundamental de la estrategia antidrogas. También se trató de borrar la diferenciación entre países productores y consumidores. Sin embargo, lo cierto es que los países donde se producen acusan a los consumidores, y éstos a aquéllos. Haciendo un balance de la reunión, se diría que se dio un primer paso totalmente insuficiente hacia una nueva concepción de lo que debe ser el combate a las drogas.
Para nuestro país ha sido muy gravoso seguir el método actual de lucha contra el narco, influido sobre todo por la concepción estadunidense, que parte de la base de que es un asunto casi exclusivo de las fuerzas del orden. Tras de éstos subyace la idea de que somos una nación productora o de tránsito, en dónde el consumo es prácticamente inexistente. Esta visión está equivocada. Recientemente el secretario de Salud destacó --en lo que constituyó una crítica de alto nivel al camino seguido en los últimos años-- que si no dedicamos más recursos a prevenir el consumo de drogas seguiremos llegando tarde y perderemos la batalla. Es un error, afirmó, enfrentar la drogadicción desde el ámbito puramente policiaco. Hasta ahora los presupuestos más importantes se han destinado hacia la persecución de los narcotraficantes. De acuerdo a lo dicho por el funcionario, México destinó en 1997 aproximadamente mil millones de dólares para este rubro. Cabe preguntarse dónde están esos recursos para analizar, como sociedad, una distribución que también atienda a la prevención y a la curación. Llama la atención que en los discursos de los funcionarios no se relacione el deterioro del nivel de vida, las crisis permanentes y el creciente ambiente de inseguridad, con el aumento en el consumo de drogas de una generación que llega a su adolescencia o juventud agobiada por lo incierto de su futuro.
Finalmente, el asunto Casablanca, a más de 15 días de haberse conocido, está aún lejos de haber sido superado y continuará causando problemas en una relación bilateral difícil, en la que Estados Unidos no acaba de entender nuestra posición, y nuestros funcionarios no terminan de ser todo lo claros que deben. La siguiente etapa de este asunto la veremos durante la próxima reunión binacional, en la que seguramente los legisladores mexicanos de todos los partidos tendrán la oportunidad de explicar a sus homólogos americanos, con palitos y manzanitas, nuestras molestias.