Olga Harmony
Dos obras muy diferentes

Los graves acontecimientos que acaecen en el país tienen muy preocupados a la mayoría de los teatristas (a algunos no, pero éstos pertenecen a la gran masa de indiferentes que, por desgracia, ha puesto tan a la vista el Mundial de futbol) que entienden que un gobierno represor no para mientes en nada y, más allá de la legítima indignación por las masacres de que son víctimas los pueblos indígenas, recuerdan el poema de Brecht y saben que algún día también pueden venir por cualquiera de ellos, así no sea más que en el sentido de las mordazas y el temor. Es muy difícil que una escenificación dé inmediata respuesta al horror y así los teatristas --amén de las posturas personales que se asuman--, siguen haciendo lo que saben hacer y en medio del desaliento, de la crisis, de la vergüenza y la cólera que los mexicanos sentimos, presentan sus propuestas escénicas y los que tenemos la obligación profesional de escribir acerca de ellas hemos de hacerlo, dejando --sería mi caso-- para los analistas políticos y para los caricaturistas la expresión de lo que sentimos.

Zaide Silvia Gutiérrez es una actriz de conocida y sólida trayectoria que ahora se une a otras actrices y actores que emprenden el camino de la dirección. Con Viaje a las sombras verdes realiza un proyecto largamente acariciado y pone en práctica diversas teorías que ha estudiado acerca de la expresión corporal y la correspondencia de lo anímico y lo físico. El monólogo de la danesa Finn Methling narra la vida de una mujer desde su nacimiento hasta su muerte; muestra su tránsito de la primera infancia a la pubertad, a la juventud con su cauda de amores y frustraciones, el matrimonio, la maternidad, la soledad de una viudez que priva a esa mujer del largo amor conyugal. Como todos los monólogos, el de la dramaturga danesa se presta para el lucimiento de una actriz y Mercedes Olea consigue todos los matices que su papel requiere sin más apoyo de utilería que una manta, doblada y desdoblada o envuelta que, junto con la indudable capacidad de la actriz, da muchos elementos y aun personajes. La escenografía de Arturo Nava consiste en la abstracción de un amplio tronco rugoso y el apoyo mayor del espectáculo consiste en la musicalización del canadiense Richard McDowall que así cumplimenta una residencia artística en nuestro país. La aparente simplicidad de la historia está en realidad erizada de dificultades que el equipo de Mundo Canela (¿se trata de una nueva productora?) libra con gran eficacia.

Por su parte, una directora que desde hace mucho tiempo se ha caracterizado por sus búsquedas --en la dramaturgia y la dirección-- de lo que se podría llamar el otro realismo, y una autora cuyas obras anteriores son de una singular rudeza, sorprenden al escenificar La coincidencia, en apariencia un divertimento sin mayores riesgos. Si se piensa un poco, se entiende la razón de que el texto de Leonor Azcárate haya tentado a Estela Leñero. Por desgracia, la obra, conocida primero por lecturas y después por su edición (Colección Escenografía/ drama. Editorial Caseta, 1994) tuvo muchos imitadores (alguno, incluso, cumplió larga temporada) antes de subir a escena, con lo que la sorpresa del manejo espacial se pierde un tanto. Pero el texto de Azcárate va mucho más allá de proponer a dos parejas diferentes que se desenvuelven en la misma escenografía de un departamento, con una actriz que interpreta a las empleadas domésticas en ambos: la originalidad aquí consiste en mezclar las dos realidades mediante el recurso de objetos olvidados por el miembro de una pareja y que es encontrado por un miembro de la otra, hasta que la sirvienta de la una (Catalina) se haga una con la de la otra (Rosalía), en una mezcla de realidades que, de algún modo, continúa la exploración de Estela Leñero acerca del límite de lo concreto.

En el diseño escenográfico de José Luis Aguilar, y con la musicalización de Vicente Rojo Cama, conducidos con gran ritmo y sentido del humor por la directora, se desenvuelven los conocidos actores Ausencio Cruz y Bárbara Eibenschutz con la gracia y el tino que se le conocen; Andaluz Russell, menos identificable para el mundo teatral, al igual que Enrique Horiuchi, bien en sus respectivos papeles. Y sorprende Guadalupe Quintal, formada en la Universidad Veracruzana, como una muy graciosa actriz cómica. A mi entender, este que es el texto de Leonor Azcárate que me parece más interesante, sigue la línea de mostrar en clave de comedia los problemas que pueden atañer a un gran número de personas.