Un arcoíris entre los mundos
Para contrarrestar la consigna zapatista que llama a ``crear un mundo en donde quepan todos los mundos'', los tiranosaurios mexicanos que defienden el mundo de los 300 banqueros dueños de todos nuestros mundos, hoy en día usan la fuerza bruta, asesinan, roban, encarcelan y expulsan, y de este modo separan los mundos que les son adversos.
La violencia experimental que el régimen puso en marcha en febrero de 1995, al fundar los primeros núcleos paramilitares en la zona norte de Chiapas, fue propagada soterradamente a la región de los Altos, a lo largo de 1996, mientras el EZLN dialogaba en todas las mesas posibles: la mesa de San Andrés, la mesa del Congreso Nacional Indígena, la mesa de la Cocopa, la mesa de la Reforma del Estado (auspiciada por la Cocopa misma), la mesa de los sindicatos industriales, la mesa de las organizaciones agrícolas, la mesa de las mujeres, la mesa de los niños, la mesa de los estudiantes, la mesa de los artistas, la mesa de los homosexuales, la mesa de los vegetarianos, y muchas, muchas mesas más, sin olvidar las submesas que se multiplicaron por doquier durante el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo.
Al emitir la Cuarta Declaración de la Selva, enero de 1996, el EZLN, organización rebelde, alzada contra el ``gobierno'', anunció que sin deponer su declaración de guerra proseguiría combatiendo a los tiranosaurios con el arma única y exclusiva de la palabra, mas no de la palabra a secas sino de ``la palabra que está sembrada para siempre en el vientre del mundo''. ¿Cómo se valdría el EZLN de este instrumento para vencer pacíficamente los tanques y los cañones que apuntaban contra los pueblos indios? La Cuarta Declaración de la Selva también lo dijo: ``Los zapatistas usaremos el arma de la palabra a través del diálogo con todos los mundos''.
Así, mientras el EZLN dialogaba en todas las mesas, en todos los foros, en todos los continentes y en todas las lenguas, los tiranosaurios por su lado --matando, robando, encarcelando y expulsando hombres, mujeres y niños de la zona Norte de la entidad--, remozaban las horcas y afilaban los cuchillos destripadores en los Altos.
En mayo de 1997 estalló en los Altos de Chiapas la violencia paramilitar, que había sido copiada exitosamente del modelo experimental de la zona Norte. Buscando con lupa en el seno de cada comunidad rebelde y hurgando sobre todo en las estructuras locales del PRI, el aparato de inteligencia del régimen reclutó un número importante de individuos y grupos que no simpatizaban con el EZLN, y en pocos meses los convirtió en perros asesinos, como lo han demostrado las dos primeras matanzas a gran escala: Acteal (diciembre de 1997), San Juan de la Libertad (junio de 1998).
En un espacio geográfico tan estrecho y tan poblado como las montañas que rodean a San Cristóbal de Las Casas, el ``gobierno'' federal patrocinó la expansión de nuevos escuadrones de la muerte, a imagen y semejanza de Paz y Justicia, y basado en manuales de contrainsurgencia del ejército de Estados Unidos (véase la amplia documentación al respecto publicada en los primeros números del suplemento Masiosare), inventó una supuesta guerra ``entre indios'' que ha sido incapaz de sostener, tanto en los hechos como en el plano argumentativo.
Antes de renunciar a su puesto, el ex secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, intentó argüir que los 45 hombres, mujeres y niños acribillados y despanzurrados en Acteal fueron víctimas de una ``disputa entre indígenas'', ocasionada por la posesión de un banco de arena. Pero todos los mundos del mundo saben, con el horror todavía intacto, que la matanza del 22 de diciembre fue perpetrada a lo largo de cuatro horas, con una saña implacable, bajo la aprobación de aquellos que, según dicen, nos ``gobiernan''.
Sin embargo, tras la matanza del pasado 10 de junio, en la que otros nueve indígenas fueron acribillados y despanzurrados en San Juan de la Libertad, el Presidente de la República ya no consideró necesario (como en diciembre) dar un mensaje televisado para ``lamentar los hechos'', y al secretario de Gobernación, sin duda, le pareció superfluo idear una coartada verosímil.
La matanza de Acteal sirvió como pretexto para que el Ejército Mexicano insertara cinco mil soldados en el corazón de las comunidades zapatistas de los Altos. ¿Para qué? Evidentemente, para ``protegerlas'' de nuevas agresiones. Con ese movimiento estratégico, la administración federal reforzó su control directo sobre el mayor bastión político del EZLN fuera de la selva.
Desde el 22 de diciembre y hasta los días finales de marzo, el régimen efectuó más de cien incursiones incruentas en la selva y en los Altos, para practicar ``ejercicios conjuntos'' entre soldados, corporaciones policiacas y bandas paramilitares. El 10 de abril, una vez que la maquinaria estuvo satisfactoriamente aceitada, el nuevo secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, y el nuevo ``gobernador'' de Chiapas, Roberto Albores Guillén (unidos por una sólida relación de compadrazgo), iniciaron el ``desmantelamiento de los municipios autónomos''.
Aprovechando la colaboración de periodistas ``amigos'' del aparato de inteligencia, el régimen dio una publicidad desmedida a las festividades que la comunidad de Taniperla había preparado para celebrar el cambio de autoridades del municipio autónomo, que existía y operaba como tal desde el 19 de diciembre de 1994.
Así, escudado en la propaganda, el régimen leyó la noticia como una ``provocación'' del EZLN y descargó, de noche, toda la furia de su máquina de guerra, asaltando con mil hombres una comunidad indefensa. Pero la captura de Taniperla sirvió a más de un objetivo, como ahora lo sabemos, porque allí, al aprehender y expulsar a trece campamentistas europeos y estadunidenses, el ``gobierno'' rompió el mito de la inmunidad que hasta entonces había protegido a los observadores extranjeros en Chiapas.
El 10 de abril, Labastida inició su propia guerra contra los campamentos internacionales de observación civil, que hasta esa fecha habían inhibido la acción de los escuadrones de la muerte sobre todo en la selva. Hoy, en medio de la selva, Taniperla está en poder de los paramilitares. Y ahora éstos sueñan que, muy pronto, gozarán de las delicias fluviales de La Realidad.
Hoy por hoy, como requisito básico para desatar en la selva la violencia paramilitar que impera tanto en la zona norte como en las montañas de los Altos, el ``gobierno'' ha dado ya varios pasos firmes. Uno: el linchamiento propagandístico y la posterior expulsión de los 130 observadores italianos, para enviar un mensaje a los amigos del EZLN en todos los otros mundos que forman parte del mundo. Y dos: las recientes disposiciones ``legales'' dictadas por Gobernación, para suprimir, con trabas tan ridículas como injustificables, el trabajo de los defensores de los derechos humanos en las áreas envenenadas por la guerra.
Todo lo anterior corrobora que el llamado ``plan de pacificación'' que Labastida Ochoa anunció el 10 de marzo, es una etapa más de la estrategia de aniquilamiento que los órganos de seguridad del Estado mexicano llevan a cabo contra la rebelión zapatista.
Hay que repetirlo: el objetivo inmediato de quienes se dicen ``desesperados'' porque no soportan el silencio de Marcos, es desamarrar a las jaurías paramilitares que han sido criadas en torno del enclave militar de San Quintín y de los cuarteles que invaden las cañadas de La Soledad y Las Margaritas, y con ellas, penetrar, golpeando directamente, en las comunidades de la selva.
La guerra secreta contra los indios --que no ha cesado un instante desde febrero de 1995, ni siquiera mientras el ``gobierno'' discutía y firmaba acuerdos en San Andrés--, ha destruido la mayor parte de los diálogos por la paz que le ofrecían una salida justa, reparadora, renovadora y digna al conflicto.
La acción militar no sólo ha cancelado el diálogo entre el EZLN y las ``autoridades'' políticas del país, sino que ha interrumpido, asimismo, los múltiples diálogos que el EZLN sostenía con las incontables expresiones de la sociedad civil, en México y en el mundo. Sin embargo, la estrategia bélica sigue avanzando porque todavía no ha logrado destruir el último diálogo que aún subsiste, y que no es otro sino el que los indios zapatistas mantienen con los indios del PRI, y a través del cual los insurrectos, semana a semana, conquistan más y más bases de apoyo para su causa pacífica.
En el poblado de Chavajeval, por ejemplo, ¿cuántos afiliados al PRI se sienten todavía militantes de ese partido, después de haber sido baleados, arrestados, apaleados y tratados como bestias por las fuerzas del ``gobierno'' priísta de Albores Guillén, que les devolvió a sus muertos con las tripas de fuera?
Cuando el EZLN se jugó todas sus cartas, apostando únicamente a las armas de la palabra para batirse en el campo de batalla del diálogo y construir un mundo de tolerancia en donde tuviesen un lugar propio todos los mundos, el régimen, que hoy como siempre declama su ``paciencia infinita para reanudar el diálogo'', aceleró sus preparativos de exterminio, se burló del sagrado valor de la palabra y desplegó alambradas de púas entre todos los mundos que se habían descubierto el primero de enero de 1994, los unos a los otros, y querían habitar, simplemente, en un mundo menos horroroso que el de los tiranosaurios.
La violencia del régimen a lo largo de estos años, ha obligado a huir de sus casas y pueblos a más de 16 mil indígenas chiapanecos, de los cuales más de 10 mil continúan viviendo como cabras en los montes, en condiciones inadmisibles. Pero esa misma violencia, a la vez, ha engendrado una corriente de odio artificial en contra de las personas e instituciones extranjeras que se preocupan y alzan su voz, alarmadas y descorazonadas por tanta brutalidad contra los pobres, como dice Galeano, ``de toda pobrería''.
La comprensión de este fenómeno ha dado origen a una nueva iniciativa política que está empezando a madurar en las dos orillas del océano Atlántico. En la ciudad de México, un grupo de intelectuales y artistas decidieron organizarse y tejer una red civil contra la xenofobia. En Milán, los representantes de los países europeos cuyos ciudadanos han sido expulsados de México por ayudar a la causa de la paz en Chiapas, aceptaron tomar medidas recíprocas.
Dentro de algunos días, aparecerá una convocatoria para invitar a todas las personas interesadas a asumir como propia la defensa de los europeos expulsados de México, mientras que éstos, a través de sus organizaciones sociales, promoverán a su vez el apoyo a los indígenas mexicanos expulsados de los lugares donde siempre habían vivido.
Los mexicanos que deseen respaldar este intercambio de solidaridades mutuas, deberán ``adoptar'', simbólicamente, a un extranjero expulsado, recabar el mayor número de adhesiones para respaldarlo(a) y participar en actividades cívicas para exigir y lograr que el Tribunal Superior de Justicia anule el oficio de la Secretaría de Gobernación que le impide retornar a México.
No es una tarea inmediatista, sino de principios y a largo plazo, pero está inevitablemente destinada a triunfar: los expulsados regresarán el día que el autoritarismo que los echó de aquí sea derrotado por la vocación pacifista del multitudinario conjunto de sus víctimas.