Es comprensible que los actuales integrantes de la Cocopa se impacienten ante la fría continuación de los hechos de sangre en Chiapas, de una parte, y el espeso silencio del EZLN, de la otra. Debe ser muy incómodo concebirse como lo que se es legalmente, es decir como una instancia coadyuvante, facilitadora y promotora del diálogo, precisamente cuando el diálogo es una peligrosa ausencia. Algo hay que hacer, ciertamente, para romper la dinámica del genocidio. ¿Y qué puede hacerse?
Por lo pronto, la Cocopa decidió trasladarse al ejido zapatista de La Realidad, entregar allí un documento para la comandancia rebelde y buscar la facilitación del diálogo directo entre el gobierno y los alzados. En la respuesta de Marcos o de alguno de los comandantes estaría, en primer lugar, la anhelada ruptura del silencio, y en segundo una determinada posición frente a la propuesta de diálogo. Se habría tendido así un frágil puente preparatorio. Se dirá que un puente es un puente, y que por endeble que sea o lo parezca vale la pena intentar construirlo. Peor sería no hacer nada o dar por terminada la función de la Cocopa, visto que el diálogo se ha convertido en algo como una imposibilidad metafísica, con lo cual la ley respectiva, expedida hace más de tres años, sería letra muerta. Pero quizá no sea lo único que quede por hacer.
Lo cierto es que, desaparecida la Conai, para promover el diálogo, incluso si éste se imagina como un diálogo directo, haría falta una instancia de mediación, aunque más no fuera que un mensajero a caballo con bandera blanca, merecedor del respeto de ambas partes. Con toda la buena intención que debe reconocérsele, la Cocopa no tiene funciones de mediación. De paso, tampoco la Cosever, cuya intervención, según parece, principia con el fin del proceso de negociación, cuando deba seguirse y verificarse el cumplimiento de los compromisos.
Pero arranquemos de los hechos, que son aplastantes en su objetividad. Es verdad que el diálogo se ha roto, y se diría que debe ser restaurado. ¿Pero quién lo rompió y cómo? Lo rompió quien desconoció su firma en los Acuerdos de San Andrés de febrero de l996, rechazó la propuesta de la Cocopa de noviembre del mismo año, violó el Convenio l69 de la OIT, que es ley mexicana de rango constitucional desde l990, turnó al Congreso una iniciativa de ley ajena al proceso de diálogo y negociación, que sería censurable aunque más no fuera que por su unilateralidad, envió a Chiapas, con incidencia permanente en las zonas de conflicto, a la tercera parte de las fuerzas armadas nacionales, sembró el territorio en conflicto de cuadrillas paramilitares y policías estatales, y ha auspiciado así matanzas como las de Acteal y El Progreso, e imposibilitado la permanencia de la Conai a fuerza de insultos y falsas imputaciones. Así pues, el diálogo fue hecho trizas por el gobierno que encabeza el doctor Ernesto Zedillo. Respecto de Marcos y el EZLN, cuesta trabajo concebir otra respuesta que no sea la del silencio. ¿Qué decir de la contraparte y sus crímenes, que son ya un escándalo mundial?
¿Acaso se trata de hablar por hablar? El solo encuentro se antoja imposible a causa del clima de guerra, persecución y amedrentamiento que se ha aposentado en Chiapas.
Puesto que sigue vigente la ley en que se sustenta el proceso pacificador, y puesto que se reconoce la subsistencia de la Cocopa y la Cosever, instancias que a falta de facultades de mediación cuentan con una considerable autoridad moral, creo que sus esfuerzos debieran dirigirse no a quien se refugia en el silencio como recurso único, sino a quien ha roto el diálogo despiadadamente: al gobierno. La Cocopa debe exigir que el gobierno se desista de la unilateralidad, renuncie a su estrategia de guerra y a su iniciativa de ley de derechos y cultura indígenas, y cumpla con el compromiso de llevar a las instancias de debate y decisión nacional su propia propuesta, asumiendo que es muy ofensivo que no lo haga.
Es decir, la Cocopa debiera organizar una o varias excursiones a Los Pinos para convencer al doctor Zedillo de que su política visible y comprobable, no la audible, conduce a una guerra de exterminio, y demandar, conjuntamente con la Cosever, la retirada del Ejército a sus cuarteles, la liquidación de los grupos paramilitares y el cese del hostigamiento a las comunidades indígenas. Con semejante puente, si acaso pudiera tenderse, se vería que Marcos, por sí solo, recobra rápidamente el uso de la palabra.