La relación mexicana que establece la Secretaría de Gobernación entre los catequistas indígenas de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es una muestra acabada del esquematismo reduccionista que impera en el equipo de Bucareli. La realidad es mucho más compleja de lo que quisiera el grupo de asesores maoístas-salinistas que aconseja a Francisco Labastida Ochoa.
De acuerdo con datos de Felipe Toussaint, vicario general de la Diócesis coleta, existen en esa jurisdicción eclesiástica 7 mil catequistas, 311 diáconos y 200 candidatos al diaconado (La Jornada, 4/VI). Son ellos los que diseminan la línea pastoral del obispo Samuel Ruiz, y suplen con efectividad el déficit de sacerdotes en las áreas alejadas y comunidades pequeñas que caracterizan a Los Altos, Norte y Selva de Chiapas. Llegar a sumar miles de activistas católicos es el resultado de una larga reflexión y consecuente práctica por parte de don Samuel y los clérigos que le han acompañado en sus cerca de cuarenta años como obispo de la antigua capital chiapaneca.
Antes de todo ello medió un proceso de conversión en la vida de Ruiz García. Cuando llegó a San Cristóbal, a principios de 1960, el nuevo obispo era social y políticamente muy conservador, anticomunista. Más o menos diez años después los efectos de realizar su labor pastoral entre los indígenas más pobres y discriminados del país lo empiezan a inclinar hacia la naciente Teología de la Liberación. La fuente del cambio en Ruiz García fue constatar diariamente, en términos vitales, la opresión que pauperizaba a sus feligreses indio(a)s. En palabras de Javier Vargas, marista y uno de los pioneros en la formación de catequistas en la Diócesis de San Cristóbal: ``Lo convierten los indios. No lo convierte el Vaticano. Lo convirtió el proceso catequístico de la palabra de Dios. Eso fue. La clave, entonces, es la conversión. Y que él haya comprendido que a quien se debe convertir es al pobre, a las raíces, a la cultura, al pueblo. Eso es lo que mueve dentro de sí al espíritu hacia la liberación, hacia la justicia, la paz'' (citado por Carlos Fazio. Samuel Ruiz, el caminante, Espasa-Calpe. 1994, p.78).
Me parece que en la decisión de Samuel Ruiz para poner en mano de los laicos tareas sustanciales de la Iglesia católica, además de las resoluciones del Concilio Vaticano II, su acercamiento a ciertos aspectos de la Teología de la Liberación y un claro entendimiento de las singularidades culturales de los indígenas, también influyó la manera de trabajar de los grupos evangélicos-protestantes que en relativamente pocos años crecieron espectacularmente entre los tzotziles, choles, tzeltales y tojolabales. Y ese trabajo de expansión descansó preponderantemente en creyentes indígenas que de manera espontánea se dedicaron a difundir su nueva fe (Cfr. El trabajo de Rodolfo Casillas, ``Pluralidad religiosa en una sociedad tradicional, Chiapas'', en Cristianismo y Sociedad, núm 101, 1989). Un antropólogo de la Universidad de Stanford, George A. Collier, que empezó a realizar investigaciones entre los pueblos indios de Chiapas en la década de los 60 observa una relación interesante entre la laicización protestante y el posterior fenómeno semejante que se dio con el movimiento catequístico promovido por la Diócesis: ``Las iglesias protestantes, que en gran medida se sirvieron de predicadores laicos para su labor proselitista en el este de Chiapas, ayudaron de manera inadvertida a echar los cimientos de la organización política de base que se formó posteriormente. Y cuando la Iglesia católica respondió al reto del protestantismo en la región, también se valió de catequistas laicos, colaborando así con la creación de otra red en la jungla'' (¡Basta! Tierra y rebelión zapatista en Chiapas, UNACH, 1998, p.77).
Si el discurso de los catequistas, reivindicador de los derechos humanos, tuvo amplia aceptación entre las comunidades fue porque la realidad les negaba esos derechos a los indígenas. Encontrarse, a partir de una específica lectura de la Biblia, con que soportar la pobreza, padecer enfermedades, hambre y muerte prematura no eran designios de Dios sino frutos de un sistema económico depredador, significó pasar del fatalismo a la participación en la creación de nuevas condiciones de la vida. Reducir todo, como lo hace Gobernación, al activismo de un grupo de radicales que alborotó a los indígenas es tender un velo a las ominosas condiciones de vida que hicieron factible la apropiación de un discurso eclesial, el de los catequistas, por parte de comunidades hartas de la marginación en todos los órdenes, El origen de la violencia en Chiapas está en otra parte, y no en el movimiento catequístico.