Olga Harmony
La capitana Gazpacho

Con Las tremendas aventuras de la Capitana Gazpacho (o de cómo los elefantes aprendieron a jugar a las canicas) de Gerado Mancebo del Castillo Trejo, se dio, durante su estreno, el cerrojazo para que los lunes hubiera teatro en La Gruta del Centro Cultural Helénico; las funciones programadas para este montaje se corrieron para los domingos a las 18 horas. Se dice, y yo lo transmito como el eco de un rumor, que en uno de los ensayos del grupo dirigido por Mauricio García Lozano y que terminara tarde, lo que no es infrecuente en los ensayos teatrales, los teatristas ya no pudieron salir, al estar todas las puertas bajo llave, al grado de que hubieron de llamar a una patrulla que les facilitó una escalera por la que pudieran saltar. Esto no me consta. Lo que sí me consta es que ese último lunes de teatro, y cuando los invitados al estreno estaban aún en el coctel, la puerta principal era cerrada con insistencia, aunque sin llave, por un celoso cancerbero, me temo que con el único afán de molestar.

La explicación de tales desaguisados, que incluso ya llegaron al intento de cerrar la bodega de La Gruta, es la disputa entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Helénico, reseñado en La Jornada por Mónica Mateos y Carlos Paul, y de la que la revista Proceso (número 1128) con la entrevista que Héctor Rivera hizo a Otto Minera, en la que el director de los espacios escénicos de este predio da amplia cuenta del enmarañado conflicto. Muchos recordamos cuando las entonces poderosa ex mujer del ex presidente José López Portillo apoyó a Pablo de Ballester para que la antigua hacienda de Nicolás González Jáuregui, ya en poder de la Secretaría de Hacienda y propiedad de la nación, se convirtiera en un centro de cultura helénica; las adaptaciones que el propio Ballester hizo de la dramaturgia griega y las escenificaciones que dirigió José Solé. Recordamos también cuando, a instancias de Mercedes de la Cruz, y durante el tiempo que tuvo estos espacios Fernando del Prado, se creó La Gruta como foro destinado a los jóvenes.

En los últimos años, la gestión de Otto Minera ha sido excepcional y ha logrado mantener, en términos generales, calidad en sus escenificaciones, acogiendo lo mismo a teatristas de larga trayectoria que a jóvenes no tan conocidos con un buen proyecto. El problema legal no aparenta ser fácil, pero la razón y la justicia están de parte del CNCA: ¿se puede admitir que un predio y sus edificaciones, propiedad de la nación, se siga usufructuando como una escuelita de paga y medianeja, privando a los teatristas de uno de los pocos espacios de que disponen? La comunidad teatral, que tan preocupada estuvo por defender los teatros del IMSS, primero, y después los de la Unidad del Bosque tendrá que continuar dando aguerridas batallas en defensa propia.

Y ahora sí, hablemos de la capitana Gazpacho y los otros locos personajes que aparecen en escena. Con marcadas influencias del llamado teatro del absurdo (que el autor no esconde, en sus un poco excesivas alusiones a Vladimir y a Estragón), con un tanto del comic y del cine, con un pequeño homenaje al té del Sombrerero, el lirón y la Liebre de Marzo con la hora robada a Circa Mártir que la condena para siempre al tercermundismo, Mancebo del Castillo Trejo compone una hilarante historia que trata de la suerte de los héroes. La capitana Gazpacho, que parte como un Colón cualquiera a descubrir nuevos mundos --en su precaria balsa dotada de un viejo y sucio excusado de cuyo tanque sale un mástil con una enseña-- y asistida por su tripulación de vikingos --todos actuados por el autor del texto-- contamina su historia y la de su escudero con las de Mina Fan y Circa Mártir, que a su vez se enredan con las de Pompeyo el domador de las esposas, y Honoria, su mujer. La sátira del antihéroe y la burla del machismo no están ajenas al empeño.

Un texto tan barroco requería de la lectura de un director como Mauricio García Lozano que ya en escenificaciones anteriores --como El espíritu de la pintora-- había demostrado una imaginación muy basada en el comic y los mass media. García Lozano vuelve a acertar en mucho gracias a su equipo. Está la escenografía de Philippe Amand que desde un principio da una idea de gracia y desenfado y permite algún trucaje muy propio de las caricaturas, y el vestuario de Adriana Olivera. Está la gracia en las actuaciones de la deliciosa Romina Garibay y de Mónica Huerte y Ana Francis Mor, la muy fuerte presencia de Susana Garfel Durazo como la capitana y el desparpajo de Juan Carlos Vives y de Gerardo Mancebo del Castillo Trejo. Una divertida propuesta, hecha con inteligencia y gracia es la que cerró --esperemos que por corto tiempo-- las funciones de los lunes en La Gruta.