DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro
DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro
Los verdugos visten de negro
El futbol sería más racional y menos apasionante si tuviera otro sistema de arbitraje. Cada partido incluye a un legislador que no conoce la duda. En 1955, la Bundesliga sometió a un examen a sus jueces de cancha. Reproduzco una pregunta: ``¿Cuándo puede el árbitro cambiar la decisión que ha tomado?'' La respuesta revela la condición fatal de sus sentencias: ``No puede cambiar de decisión''. Aunque debe estar a tres metros del balón, en ocasiones procura justicia a distancia, luego de una carrera sofocante. Su opinión es un rayo irreversible: en un segundo decide para siempre que el balón entró a la portería de Alemania, y 32 años después seguimos discutiendo su impericia.
Cuando el árbitro se nota, el juego empeora. Los silbantes crónicos se convierten en inmerecidos centros del espectáculo. El juez supremo debe tener virtudes trascendentes para infundir rigor sin ser visto. Muy pocos logran esta aventura de la santidad. Por norma, el hombre que controla el tiempo y las tarjetas saca lo peor del domingo. Eduardo Galeano recuerda un partido en el que se guardó un minuto de silencio porque había muerto la madre del árbitro. Mediada la contienda, la porra brava recordó el trance que atravesaba el réferi y le gritó sin miramientos: ``¡huérfano de puta!''
Trabajo sufrido el de quienes soplan contra la opinión pública. Por eso Günter Koch, locutor de la cadena alemana ARD, afirma: ``Los árbitros pertenecen a la especie en extinción de los idealistas''. Ganan poco, nadie los quiere y procuran que el juego sea más limpio.
Sirva esta entrada piadosa para alabar a quienes se atreven a pitar penales justos contra el equipo de casa y a quienes expulsan al consentido de la afición que se siente con licencia de mutilar contrarios. Sin embargo, Francia 98 se ha convertido en un experimento para estudiar las injusticias que encierra un silbato.
Marruecos y Camerún no pasaron a la siguiente ronda por errores arbitrales. Además, el criterio cambia de un partido a otro; hay jueces draconianos para los que un rasguño amerita destierro y jueces permisivos que confunden un campo de batalla con un picnic.
Cosecha roja
La innovación más importante para frenar la violencia es la amonestación cuando un defensor se barre por atrás. La FIFA agrega que, si la acción pone en peligro físico al atacante, merece tarjeta roja. Pero nada es tan subjetivo como detectar el riesgo que sufre un jugador. Para unificar puntos de vista, la FIFA elaboró un video. Por desgracia, fue repartido a mediados de mayo, un mes antes del silbatazo inicial. Tenemos a la primera generación de silbantes adiestrados con una cátedra virtual.
En el Mundial de 1930 hubo un expulsado y hasta 1986 la cuota no rebasó las nueve tarjetas rojas. En Italia hubo 16 y en Estados Unidos 15. Los marcajes de guadaña y los berrinches de astros sin otra disciplina que verse en el espejo, han aumentado los índices de criminalidad. De cualquier forma, en Francia los árbitros expulsan como si cobraran derechos de autor.
En 1966, Rattin, capitán de la selección argentina, fue expulsado por pedir un intérprete. El árbitro alemán Kreitlein admitió después: ``no entendí lo que decía''. El mismo réferi había pasado una prueba con la siguiente pregunta: ``¿Cuándo está el balón en juego?'' La respuesta es mitad obvia, mitad metafísica: ``Cuando gira sobre sí mismo''. La justicia es así de simple y así de compleja. A las muchas emociones del Mundial, debemos agregar la mirada persecutoria del hombre que, cuando no encuentra un delito, lo comete.