José Agustín Ortiz Pinchetti
El derecho al catastrofismo

Reivindico mi derecho al catastrofismo. Casi renuncio a mi optimismo de principios de año. Reconozco que puede ser un error confiar en que las cosas podrían salir bien. Y a los argumentos me remito.

A principios de año advertíamos en el horizonte nacional ``puntos rojos''. Al cumplirse el primer semestre, estos signos se vuelven amenazantes. Los aspectos claros se difuminan y aparece un cuadro que pudiera anticipar una crisis política y económica de primera magnitud. ¿Ineptitud para gobernar? Es casi imposible evitar la respuesta afirmativa. Pero culpar de todo al Presidente es una actitud ``regalista''. ¿Quiénes son los demás responsables? Empecemos con las señales.

1. En enero se vislumbraba imperiosa la desmilitarización de las zonas de conflicto en el sureste, y posible un arreglo definitivo en Chiapas. Los cambios en el gabinete parecían facilitar las cosas. Hoy las dificultades son mayores. Las partes mantienen posiciones rígidas y el gobierno un doble discurso (uso de la fuerza y retórica pacifista). El obispo de Chiapas renunció a su tarea como intermediario. Casi enseguida, la policía y el Ejército atacaron un poblado donde murieron por lo menos once personas. Unos días antes se había registrado otro incidente sangriento en Guerrero. El entrampamiento es completo. Los guerrilleros esperan en ominoso silencio en la selva.

2. A pesar de los buenos augurios de enero, no se han dado los pasos necesarios para el desmantelamiento de la monarquía presidencial, y las partes parecen dejar el tema para después del año 2000. La nomenklatura priísta está dispuesta a defender ``casa por casa'' el antiguo sistema. No hay garantías para liberalizar a los medios, ni tampoco nada nuevo en cuanto al equilibrio real de poderes, el federalismo y la reorganización judicial.

3. Incluso el concepto de una política económica de Estado ha desaparecido del debate público. Y la economía está peor. Las crisis bursátiles remotas, la manipulación de los mercados de valores y de los precios del petróleo precipitan nuevas devaluaciones y reducen el crecimiento. La recuperación volverá a ser eslogan del próximo sexenio. Pero antes tendremos que pasar por la crisis del final de éste. No se sabe tampoco de ningún mecanismo para evitar la fuga de capitales. En cuanto se inicie la pugna electoral, los especuladores podrán atacar impunemente las reservas nacionales de dólares.

Nos esperan dos o tres meses de revelaciones. Los legisladores van a hacer públicas las condiciones de créditos privilegiados a 400 inversionistas, y la extorsión a nueve millones de deudores. La principal víctima política del Fobaproa va ser el PRI. Por disciplina apoyó los rescates y ahora tendrá que pagar con impopularidad. De ahí la rabia creciente de los priístas contra el presidente Zedillo.

4. En un semestre, nuestra dependencia de las decisiones del gobierno estadunidense se ha hecho todavía mayor. Cada vez son más abiertos y exasperados los actos intervencionistas. Es como si los ahorradores estadunidenses y su gobierno se estuvieran dando cuenta de que su asociación con México, que les dejó tan buenas utilidades al principio, está reportando ahora rendimientos decrecientes y mayores riesgos. Es seguro que los 67 mil millones de dólares necesarios para rescatar a la banca mexicana van a aumentar la deuda externa. ¿Qué nuevas ventajas podrán pedirnos nuestros acreedores? ¿Y por qué pedir dinero a los extranjeros, si los magnates mexicanos tienen en cuentas bancarias y terrenos en Estados Unidos más de 150 mil millones de dólares?

En fin, problemas que tienen 50 o 60 años sin solución, la están exigiendo todos a la vez. Y si el Presidente no tiene una aptitud para enfrentar este reto, ni el pueblo ni las élites políticas están dispuestos a asumir responsabilidades. Nuestra gente quiere mejoría económica y seguridad. La crisis dura ya 18 años; irrita que cada día sea peor el ataque que la policía y los ladrones hacen a la ciudadanía. Somos un pueblo deprimido. Los sueños de grandeza del salinismo se desplomaron. Hoy el proyecto nacional parece agotado. Y la palabra democracia, que tenía una vibración a principio de sexenio, va perdiendo sentido. Los grupos políticos continúan obrando, guiados por los fines más inmediatos, sin que a nadie parezca importarle no digamos el destino del país, ni siquiera lo que pueda pasar en el siguiente semestre.

Ante este panorama ¡y con esta maldita sequía!, ¿podría yo ejercer mi derecho a ser un poco catastrofista?