Dice Michel Foucault que ``la política es la continuación de la guerra con otros medios''. Bajo este presupuesto se puede entender lo que sucede con las elecciones en el estado de Chihuahua, territorio de alternancia, en el cual está en juego la continuación del PAN en el gobierno o la recuperación del PRI.
De forma anticipada a los resultados del próximo 5 de julio y con los datos que existen de las campañas, se pueden plantear dos problemas: realmente funciona la tesis de que el voto ciudadano se decide en función de premiar o castigar a un gobierno, o por el contrario intervienen otros factores de mayor peso en la decisión de votar; por otra parte, se pueden establecer límites claros entre la guerra y la política durante una campaña electoral, o todo se vale.
Chihuahua tiene de nuevo un comportamiento de laboratorio político. En un estado en el cual se logró la alternancia democrática, se establecieron reglas transparentes para la competencia política, y se desterraron los operativos fraudulentos de los años ochenta, la expectativa era que pudiera haber campañas en donde se debatieran ideas y proyectos con cierto nivel de civilidad democrática. En lugar de esto, las campañas se han convertido en un campo de batalla, poblado por un clima de sospechas, descalificaciones y con una alta polarización social.
La estrategia del PAN se ha orientado hacia una destrucción de la imagen priísta y hacia una abierta propuesta de continuidad del actual gobierno, el cual tiene importantes logros en diversos aspectos como una alta generación de empleo, una reforma urbana, gran obra pública, proyecto de educación, transparencia en el manejo de los recursos, democratización electoral; se trata de una administración superior a las anteriores del PRI. Sin embargo, la percepción ciudadana en muchos casos es diferente. En este punto existe una especie de puente roto, en donde fallan la apreciación ciudadana y la comunicación del gobierno. La estrategia del PRI se ha centrado en la destrucción de la imagen del gobierno encabezado por Francisco Barrio. El tricolor ha intensificado su presencia de propaganda negativa en los medios de comunicación y ha desplegado una serie de mensajes distorsionados y falsos, desde espots radiofónicos en los que inventa que el PAN quiere privatizar la educación (estrategia que ya fue utilizada en otras elecciones como en Jalisco y en Baja California), hasta la publicación de expedientes falseados de supuestos casos de corrupción de funcionarios panistas. El problema con estos esquemas es la fragilidad de una cultura política en la cual muchos grupos de la población son presa de la desinformación, la compra y la coacción de su voto. El recurso de destrucción de imagen le resuelve al PRI dos problemas, genera un clima revuelto de mucha confusión en donde todos los actores gubernamentales se vuelven sujetos de sospecha, lo cual, combinado con la compra y coacción del voto, le dan una ventaja electoral. En cambio, al PAN se le complican las cosas porque entra a una dinámica de respuesta en la cual desgasta su capital político y no logra revertir la estrategia negativa. Los efectos de estos mecanismos son perversos porque reducen los márgenes de elección y oscurecen el análisis. Frente a esta estrategia la pregunta es: ¿hasta qué punto esta guerra, con careta de política, afectará las intenciones de voto y en qué sentido? La cosa se complica más cuando se establecen comparaciones con otras regiones que son gobernadas por el priísmo más duro, como Tabasco, Puebla o Quintana Roo y, sin embargo, ese partido sigue ganando elecciones a pesar de prácticas de autoritarismo, impunidad y fraude. El reto será explicar la distancia entre las estrategias para conservar el poder y el desempeño gubernamental, es decir, una buena gestión no necesariamente puede ser exitosa en las urnas.
El mensaje para el país es muy negativo en términos de un desarrollo democrático más firme y extendido, porque si en regiones como Chiapas la estrategia gubernamental es abiertamente la guerra, y en territorios de alternancia como Chihuahua --donde se supone que domina la política-- hay una lógica destructiva y perversa para recuperar los espacios de poder perdidos, entonces estamos ante una reducción de los espacios democráticos y de las opciones políticas. La pregunta sigue abierta, ¿todo se vale?