Luis González Souza
Estados Unidos ante Chiapas
¡Quién lo hubiera imaginado! El conflicto en Chiapas, mismo que los estrategas mexicanos de la guerra reducen a un problemita-de-cuatro-municipios, ya casi llega al centro de la política estadunidense hacia México. Y lo hace con tanto relieve que hasta el significado de una sola palabra (pressing: ¿presionar o urgir?) ocupa las primeras planas.
Y es que la conducta de EU ante el conflicto chiapaneco podría determinar en buena medida el futuro de sus relaciones con toda Latinoamérica. Del mismo modo en que el TLC con México siempre se proyectó en Washington como la ``primera piedra'' de una América unida por el libre comercio, el conflicto en Chiapas podría ser la piedra de toque de la (in)capacidad para renovar las relaciones interamericanas. Renovación que de entrada exige abrir paso a nuevas ideas en torno a la soberanía, al nacionalismo y al antiyanquismo.
Si el gobierno de EU llega a entender este nuevo tiempo de la globalización no sólo del mercado sino del anhelo libertario de los oprimidos; y si llega a reconocer este anhelo en la lucha de los indios zapatistas y en el respaldo internacional que ha logrado, entonces podremos abrigar la esperanza de un continente signado por la verdadera democracia dentro y entre las naciones. No más una América lastrada por los despotismos ni por el tutelaje imperial.
Si por el contrario la gran potencia opta por reproducir su inercial apoyo a las élites gobernantes así hayan entrado en guerra con la sociedad --como en Chiapas y Guerrero y Oaxaca y las Huastecas y lo que siga acumulándose--, entonces no hay mayor esperanza. Nuestros hijos vivirán en una ``zona hemisférica'' no de libre comercio sino de antiyanquismo reciclado con el peor nacionalismo: aquel que las élites manipulan para conservarse en el poder, cueste lo que cueste.
Por desgracia este tipo de nacionalismo todavía deambula en México. Virulentas reacciones concita en estos días la declaración en torno a Chiapas de Madeleine Albright, titular del Departamento de Estado de EU, matizada a los dos días por el vocero de la misma dependencia. Ya matizada, tal declaración puede resumirse en que el gobierno de Clinton ``insta'' (no ``presiona'') al de Ernesto Zedillo a encontrar un ``arreglo pacífico negociado que sea aceptable para todas las partes'' (La Jornada 18/VI/98).
Si hemos de superar el antiyanquismo primitivo, lo primero a reconocer es que se trata de una postura plausible. Al menos en los discursos, todo mundo propone una ``solución pacífica negociada''. El propio gobierno de México hizo de ésta su caballito de batalla para cobrar presencia en los conflictos centroamericanos de hace unos años (Nicaragua, El Salvador, Guatemala). El problema, entonces, no es lo que se dijo sino quién lo dijo. Y aquí lo que urge superar no es sólo dicho antiyanquismo sino las trampas y las simulaciones del viejo nacionalismo.
Cuando conviene a su permanencia obsesiva en el poder, el grupo gobernante en México no tiene empacho en pulverizar la soberanía nacional. En materia económica, por ejemplo, a cada rato acepta no sólo presiones sino imposiciones del exterior. Es capaz de vender su alma soberana al diablo yanqui, como tal vez lo hizo desde las fraudulentas elecciones de 1988, con tal de mantener el apoyo del propio EU. Pero cuando algo choca con su red enfermiza de poder, como ciertamente lo haría una verdadera solución pacífica en Chiapas, entonces él mismo se encarga de reactivar el viejo nacionalismo. Y en el colmo de la desfachatez, él mismo se erige en el defensor de la soberanía (sólo repárese en la actual campaña xenófoba contra observadores extranjeros).
Para mentes despejadas, es una prometedora noticia la del gobierno estadunidense abogando por una solución pacífica y justa en Chiapas. Sin embargo, falta lo principal; darle credibilidad a esa postura, lo cual exigiría congruencia antes que nada. Exigiría la corroboración de que el gobierno de Estados Unidos no está contribuyendo a una solución militarista en Chiapas, directa o indirectamente, con equipo o con indoctrinamiento militar, con respaldos políticos o financieros al clan guerrerista de México.
Porque esto sí es intervencionismo, y de lo más deleznable: a favor de causas tan innobles como minoritarias y antihistóricas.