La Jornada Semanal, 14 de junio de 1998
Todo un mes de futbol (los deleites de la destreza y el coraje), de melcocha patriotera, picardías de mercachifles y de ritos y liturgias que son desde que el mundo es. De esto y más nos informa Chimal.
Los gladiadores del ozono
``Siempre que llegues a una ciudad que no es la tuya, visita la iglesia'', decía mi abuelita. Pero como esta ciudad, París, está llena de iglesias, entiendo que puedo ir a la del barrio para no fallarle a la gran jefa. Pero, al caminar por la calle de San Pablo una fatalidad me entretiene. El pub escocés de la esquina. Adentro no se ve nada, excepto los pechos rosados de los parroquianos y los escupitajos después de un trago a su pinta. En el fondo del salón hay un futbolito. ``Siempre que llegues a una ciudad que no es la tuya'', decía por su parte mi abuelito, ``échate una cascarita con los lugareños. Así sabrás si son tus amigos o enemigos''. Eso hice.
Puesto que llevaba puesta una camiseta negra con la leyenda ``Alba'' al frente, que quiere decir Escocia en gaélico, pronto encontré pareja. La tarde no pudo haber sido mejor. Bebimos cerveza en línea gracias a los tiros certeros de John Collins y, aunque mi defensa careció de la reciedumbre requerida, pude salir bien librado por una especie de hechizo que me acompaña desde que salí del terruño. La magia de dos gatos me protegió de los salvajes cañonazos de las furiosas retadoras.
Más tarde nos fuimos cantando rolas de Rod Stewart hacia la plaza de la Concordia pero al llegar al jardín de las Tullerías nos detuvo la ley. ``Si no traen invitación, no pasan'', dijo el guardia. Muy bien, respondimos, vamos a hacer bola en la plazuela de Juana de Arco. Antes de que pase el autómata asiático Ho, precedido por horribles figuras espigadas y la parafernalia cibernética que fascina a los franceses, unas chicas con trajes dorados pegados a sus bellos cuerpos se asoman a los balcones de los hoteles que miran a la plazuela. El aullido del personal no se deja esperar. Entonces dos de ellas sacan sus mantas y las despliegan: ``Avis de femme: Vive le Rugby!''. Los escoceses se dividen, unos siguen aullando más alto y otros las abuchean. El público aplaude no porque esté de acuerdo o en desacuerdo sino porque quiere ver más. Y las chicas vuelven a salir. ¡Dios santo, préstame tus binoculares!
Estupefactos unos, patidifusos otros, hemos visto pasar a los colosos con una mezcla de fascinación y temor. En el más puro estilo francés, los cuatro gigantes nos han mostrado su alma cibernética, sus piernas neumáticas y la mirada fría. A decir de sus creadores, ellos nos representan a todos; son prótesis que nos acompañarán hasta el fin de nuestros días, o al menos hasta que acabe este Mundial. El paso lento de Ho el amarillo nos hunde en el pavimento. Hace falta una pinta. Para colmo, el filósofo de ocasión que Collins trae dentro comienza a decirme: ``El soccer genera la misma expectación en el público y aborda los mismos temas que los mitos milenarios de la humanidad: la lealtad en la arena, la traición del cuerpo y la pericia, el estrellato y la soledad. Quienes hemos jugado una cascarita, en un pequeño estadio o una gran final hemos sido gladiadores, gladiadores modernos que buscamos, en 90 minutos, descifrar el Tiempo y el sentido del Otro, desafiar el ozono troposférico y sucumbir con un balón en los pies. El equipo, cada uno de los once de la tribu, enfrenta a un adversario que es una distorsión onírica de sí mismo, pues su debilidad, sus cálculos mentales imprecisos, el riesgo de fracasar, incluso de ser gravemente herido, todo ello puede considerarse como poderes que pertenecen al Otro.''
Tal vez, mi querido John Collins, aunque nunca pensé que un vago del futbolito pudiera alcanzar semejantes densidades por un juego tan elemental. Después de todo, los parámetros de nuestro propio ser no son más que afirmaciones fantasmales que se hunden en el pasto. ``Son las fronteras con el yo del Otro en el choque franco'', agrega un francés que ha seguido nuestra sublime disquisición. ``Cuando el espíritu de un equipo ha sido socavado en la cancha no significa una simple mutilación o humillación vana. Significa, mientras los combatientes caminan por el túnel hacia los vestidores, que han sido puestos fuera de combate en el Tiempo. Los últimos 15 minutos del segundo periodo constituyen cierto paréntesis metafísico a través del cual debe internarse la oncena atrás en el marcador si espera cristalizar su yo y reflejarlo en el Otro.'' Si quiere continuar, como el autómata que desfila ahora frente a nosotros, antes de que se agote el Tiempo, pienso yo. Vuelven a aparecer las bellas doradas en los balcones, esta vez con un balón en la cabeza. El gigante voltea hacia ellas, quienes saludan y desaparecen. Su tiempo se ha terminado.
Cansados por la falta de acción, nos metemos en el túnel de los deseos. Los gatos hechiceros que me acompañan nos guían hasta la oficina de correos de la Bastilla. Quiero enviar un mensaje pero la cola es larga. Mientras, voy a echar un vistazo al directorio de negocios que ofrecen sus servicios. ¿Qué quieres ser?, le digo a John Collins, deshollinador a granel o el que recoge la ceniza una vez terminada la tarea del maestro deshollinador. Mira, también hay lavanderías que solicitan especialistas en almidonar prendas y tiendas donde requieren alguien que confeccione bandas de duelo para agregar al sombrero. Afuera, alguien espera a los vendedores de hielo que se cruzan con los encargados de limpiar las bujías públicas; en los mercados citadinos y en los pequeños poblados se comercia con el hollín, mientras las selecciones arrancan el pasto de los estadios. El aceite de ballena fortalece a los defensas del Japón, el jabón casero lava las piernas de los atacantes argentinos y el chamán del equipo inglés aplica ventosas y provoca sangrías a sus aguerridos leones. ¿Qué te parece?, le digo a John. ``Un autómata, siempre he querido crear un robot.'' Me parece que al escocés se le han pasado las cucharadas.
``No, no, deveras'', me dice mientras vamos a la tienda de enfrente a comprar media docena de Carlsberg. ``Ellos y nosotros somos uno, máquinas y humanos estamos destinados a evolucionar juntos y a perecer juntos. ¿Sabías que ya en los tratados de Herón de Alejandría se habla de una muchacha artificial que acerca su hidria a una jícara? También aparecen descritos artefactos animados por vapor de agua, el flujo de un líquido o simple gravedad. En la Iliada, Homero menciona una clase de autómatas creados por Hefesto, con los que mantenía brioso el fuelle del herrero. Feo y de mal carácter, arrojado por su madre Hera desde la cima del Olimpo porque había nacido enclenque y rescatado por Tetis y Eurinome, Hefesto tenía a su servicio muchachas de oro que parecían reales, como las bellas de la plazuela de Juana de Arco. No sólo podían hablar y adornarse; poseían entendimiento y eran capaces de realizar las tareas más complicadas que él les encomendaba.''
Muy bien, le digo, ni una cerveza más. Pero es inútil, la lengua de John es larga y las cervezas muchas. Ha quedado prendado por los colosos de la Concordia, por los peces-balón y demás bichos raros que han desfilado por aquí hasta caer la noche. Me mira con sus húmedos ojos azules y continúa: ``En 1709, Jacques de Vaucanson presentó en el Hotel de Longueville, un pato acompañado de un tamborilero. El pato causó sensación, pues la máquina disfrazada de animal alargaba el cuello para beber, tomar la comida, tragarla, digerirla... y arrojar sus detritus. Muchos otros intentaron construir máquinas parlantes durante ese periodo. Entre ellos, Etienne Gaspard Robertson, conocido por sus increíbles ``fantasmagorías'' que fascinaron a París a fines del XVII. En 1810, agregó un elemento novedoso en su espectáculo, un ``fonorganón'', una máquina con la figura de un niño sobre una base de madera. Las frases que el muñeco podía proferir con toda claridad celebraban al emperador, galanteaban a una bella mujer y afirmaban tener una manzana en el saco.
``Entonces, como ahora, estos caros juguetes han despertado la imaginación de poetas y filósofos y han deleitado a los cortesanos, funcionarios, políticos y estrellas de la farándula. Lo mismo sucede con los jugadores de futbol. Son ellos resultado del talento y la dedicación de los maestros de la relojería y la joyería deportivas; en manos de Berti Vogts, de Zagallo, cada pieza es el resultado de años de planeación y trabajo extenuante. Un buen actor en manos de un mal director es pésimo; un actor mediocre en manos de un buen director es genial. Esta Copa la ganarán no los colosos mudos sino los gladiadores del ozono dirigidos por un maestro relojero.'' Muy bien, John, no sé si Escocia va a ser campeón pero tú te has ganado el cielo.