Palabras para agradecer la medalla Roque Dalton
En el verano de 1917, el poeta ruso Boris Pasternak tenía 27 años, que son la mejor edad para vivir una revolución. Entre aquellos febrero y octubre, Boris confirmaría un temprano descubrimiento: que la vida, como la quietud del otoño, se compone de detalles.
Lo que susurra en el pasto despierto, en las hojas que caen, en una sencilla gota en la brisa, en la quietud de una mano, en una emoción sin importancia.
En ese 1917, el de los 10 días, que conmovieron al mundo, escribió Mi hermana vida, un libro moderno y antiguo, clásico y cubista al mismo tiempo que Picasso, que según Joseph Brudsky produce ``la poderosa sensación de tener entre las manos un cristal; de que el mundo te fue dado a través del ojo multifacético de la abeja''.
Años después, ya bajo el estalinismo, que lo trató tan mal, y con el que Pasternak nunca se avino, escribió de ese tiempo y de Mi hermana vida en el epílogo al escrito autobiográfico Conducta segura: ``Realmente no fui capaz de dar un buen recuento de aquellos, los días eternamente primeros de todas las revoluciones, cuando los Camille Desmoulins de este mundo se suben a las mesas y detienen a los transeúntes con sus clamores al viento. Fui testigo de esos días. La realidad, como una hija natural, corrió semidesnuda fuera del confinamiento y puso todo su ser, ilegítimo y harapiento, contra la historia legítima. Vi el verano sobre la Tierra, y me pareció incapaz de reconocerse a sí mismo; era natural y prehistórico como una revelación. Escribí un libro sobre eso, y allí expresé las cosas más imperceptibles e intangibles que se pueden conocer de una revolución''.
Viene a cuento Pasternak en esta hospitalidad de Roque Dalton. Los dos poetas cantaron libremente en los días eternamente primeros de aquellos veranos. Esa aventura le costó la vida a Roque, pero escribió también un libro, con las historias de su Pulgarcito. Lo mataron en el seno de su propia revolución, a quienes después serían capaces de traicionarla y pasarse al lado de la que Pasternak llama, con desprecio, historia legítima.
En cambio, Boris Pasternak atravesó los primeros veranos de la revolución, los segundos y los terceros, y todos los inviernos de este mundo, acorazado bajo el escudo de ``apolítico'' que culminó en Doctor Zhibago.
Fue la conciencia incómoda de la revolución traicionada. Al final, el reconocimiento internacional a su obra y su disidencia abrió un boquete definitivo en la ``historia legítima'' del padrecito Stalin.
En el poema Espejo, escrito por Pasternak en aquel verano de 1917 como si la revolución no tuviera nada que ver, aparece expresado eso intangi- ble que está (Y si la poesía es aquello que se pierde en la traducción, en esta versión quizá esté doblemente perdida, pues proviene de una traducción al inglés.)
ESPEJO
En el espejo humea una tasa de chocolate,
la cortina de encaje se
abandona al
/baile
y a lo largo de la vereda que conduce al
caos de jardines y estepas el espejo
/oscila en fuga.
Los pinos agujan al aire
con la ondulación de su resina.
Mientras el jardín arma un gran
/alboroto
para recoger sus
lentes,
el viento peina el pastizal
donde la Sombra lee un
libro.
Y al fondo, en la oscuridad,
más allá del portón y hacia
la brecha,
entre los rastros de serpientes y de
/ramas,
en la
dulzura alucinante de los prados
una blanca luz de
cuarzo
destella en el calor.
El alma no puede ser minada
como se vuela una veta con nitrato
de
/sodio
o se desgajan las gemas con un
/zapapico.
El vasto jardín en el espejo
se agita hacia el vestíbulo-
pero
el vidrio no se rompe.
No logro extinguir la luz de mis ojos
en
estos hipnóticos dominios
mientras las babosas del jardín
cubren
los ojos de las estatuas
después de la lluvia.
Un tic-tac del agua gotea en sus oídos
y un gorrión gorjea
brincando la
/empalizada.
Puedes pintarles los labios
con jugo de arándanos.
Nunca pondrán
fin a sus trucos
El jardín levanta el puño hacia el
/espejo.
El cuarto y el jardín se agitan.
El espejo en fuga los
atrapa,
los agita todavía más.
pero el vidrio no se rompe.