Hace unos meses, el presidente de la Cruz Roja Mexicana, José Barroso, se manifestó públicamente contra la campaña que desarrollan las dependencias del sector salud para contrarrestar la epidemia de sida en el país. En lo que constituyó una clara alineación con las posturas irracionales, moralistas y mortíferas de la Iglesia católica, descalificó el uso del condón como medida adecuada para prevenir la infección de VIH.
Posteriormente, el funcionario se ufanó de que el éxito de la colecta anual de la Cruz Roja había sido una suerte de aprobación plebiscitaria de su sabotaje a los programas de salud pública. De esta manera, interpretó la generosidad de la sociedad mexicana como expresión de una inexistente unanimidad moralista y retrógrada, y agravió a los donadores de la Cruz Roja, quienes no necesariamente aprueban o comparten las posturas irresponsables de su presidente.
Ayer, Barroso volvió a la carga y anunció que la institución que dirige presentará a las dependencias oficiales programas preventivos ``en lugar del condón'' que, como es previsible, se reducirán a exhortar a la población a que cambie sus hábitos sexuales y adopte la abstención, la monogamia o la monoandria, como lo exigen Provida y la jerarquía eclesiástica.
Más grave que los empeños de Barroso por imponer su moral y sus prejuicios en la vida privada de los ciudadanos, más peligrosa que sus intentos por torpedear las políticas de salud pública, es su toma de partido contra una de las partes en el conflicto chiapaneco, su alineación con la otra y su descalificación del obispo Samuel Ruiz, un personaje fundamental para la pacificación de ese estado y la solución del conflicto. En efecto, en sus declaraciones de ayer, el funcionario arremetió contra el EZLN, negó la existencia de grupos paramilitares en Chiapas y aseveró que el obispo de San Cristóbal de las Casas ``no es necesario'' para resolver la crispada circunstancia en la que se encuentra la entidad. Adicionalmente, Barroso descartó la necesidad de que el Comité Internacional de la Cruz Roja intervenga en la atención a los refugiados y a las comunidades acosadas por los militares, los paramilitares y las fuerzas de seguridad del gobierno local.
Con tales despropósitos, Barroso liquidó la neutralidad de la institución que encabeza y la hizo tomar partido del lado del gobierno, el cual es, a fin de cuentas, una de las partes en pugna en el escenario de Chiapas. Se trata de un alineamiento a todas luces incompatible con los principios fundamentales y operativos de la Cruz Roja en todo el mundo, y de una deplorable contribución al agravamiento del conflicto.
Paradójicamente, las palabras de Barroso dan argumentos adicionales a las solicitudes de que intervenga el Comité Internacional de la Cruz Roja en Chiapas. El daño provocado a la credibilidad, la seriedad y el prestigio de la institución mexicana por las declaraciones de su propio presidente puede hacer necesaria la presencia de una instancia manejada con mayor visión, seriedad y prudencia.