México experimenta una rápida descomposición de la vida política. La crisis de Chiapas y los escándalos de corrupción derivados del Fobaproa son bien conocidos. Menos visible, pero igualmente preocupante, es la combinación de un regreso a las tradiciones autoritarias en las campañas de los candidatos priístas a las gubernaturas de diversos estados, con la gestación dentro del PRI de un conflicto de enormes proporciones, cuyo desenlace puede comprometer la viabilidad de la transición a la democracia.
La campaña de Miguel Alemán en Veracruz es un claro ejemplo del retorno de las peores tradiciones priístas. Empecemos por el recurso constante a las inserciones pagadas en diarios de circulación estatal y nacional, tanto de fotografías de campaña como de ``reportajes'' sobre actos y pronunciamientos del candidato. La magnitud de esta práctica recuerda los tiempos del echeverriato y la campaña de Madrazo en Tabasco. La presencia de artistas de Televisa en los mítines de Alemán le otorga una ventaja adicional sobre sus contendientes, lo mismo que el impresionante despliegue de propaganda a lo largo y ancho de la entidad. Cabe preguntarse si la Comisión Estatal Electoral tendrá la capacidad y la voluntad políticas para llevar un verdadero registro de todos los gastos que esta megacampaña implica.
Los candidatos de oposición enfrentan problemas de acceso en diversos espacios, desde los radiofónicos hasta a nivel de asambleas locales. Por ejemplo, en días recientes directivos de la Universidad Veracruzana negaron la entrada a Ignacio Morales Lechuga, y han extendido la prohibición a todos los candidatos a la gubernatura de la entidad. Tal actitud es inaceptable en una institución que debe estar abierta a todas las corrientes de pensamiento. En este contexto, la suspensión de las operaciones de Radio Teocelo, una radiodifusora independiente al servicio de campesinos de la zona cafetalera central, podría ser interpretada como parte de una política orientada a acallar espacios autónomos de comunicación ciudadana en época electoral.
El discurso político de Alemán tiene un tono populista que se consideraba superado. En todo lugar ofrece soluciones casi mágicas para los problemas locales, y hace promesas de difícil cumplimiento. Este discurso, combinado con el manejo de medios, hace suponer que Alemán busca una presencia nacional, y no sólo local, con vistas a la sucesión presidencial.
Precisamente en este terreno se sitúa el gran conflicto por venir. El presidente Zedillo, en una muestra más de su falta de visión política, ha anunciado (en el extranjero, como siempre) que favorece una elección interna como método de selección del candidato priísta a la Presidencia. Esta declaración constituye un exhorto a las corrientes y los líderes priístas a constituir clientelas y a tejer alianzas con vistas a tan formidable ocasión. En ausencia de liderazgos auténticos y reconocidos y de tradiciones democráticas internas, un llamado a elecciones primarias sólo puede significar una profundización de las tendencias centrífugas que ya operan en el PRI, y una tentadora invitación a usar las posiciones de poder para fortalecer clientelas y comprar lealtades.
Bartlett ha ido aún más lejos al pedir que sólo los priístas voten en las primarias. Así, el manejo de un padrón interno sería una herramienta clave de la lucha por el poder. Los mayores beneficiarios de tal política serían los gobernadores con mayor control corporativo, quienes desplazarían así a la fracción tecnocrática. Alemán sería una pieza clave, pues Veracruz tiene más votantes potenciales que las entidades del ``sindicato del sureste'' juntas.
La idea zedillista de las elecciones primarias devendrá en un incentivo al uso discrecional del poder, al renacimiento del populismo y el aplastamiento de la oposición en los planos local y estatal. Para colmo, esto sucede en un momento de crisis política (Chiapas), moral y legal (Fobaproa), económica (petroprecios, Asia) e internacional (Casablanca), todo lo cual reduce las posibilidades electorales del PRI, de cara al año 2000. La tentación del fraude será doblemente grande para una élite política que intuye su fin en los negros nubarrones de la crisis general. Los líderes de oposición y la súbitamente ausente sociedad civil, tienen hoy el deber de denunciar esta peligrosa tendencia, y de articular un frente ciudadano que pueda detener las tendencias a la involución autoritaria.