José Blanco
El déficit institucional

Uno de los célebres aforismos de Juan Luis Cebrián dice: ``cuando queda tiempo para aburrirse, yo procuro aburrirme porque el aburrimiento es una forma de descanso''. Ultimamente, la República busca refugio en el aburrimiento, frente al mundo al mismo tiempo frenético y empantanado de la vida política (en estos días, también, una parte significativa de la sociedad está inmersa en el más vasto fenómeno de masas que haya creado la historia: el campeonato mundial de futbol).

El déficit institucional (la expresión es de Rolando Cordera) es más que evidente y, no obstante, los partidos políticos y el gobierno muestran una total falta de imaginación o una total falta de ``voluntad política'' (o ambas cosas), para revisar y establecer instituciones que vayan creando un México distinto, gobernable y democrático, asunto a todas luces posible, aunque simultáneamente los partidos ``lucharan'' por el poder. La forma más fácil y eficaz de huir hacia adelante sigue siendo el maximalismo político, económico y jurídico: nada puede solucionarse porque hay que reformarlo todo. ¡Una nueva Constitución!

Los partidos no pueden ni quieren ponerse de acuerdo sobre ``fruslerías'' mil como la partida secreta del presupuesto, la reforma indígena, los roles del Banco de México y de la Comisión Nacional Bancaria, el nuevo organismo de auditoría y fiscalización, el secreto bancario o la instauración del plebiscito, el Fobaproa, una política económica de Estado, privatizar o no la industria petrolera, y un largo etcétera. Todo ello es ``minucia'' al lado de las implicaciones para alcanzar un acuerdo político nacional sobre una nueva Carta Magna. Puestos en esta vía maximalista no llegaremos a parte alguna. Como enuncia bien el dicho ranchero: ``no puedes andar y quieres correr''.

La anomia, la falta de leyes e instituciones apropiadas para nuestro tiempo, otorga un enorme espacio al actuar discrecional de gobierno y de partidos, y genera a fortiori escepticismo, suspicacia, y desconfianza en los ciudadanos. Los cheques en blanco dejaron de existir hace lustros.

No por nada un gobierno como el de Cárdenas, nacido legítimo por el amplio apoyo del sufragio masivo, hoy no cuenta con poder de convocatoria. Dos ejemplos: uno, la adecuada y civilizada idea de instaurar un seguro automovilístico obligatorio (suva), para atender a las víctimas peatonales. Planeado e instituido como un seguro obligatorio, la convocatoria resultó paupérrima. Dos millones de automovilistas simplemente vol- tearon la cara para otro lado, y obligaron a Cárdenas a posponer ¡indefinidamente! las sanciones (jure usted que no llegarán nunca). Una pequeña e informal encuesta (haga usted la suya) reveló que los automovilistas creyeron que era un bisne de alguien en el gobierno de Distrito Federal, con algunas compañías de seguros: desconfianza a mares. El otro ejemplo: la convocatoria a la organización ciudadana en defensa de la criminalidad creciente. La respuesta ha sido nula: lo societal de hoy no incluye la solidaridad (acaso sólo a niveles muy profundos, como la experiencia colectiva de una gran catástrofe). En el fondo de estos fracasos se halla el hoyo negro del déficit institucional de la República.

Es inadmisible para los ciudadanos aspirantes a edificar un proyecto civilizatorio para este país, que los partidos políticos sometan la vida de la sociedad mexicana a sus intereses partidarios particulares de corto plazo, vinculados o a la conservación del poder, o a la conquista del mismo.

Es imperativo crear consensos parciales sobre una buena cantidad de asuntos puntuales, antes de buscar acuerdos de alcance intergaláctico. Las leyes y las instituciones han de ser legítimas, so pena de que a toda medida de gobierno le ocurra lo que al SUVA. Como dice otro aforismo de Cebrián ``gobernar no es mandar, por mucha mayoría que se tenga''. Hace falta legitimidad y ésta no se compra con los votos de los electores, ni aparece porque alguien se crea profeta, caudillo o líder moral. La legitimidad surge del consenso o no surge. Generar ideas, llegar a acuerdos y crear consensos, he ahí el único trabajo de los partidos políticos. Algo debemos recibir a cambio del enorme costo de las dietas pagadas en San Lázaro.