Ugo Pipitone
Japón en la tormenta
La economía japonesa ha entrado oficialmente en recesión, habiendo acumulado dos trimestres consecutivos con retroceso del PIB. El índice Nikkei de la bolsa de Tokio sigue una tendencia al descenso junto con el yen, que toca el nivel más bajo en una década frente al dólar. Un yen devaluado podría parecer un factor positivo de recuperación de la economía japonesa, sin embargo, por desgracia, las cosas son un poco más complicadas. Veamos: Las economías de Asia oriental exportan en proporciones significativas hacia Japón y una recesión en este país las afecta de manera directa. Pero si al estancamiento japonés se añade un progresivo deslizamiento del yen las cosas se embrollan aún más. En efecto, una pérdida de valor del yen respecto a las otras monedas regionales significa encarecer las exportaciones asiáticas hacia el área del yen, además de abaratar las exportaciones japonesas a estos países. Así que las dificultades japonesas limitan la posibilidad de que sus vecinos asiáticos usen las exportaciones (hacia Japón) como factor dinámico de recuperación. Lo cual es obviamente grave en una situación como la de Asia oriental en que Japón representa más de dos terceras partes de la economia regional.
Muchas empresas de Tailandia, China, Indonesia, Corea del Sur y Malasia son grandes deudores de bancos japoneses que se enfrentan en la actualidad a carteras de créditos de dudosa solvencia en su propio país. Y he ahí donde se cierra el círculo: la devaluación del yen crea a los productores asiáticos dificultades que pueden afectar la cadena de pagos hacia los bancos japoneses. Un ejemplo: la mitad de la deuda externa privada de Tailandia está constituida por pasivos frente a bancos japoneses. Ahora bien, si Tailandia no puede exportar a Japón en la cantidad prevista debido a la recesión en este país y a la devaluación del yen que encarece las exportaciones tailandesas a Japón, el país podría verse forzado a renegociar su deuda bancaria con el predecible efecto de incertidumbre sobre la solidez de bancos japoneses ya gravemente afectados.
Entre junio del año pasado y hoy, el yen ha perdido aproximadamente 20 por ciento de su valor frente al dólar. Queda así latente en Asia oriental el peligro de una oleada de devaluaciones cambiarias competitivas que en un contexto ya crítico podrían abrir las puertas a desarrollos de consecuencias graves. Sin considerar que los bancos japoneses, que atraviesan un periodo de agudas dificultades, podrían restringir aún más el crédito hasta un límite en que las tasas de interés podrían convertirse en un ulterior factor de crisis con impredecibles consecuencias regionales.
Si hasta ahora la crisis asiática no se ha precipitado hacia un retroceso brusco y generalizado de las economías de la región se debió en gran medida a la decisión china de no modificar la paridad de su moneda, el yuan, frente al dólar. Sin embargo, las autoridades monetarias de Beijing ya han declarado que la devaluación del yen está creando dificultades al comercio exterior chino.
En poco más de una semana comenzará el viaje del presidente estadunidense a China. Es probable que Clinton pida a las autoridades chinas la continuación de su actual política cambiaria, un renovado compromiso hacia la apertura externa de la economía y una menor discrecionalidad en la aprobación de los proyectos de inversión estadunidense al país. Sólo queda esperar que Beijing no considere tan alto el costo de sus concesiones a Estados Unidos que sienta la necesidad de recuperar del lado cambiario la competitividad afectada por estas eventuales concesiones. La estabilidad del yuan es hoy una pieza esencial del frágil equilibrio asiático.
Hubo un tiempo en que una potencia podía beneficiarse por la crisis de uno de sus competidores mundiales. Este tiempo ha pasado: una recesión descontrolada de Japón afectaría a toda Asia oriental y desde ahí las consecuencias mundiales podrían ser gravísimas. He ahí un beneficio de la globalización: nos condena a todos, volens nolens, a cooperar para evitar daños mayores. Y cooperar significa reducir un poco los espacios de los automatismos de los mercados y ensanchar un poco los espacios de la inteligencia y la capacidad colectiva de regulación. Algo necesario aunque sea contrario al espíritu de la época. Pero a veces es forzoso ir contracorriente para evitar peligros mayores.