Elba Esther Gordillo
El último Mundial del milenio

Sumergidos como estamos en el mundo de la comunicación total, la realización del campeonato de futbol y la promoción que de él se ha llevado a cabo, motiva una multitud de reflexiones para tratar de entender el porqué de la tremenda importancia que dicho deporte tiene en el nivel universal.

Saber que la FIFA reúne a más países que la ONU, que miles de millones de personas estarán pendientes de cada uno de los juegos que durarán más de un mes, que los intereses empresariales que hay detrás de este deporte no tienen comparación, que los niveles de involucramiento colectivo que despierta la participación del equipo nacional no se alcanzarían de otro modo, sólo por citar algunos, hablan de un fenómeno social único. El futbol convoca sin importar cultura, nivel de desarrollo, religión, raza o sistema político.

Hay quienes afirman que ello sucede porque es un deporte barato; sólo se necesita una pelota y un grupo de entusiastas para que pueda llevarse a cabo. Sin embargo es ésa una apreciación que, si bien válida, no basta para explicar el fenómeno.

Al ser un deporte de conjunto, en que el equipo participa, todo, en cada jugada, su principio esencial es el de la solidaridad, característica que pocas actividades tienen hoy; es más, el individualismo que parece ser la consigna, niega el principio de la asociación.

En segundo lugar, es una actividad que somete a quienes lo juegan a una rigurosa disciplina. El ``juego limpio'', divisa del campeonato mundial, aumenta el convencimiento de que sólo así, jugando limpio, se logra cumplir con el motivo esencial del juego y también de la vida. Los jóvenes indomables, incluso los hoolligans, cuando están en la cancha, respetan las reglas, respetan al árbitro, respetan los principios del juego. El futbol nos enseña que deseamos vivir con reglas y que estamos dispuestos a acatarlas, siempre y cuando les reconozcamos valor.

En tercer lugar, el campeonato nos hace evidente que nos faltan motivos para estar unidos. Si bien es estimulante apoyar aquello que nos es más cercano, los duros y exigentes tiempos que hoy vivimos nos dan pocos motivos de satisfacción. El capitalismo salvaje, la aberrante concentración del ingreso, la pobreza exultante, la violencia, el ataque ecológico y las drogas, dejan poco espacio para el regocijo. El futbol contribuye con el nada despreciable objetivo de brindar alegría, tan escasa hoy en día.

Y quizá lo más importante: nos permite ratificar, con entusiasmo, incluso con fanatismo, que queremos seguir formando parte de la nación a la que pertenecemos. Si bien la globalidad es un hecho irreversible, no estamos dispuestos a mutar los principios esenciales que nos explican y nos justifican. El futbol es nacionalismo. Podemos incluso entender las reglas de la ``aldea global'', pero no queremos colocarnos por encima de los argumentos que nos diferencian del resto. Ya en ese plan, qué hermosa la victoria de México ante Corea del Sur; el orgullo nos invade y la satistacción nos estremece.

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