La severa caída de la moneda japonesa y el consiguiente derrumbe en cascada de las principales bolsas de valores del mundo, son indicadores de que la crisis asiática no sólo no está en vías de atenuarse, sino que día con día se profundiza más y, en el entorno de globalización que caracteriza a la economía mundial, amenaza con trascender su dimensión regional.
Como lo advirtió ayer el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, los quebrantos financieros en Asia están a punto de extenderse a todo el mundo. Su exhorto a crear una organización supranacional que formule estrategias para enfrentar el problema de la deuda externa, frene la crisis asiática y se convierta en factor de certidumbre económica y regulación del caótico e impredecible entorno financiero mundial, podría ser, a estas alturas, inviable; hoy, a la vista de la crisis global que se avecina, puede ser demasiado tarde para que los gobiernos de las naciones industrializadas y los organismos económicos multilaterales atiendan los señalamientos que desde hace mucho tiempo se negaron a escuchar acerca de la inestabilidad y la fragilidad inherentes al modelo financiero-especulativo que se ha impuesto en el mundo.
Por lo que se refiere al ámbito nacional, es inocultable que una nueva recesión generalizada tendría consecuencias desastrosas para México, dada la endeble condición de la economía nacional: ayer, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, AC difundió un análisis en el cual resaltan los indicadores insatisfactorios: una devaluación de la moneda nacional de 12 por ciento en lo que va del año --porcentaje mucho mayor al previsto--; una considerable baja en la participación extranjera en el mercado bursátil; un crecimiento de 23 por ciento de las importaciones frente a un alza de 10.7 por ciento en las exportaciones y una reducción sostenida de las reservas internacionales del Banco de México durante mayo. La entidad del sector privado relaciona estos datos con la gravedad de las circunstancias financieras internacionales y establece, en consecuencia, una perspectiva incierta para nuestro país.
A este panorama preocupante debe agregarse que el pretendido reconocimiento como deuda pública de los pasivos del Fobaproa representa una verdadera espada de Damocles que pende sobre la economía nacional. Una eventual aprobación de las astronómicas deudas de ese mecanismo de rescate de los banqueros duplicaría la deuda pública. Aceptar que caiga sobre las finanzas públicas un gravamen cercano a 500 mil millones de pesos, implicaría cancelar cualquier perspectiva de desarrollo económico durante muchos años, incluso en el caso de una recuperación súbita en los signos de las finanzas mundiales.
Esta perspectiva ominosa se complica de manera adicional por la persistencia y el agravamiento del conflicto chiapaneco y de otros escenarios de violencia política de igual o mayor gravedad, si cabe, como el de Guerrero, problemas cuya solución ha sido peligrosa e innecesariamente postergada por el gobierno federal.
En esta circunstancia, es por demás urgente que las autoridades cobren conciencia del grave riesgo que se cierne sobre la economía nacional por un quebranto externo que parece inminente y por la acumulación exasperante de problemas sociales reales y de falsas soluciones económicas, como el Fobaproa. Cabe considerar el señalamiento hecho anteayer por el empresario Juan Sánchez Navarro --considerado uno de los principales ideólogos de la iniciativa privada--, en el sentido de que la crisis económica y política que suele presentarse al final de cada ciclo presidencial se ha anticipado en el presente sexenio y ya estamos inmersos en ella.
En suma, es urgente que las autoridades abandonen el dogmatismo económico y la cerrazón política que ha caracterizado su actuación, y se empeñen real y efectivamente en el fortalecimiento general del país, de su deteriorado pacto social, del poder adquisitivo, del mercado interno, de la planta industrial y de la paz.