Néstor de Buen
Buenos vecinos

Parecería un tema de moda --como si necesitáramos echarle la culpa a alguien de lo que nos pasa-- acusar al gobierno de Estados Unidos de agresiones sin límites. La lista es tan larga como queramos, y sobran motivos para extenderla con cualquier noticia que nos llega de por los nortes.

Ahora es la historia del pressing, palabreja que puede tener muchos significados, desde ``planchando'', ``presionando'', ``urgiendo'' y cualquiera otra, que las versiones --de acuerdo al diccionario-- son muchas.

Pero que la señora Albright diga que su gobierno debe presionarnos para que resolvamos el problema de Chiapas, la verdad es que no me parece un problema mayor. En estos tiempos de globalizaciones, pensar que podemos vivir en nuestro reducto, sin derecho de cualquiera a expresar sus puntos de vista sobre nuestros problemas, me parece poco serio.

Porque, por otra parte, la señora Albright tiene toda la razón. Tanta como los italianos y otros extranjeros que hemos expulsado.

Menos mal que nuestros vecinos se conforman, por ahora, con hablar y no ponen en juego los eficaces sistemas que la OTAN está empezando a emplear contra el desalmado de Slobodan Milosevic, uno de los criminales de guerra mejor identificados en el mundo actual, y al que el señor Yeltsin parece haber convencido un poco más que la flota aérea de la OTAN. Afinidades, tal vez. Porque en punto a crímenes, aunque un tanto más modestos, no estamos tan mal. Los nombres de Acteal y de El Bosque van de gane aunque, por supuesto, sin llegar a la repercusión mundial de May Lay o, años antes, de Nagasaki e Hiroshima, o los muy frecuentes que se producen en lo cotidiano, también como un ejercicio estadunidense porque, simplemente, se tiene la costumbre de poner armas en manos de niños o de neurasténicos. ¡Viva la libertad!

Es muy probable que todo el agravio venga de un lenguaje no tan sutil, tal vez mal aprendido en su juventud en Checoslovaquia, circunstancia muy particular que hace pensar que la buena (en el sentido de conducta ¡obviamente!) de doña Madeleine, no es demasiado confiable en sus expresiones.

Me parece más peligroso que las frases de la señora Albright, secretaria de Estado estadunidense, el que los marines tradicionales hayan sido sustituidos por los banqueros internacionales, dictadores de reglas de conducta económica para los países pobres, cuya aparente finalidad es que se recuperen un poco los ricos de esos préstamos imposibles de pagar que les hicieron. Pero me temo que la intención es otra.

Me recuerdan esos banqueros a los honorables hacendados henequeneros que prestaban dinero, muy poco por cierto, a los campesinos, sabiendo de antemano que eran deudas sin regreso pero que tenían la eficacia de amarrar al deudor para siempre y, de paso, a sus descendientes, en una expresión moderna de la esclavitud. En lugar de comprar a los hombres, los convertían en deudores, y a partir de allí decidían sobre su vida y no sobre su hacienda, porque hacienda no tenían. En el México bárbaro de John K. Turner puede leerse esa historia (``Los esclavos de Yucatán'') que hoy se reproduce con precisión milimétrica no con indios mayas sino con naciones. Algunas bastante mayas, por cierto.

Es claro que una nota como la del pressing es buena para comentarios y caricaturas, y para expresiones de rechazo por ofensas a nuestra dignidad y soberanía por parte de legisladores. A los periodistas nos vienen muy bien esos desahogos, o la faena no muy ortodoxa que le hicieron hace apenas unos días a los casablanqueros.

Pero los verdaderos agravios son de mucha mayor cuantía. Se miden por miles de millones de dólares y se hacen patentes en la baja de los precios del petróleo, el desasosiego de las bolsas de valores, con su insoportable boletín diario; la fuga de capitales y otras delicias de este capitalismo que goza diciendo que el socialismo murió con el Muro de Berlín en 1989, y no ve la enorme viga en el ojo propio de la miseria absoluta en todos los rincones de la Tierra. Pero con ricos mucho más ricos.

Un pressing, abonado a su inglés precario, se le puede perdonar a doña Madeleine. Pero es mucho peor cualquier decisión del honorable FMI.