El gobierno de Zedillo se encuentra en un laberinto y, según todos los indicios, terminará su periodo sin poder salir de él. En lo económico tiene varias presiones que le restarán más popularidad, si alguna vez la tuvo. El FMI le recomienda que se aumente el IVA y que los casi dos millones de vendedores ambulantes paguen impuesto sobre la renta; el precio del petróleo no parece que se vaya a recuperar en corto plazo, y el gasto social sufrirá un tercer recorte; el Fobaproa es una bomba de tiempo; el peso tiende a devaluarse todavía más; la fuga de capitales, que ya se ha iniciado, puede acelerarse en los próximos meses; la economía externa está en déficit por ser mucho mayores las importaciones que las exportaciones, y así por el estilo otros factores económicos que a nadie satisfacen, ni siquiera a parte de los supermillonarios que favoreció Salinas, pues de los 24 que había en 1994 ya nada más quedan siete.
En lo político, Zedillo se topa con la oposición de no pocos priístas a la conversión de Fobaproa en deuda pública y, por supuesto, al aumento del IVA, por ser ambas medidas elementos negativos adicionales a la disminución del gasto social, y porque las repercusiones serían directas para el PRI en un periodo en el que se disputan cargos de elección en la tercera parte de las entidades federativas del país. Existe también la posibilidad de que la próxima asamblea del PRI, en principio programada para noviembre de este año, resulte un campo de batalla entre los llamados dinos y los tecnos en vistas a la sucesión presidencial. Los priístas saben muy bien que la política económica y la obcecación presidencial en su modelo de crecimiento económico operan en sentido contrario a las necesidades del PRI para competir en las elecciones locales por venir. Saben también que la política guerrerista y contradictoria del gobierno, particularmente en Chiapas y en Guerrero, les restarán votos o los obligarán a volver al expediente de los fraudes obvios del pasado como recurso electoral que ya nadie quiere.
La carrera por la sucesión presidencial ha comenzado ya, un poco adelantada por comparación con sexenios anteriores, pero tiene varios agravantes: un Presidente impopular como pocos; un dedo cortado que aunque fuera reinjertado ya no funcionará; una situación económica que nada tiene que ver con las promesas de campaña en 1994, como lo saben bien millones de familias que en lugar de lograr bienestar están más pobres que antes; un PRI dividido y que ha perdido el apoyo corporativo de sectores populares que mal que bien le funcionaron en el pasado; un gabinete en el que la inteligencia y la coherencia verbal no son sus principales atributos y, por si no fuera suficiente, una oposición que ahora sí es competitiva.
En el interior del PRI se gestaron tres corrientes en relación con los gobiernos neoliberales: la Corriente Democrática que terminara por separarse del partido para formar el Frente Democrático Nacional, ahora PRD, la corriente de los dinos que se quedó callada por un rato hasta recuperar posiciones de poder (gobiernos de varios estados, encabezados por el de Puebla), y los tecnócratas que no saben qué hacer con el poder pues la política no es su fuerte. Zedillo tuvo que aceptar a los gobernadores y senadores y diputados antitecnocráticos para no restarse más apoyos de los que por su propia política ya ha perdido, pero con tal aceptación lo único que hizo fue criar cuervos sin fortalecer a cambio a sus propios cuadros. El nombramiento del más reciente secretario de Gobernación, si bien tuvo la intención de tener una carta no directamente tecnocrática (pero tampoco antitecnocrática) para sucederlo en la Presidencia en el improbable escenario de que llegue a triunfar el PRI, le ha resultado contraproducente, entre otras razones por la estulticia de sus principales funcionarios y por el criminal manejo del affaire Chiapas.
La sucesión presidencial, que comenzará a definirse en la docena de elecciones locales de este año, será una carrera para cuatro partidos (sin tomar en cuenta por ahora al del Ejército Nacional): el PRI tradicional, el gobierno de Zedillo, el PRD y el PAN. Mientras tanto, Zedillo se mueve en un laberinto cuya salida no se ve por ningún lado.