Atenta contra la soberanía nacional.
Existen grandes posibilidades de que, al término del Mundial, aproximadamente el 73% de la población quiera adquirir la nacionalidad nigeriana o camerunesa.
Crea malos hábitos.
El Mundial sólo dura unas cuantas semanas. Cuando termine y usted quiera seguir disfrutando de la maestría de Stoichov, la gambeta de Ronaldinho o la potencia de Klinsman, sólo encontrará al Gusano Nápoles, al Chicharito Hernández o Raúl Llanos. De frustraciones como ésta casi nadie se recupera.
Incrementa los índices de violencia.
Está científicamente comprobado que escuchar los alaridos del Perro Bermúdez por un lapso de 18 minutos o más, provoca en el espectador el deseo irrefrenable de meterle el micrófono ¡donde las arañas tejen su nideee!
Provoca un retroceso en el nivel educativo.
Al tercer día de ver futbol, comer futbol, soñar futbol y vomitar futbol, el aficionado comenzará a experimentar la pérdida de las nociones más elementales en materias tales como geografía, olvidando cosas como, por decir algo, dónde queda Chiapas.
Altera los husos horarios.
Tener en nuestros relojes la hora de Francia provoca peores confusiones que el horario de verano, incrementa en 68% el gasto de energía, sobrecarga el refri y enoja a la señora.
Atenta contra el orgullo patrio
Es altamente probable que todos los observadores italianos que fueron expulsados de Chiapas vayan a los partidos del Mundial a pitorrearse de las golizas que Corea, Bélgica y Holanda le van a poner al tricolor. Y eso, ningún mexicano digno, puede aceptarlo.