Todos los datos científicos y la rea-lidad que nos circunda muestran que en este siglo aumentaron las temperaturas del aire, los océanos se calentaron, mientras el nivel de los mismos se eleva porque el agua se expande a medida que se calienta. Muchos glaciares se redujeron en respuesta al calentamiento global; las plantas en las áreas montañosas se desplazan hacia las cumbres a medida que aumentan las temperaturas; la lluvias, en especial las de tipo torrencial, son más abundantes debido a que el calentamiento global ha puesto más vapor en el aire; las inundaciones crecen porque hay más agua de lluvia; los organismos internacionales de salud señalan que dicho calentamiento multiplica el número de mosquitos portadores de malaria, fiebre amarilla y dengue. Una tendencia que pondrá a millones de humanos en riesgo de contraer esos males. Por si no bastara lo anterior, el calentamiento global traerá más tormentas y más intensas, lo que ya se observa en algunas partes del mundo. Todos estos desajustes continuarán incrementándose si no se toman medidas radicales para disminuir el consumo de petróleo y carbón en más del 50 por ciento, hasta que la atmósfera logre estabilizarse de nuevo.
La clase dirigente de los países del mundo, saben esto, y que el calentamiento global es el problema más importante que enfrentamos en la tierra en términos ambientales, porque tiene el potencial de perturbar cada parte del ecosistema terrestre. Pero también lo es porque revela la tolerancia con que se tratan a las poderosas empresas petroleras que controlan los energéticos. Esto último quizás explique el fracaso de tantos intentos de reducir la generación de dióxido de carbono y metano, entre los más importantes, que ocasionan el llamado efecto invernadero y el calentamiento de la atmósfera del planeta. En el último siglo, el consumo de petróleo y carbón aumentó 25 por ciento la concentración de dicho dióxido en la atmósfera. Pese a todos los intentos y promesas para detener esa tendencia, aumenta a diario.
Precisamente en diciembre pasado, surgió en Kyoto un nuevo compromiso para reducir las emisiones que ocasionan el calentamiento global. Destacadamente, se fijan porcientos a ciertos países para los próximo años. Por ejemplo a Estados Unidos, uno de los grandes generadores de los gases citados. Aunque el gobierno de Clinton suscribió el compromiso, bien pronto se supo que el Senado no lo ratificará. Ahora comienzan a saberse las causas para no hacerlo.
En un documentado análisis elaborado por el profesor Peter Montague, de la Unión Nacional de Escritores de Estados Unidos, pone al descubierto la estrategia que para enfrentar los acuerdos internacionales, que buscan el uso más racional de energéticos en el mundo, pusieron en marcha las grandes compañías petroleras norteamericanas. La idea es echar a caminar una campaña en los medios para desacreditar los postulados científicos que señalan al consumo de energéticos como el causante del calentamiento de la tierra. Y para tratar de demostrar que dicho calentamiento no es tan perjudicial como sostiene la comunidad científica internacional, desacreditando de paso esfuerzos como el de Kyoto. Por el contrario, el citado calentamiento ayudará a mantener y mejorar la salud, la longevidad, la prosperidad y la productividad de todas las personas.
La estrategia científica patrocinada por las empresas petroleras, tiene un líder: el físico Frederick Seitz, quien si bien no es un experto en climas, sí posee un currículum impresionante y abandera una corriente que sostiene que los humanos no son los causantes de las alteraciones de la capa de ozono. A Seitz lo acompañan en su cruzada desinformativa, dos poderosas instituciones norteamericanas: el Instituto Goerge Marshall y la Coalición para el Avance de la Ciencias. Por lo pronto, han logrado influir y convencer a varios miles de científicos de firmar un documento que subestima el Acuerdo de Kyoto.
Es el principio del plan. El New York Times denunció que en esa campaña las empresas petroleras gastarán 5 millones de dólsares en dos años. De esa cifra, 600 mil dólares, sin contar los costos de la publicidad, se dedicarán a convencer a columnistas, editores y corresponsables de los medios televisivos, vía una veintena de científicos climatológicos respetados que cuestionarán el postulado de que el cambio climático se origina en el consumo energético. Buscan inyectar ciencia creíble y credibilidad científica en el debate sobre el clima. La campaña la financian Exxon, Chevron, y otras que apoyan al Instituto Norteamericano del Petróleo. Los primeros intentos en ese sentido fueron pagados por Exxon, Shell Oil, Unocal, ARCO y otras más de origen europeo. El destinatario final de ésta y otras acciones se ubica en el congreso del vecino país, donde no pocos de sus integrantes no buscan el bienestar colectivo sino el de las trasnacionales. Un ejemplo es el de las tabacaleras. Ahora son las petroleras, empeñadas en seguir impulsando el gasto energético irracional, que les deja enormes utilidades, sin reparar en los costos de todo tipo que ello ocasiona al planeta.