Antonio Sánchez Ibarra
La utilidad de la ciencia
¿Para qué nos sirve? ¿En qué nos afecta ? ¿Qué nos va a pasar? Las anteriores preguntas se han vuelto una constante en mi experiencia personal al presentar charlas o tener contacto con el público a través de la astronomía.
No tuve el cuidado de llevar una estadística, pero mi impresión es que en los últimos 26 años, el tiempo que tengo dictando conferencias a todos los niveles escolares y ante todo tipo de grupos sociales, la frecuencia con que aparecen esas preguntas se ha incrementado notablemente.
No es cuestionable, en cierta forma, recibirlas si tomamos en cuenta que nuestro planeta se encuentra constantemente en interacción con el cosmos y, por lo mismo, nuestra especie desea sobrevivir en el mismo y estar atenta a posibles amenazas.
Sin embargo, en la misma medida que aumenta de frecuencia de tales preguntas, surge una reacción muy interesante y alarmante: ``Si no me afecta o no me sirve, no me interesa''.
De esa forma, escuchar hablar de hoyos negros, la creación del universo, los tornados recientemente descubiertos en el Sol o explosiones de rayos gamma, no tiene el menor interés. No es un conocimiento práctico.
Más alarmante aún es constatar que dicha reacción es más intensa en los estudiantes que en los adultos. La nueva generación viene con una mentalidad altamente práctica de absorber sólo el conocimiento que le será útil en lo inmediato, para salvar un examen, y en el futuro para sobrevivir y competir.
Con respeto de las honrosas excepciones de dos o tres estudiantes entre un grupo de 40, unos cuantos más se inquietan momentáneamente por curiosidad y sólo ante la espectacularidad del caso planteado.
Lo anterior me ha llevado a incluir una sección en mis charlas, en la que intento que imaginen un mundo sin Shakespeare, Galileo, Pasteur o Picasso. A un análisis de cómo un libro de texto es la compilación, más o menos actualizada, del acervo de conocimientos acumulados por nuestra especie en forma lenta y, en ocasiones, penosa, de los cuales somos tranquilos receptores en nuestras aulas.
El hecho es que las nuevas generaciones son constante y eficazmente bombardeadas con la imagen de un mundo en el cual el pasado tiene poco que ver, congratulándonos sólo con sus beneficios, y el futuro existe a escalas muy reducidas y sólo en aquello que nos afecte directamente, en una forma despiadadamente utilitarista e individualista.
¿Cómo podemos afrontar científicos y educadores ese viaje vertiginoso hacia un mundo feliz?