La Jornada jueves 18 de junio de 1998

Sami David *
Sin mayorías prefiguradas ni minorías petrificadas

Con la elección de Yucatán, el pasado 24 de mayo, se cumplió la primera contienda de carácter electoral, de las 14 en que habrán de participar los diversos partidos políticos en el transcurso del presente año. Dentro de 15 días habrá elecciones en Baja California y el próximo 5 de julio Zacatecas, Chihuahua y Durango habrán de renovar su gobernador, presidentes municipales y legisladores locales.

Los mexicanos contamos con claras y plurales opciones de carácter político; contamos sobre todo, con una sociedad que, para bien de la democracia, ya no es la misma, es más escolarizada, más crítica, más demandante.

México arriba al umbral del siglo XXI con un sistema político sin mayorías prefiguradas ni minorías petrificadas.

Hay lucha política real. Hay disputa abierta y civilizada del voto ciudadano, conforme a reglas equitativas y procedimientos transparentes, derivados de una sucesión de reformas electorales de amplio consenso, la última, la reforma constitucional de agosto de 1996, impulsada y sancionada por todos los partidos.

Hoy el debate se centra en las ofertas de gobierno y perfiles de candidatos, y no tanto en la validez de las reglas del juego. Ser gobierno, ser oposición, son conceptos de validez relativa en el tiempo. La responsabilidad de conducción de un gobierno la conocen todos los partidos políticos, ya en una entidad, ya en otra, en este municipio o en el otro. Es la naturaleza de las democracias modernas, de ciudadanos.

En las democracias la decisión última sobre el destino del poder no es de los gobiernos ni de los partidos, es de los ciudadanos. Y en las sociedades abiertas no hay voto cautivo: hay militancias, hay voto duro, pero no voto incondicional y el fiel de la balanza, finalmente, son los electores que califican realidades, no defienden doctrinas.

Este es el México de genuina competencia por el poder, con una sociedad plural que no cabe en la estructura de un solo partido, con ciudadanías actuantes, poderes equilibrados, al que tiene que dar respuesta hoy el PRI y todos los partidos.

Un México, no obstante, con clara mayoría priísta, una mayoría no gratuita sino producto de una intensa competencia política. El PRI es el partido con mayor y mejor organización política. Es un capital político que no puede subestimarse, ni en términos pragmáticos ni desde el ángulo del análisis político.

Pero ese capital no equivale a las victorias amarradas del pasado. Por eso el PRI tiene que profundizar su reforma. Tanto en la visión del gobierno como en la organización política.

El PRI debe reivindicar la visión global, la propuesta de largo plazo, y no atarse a una agenda de contingencias. Si quiere seguir siendo mayoría, tiene que encabezar el cambio nacional. El PRI debe constituirse en eje de las políticas de Estado que están por debatirse en el Congreso.

En política económica, renglón que hoy concentra el debate nacional, el PRI tiene que asumir el compromiso social que le impone su plataforma de principios y su programa de acción, pero al mismo tiempo debe mirar hacia la racionalidad económica, el horizonte de lo viable y lo sustentable. Ni voluntad política sin fundamento, ni culto a las frías cifras.

Tiene que atender también un reclamo vehemente de la ciudadanía de nuestro tiempo: transparencia. Qué se hace y qué se hizo con el mandato popular en todos los terrenos, comenzando por las decisiones que involucran al patrimonio nacional.

Hacia adentro, el PRI está encarando con éxito el reto de asociar democracia con eficacia: los recientes procesos abiertos de selección de candidatos a las gubernaturas salvaguardaron la unidad de los priístas y ampliaron la base social de apoyo al partido.

El PRI, al que sus críticos sólo reconocían como mérito su capacidad para ganar elecciones, es hoy vanguardia en materia de democracia interna.

El PRI camina en la dirección correcta: el partido que se democratice y que atienda los reclamos del presente, con la mirada puesta en el futuro y en un mundo cada vez más interdependiente, más global, un mundo-aldea, gobernará el próximo siglo. Los partidos que se contenten con los cálculos de corto plazo se quedarán sólo con sus clientelas, y quizá ni siquiera con ellas.

*Senador de la República