Un juego de frontón
Calle Labradores en la colonia Morelos. El grupo de promotores se mete a la vecindad con el número 9. Los jóvenes se dividen las viviendas enrejadas. Cuando les abren, informan a los vecinos que el gobierno pondrá en marcha programas deportivos, culturales y de servicios públicos.
Dejan para el final la seguridad pública. ``Es parte de la estrategia'', explica Alicia Hernández, coordinadora del grupo. ``Si llegamos de golpe anunciando operativos nos cierran la puerta. De por sí ya nos acusaron de que les echamos a la tira encima''.
Es una táctica distinta a la usada en las otras 14 colonias incluidas en el programa, donde los promotores recorren las calles en parejas.
Aquí no. Caminan en bola por las aceras y en bola entran a las vecindades, de donde no salen hasta que están todos reunidos.
El tamaño de las precauciones es directamente proporcional a los riesgos. La coordinadora cuenta que cuando empezaron a trabajar, se toparon con algunos predios que tenían vigilantes en las entradas. ``Tuvimos que distraerlos mientras los demás daban la información de volada. Fue la única forma de entrar''.
No es el caso de la vecindad de Labradores 9, donde el único problema es que el grupo tiene que esperar a que unos valedores terminen de jugar frontón.
Sin camisas, los brazos tatuados y tenis caros, los chavos golpean la pelota. Nada interrumpe el juego. Automóviles y transeúntes esperan hasta que se cometa un error o se pacte una pausa.
En el frontón callejero de la Morelos las apuestas son grandes. De 500 pesos a automóviles de lujo.
Por eso, el que interrumpe un juego es castigado. Dicen que algunos han muerto por este motivo.
Como las pizzas Ferrocarril de Cintura.
Suerte. Uno de los valedores lanzó la pelota debajo de un coche y los promotores cruzaron corriendo.
Ahora, frente a un taller de reparación de motos, se ponen de acuerdo sobre la siguiente visita.
Mientras deliberan, un adolescente entrega una motoneta azul a otro muchacho, quien de inmediato levanta el asiento y acomoda una bolsa negra de plástico. Antes de arrancar, se acomoda una pistola bajo la camiseta.
¿Qué hay en la bolsa que amerite tales cuidados? ``Droga'', dice uno de los promotores. ``Es lo más común. También las usan (las motos) para asaltar''.
La demanda es tal, que en la colonia existen por lo menos tres grandes negocios de renta de motonetas. Uno, ubicado en la calle Armería, es -según informes del gobierno capitalino- uno de los principales centros de distribución de narcóticos.
En la Morelos, la droga se compra, vende y consume en la calle. Y como las pizzas, se entrega en moto.
Milagritos
Hojalatería 68. La oscura vecindad llena de bolsas de basura y bicicletas encadenadas a las rejas, con decenas de ojos que atisban por las ventanas, tiene un altar a la Virgen de Guadalupe, como la inmensa mayoría de las vecindades.
Pero lo que distingue al barrio bravo no son sus vírgenes, sino esa suerte de milagritos que cuelgan de los altares: carteras vacías, credenciales de elector, licencias, jeringas, papelitos cuadrados con restos de polvo blanco, envases de cerveza...
¿Quién reza?
Los inquilinos, que desde antes que se abriera la puerta ya sabían de la visita, nada explican.
En el departamento A 102 una anciana confiesa que sólo sale una vez por semana por el miedo de ser atacada. Vive encerrada en un oscuro cuarto lleno de muebles polvosos y viejos muñecos de yeso.
Mira con desconfianza al promotor. No le cree. Desconfía del gobierno. Está segura de que nadie puede terminar con la delincuencia. Para ella, la guerra está perdida.
Le sobran razones. A unos metros, en el A 107, un joven con acento norteño, gruesas esclavas de oro y dos medallas con forma de AK-47, dice que no conoce los problemas de la colonia.
Se llama José Luis Rodríguez y no parece encajar en la Morelos.
``Aquí nadie es ostentoso por razones de seguridad'', dice Alberto Cerda, el promotor que entrevistó al norteño. ``Los únicos que se atreven a salir así a la calle es porque saben que las pueden y que la banda los respeta''.
Los vecinos dicen que en el departamento de José Luis se vende droga. El norteño ``las puede'', que ni qué.
``¡Cállate, vieja!''
Papelería en Jardineros 40, a 150 metros de la casa de José Luis.
La propietaria confiesa a Christian, uno de los promotores, que ya está harta de vivir entre traficantes y drogadictos, y se dice dispuesta a entrarle a todo.
``Por las noches, después de las 10, debería de ver, es una romería de coches que vienen a comprar droga... A las 3 o 4 de la mañana descargan las pistolas. Tiran a lo que sea. La verdad, no se puede vivir así''.
Señala a la vecindad de enfrente, que tiene en su fachada el número 41. Allí, dice, a cualquier hora se vende toda clase de enervantes.
En ese momento, dos jóvenes morenos, con bermudas y tenis, cruzan la calle y se meten a la papelería. No dicen nada. Nomás se quedan viendo a la señora y a los promotores.
El esposo de la mujer se pone histérico. ``¡Cállate, nos vamos a meter en problemas!'', dice. Ella no hace caso: ``Yo le entro a lo que sea''.
Sin decir palabra, los dos sujetos regresan a la vecindad. La mujer se queda callada, la mirada fija en la pared de enfrente. Su mano izquierda tiembla ligeramente.
Azotea con pistola
El edificio de Jardineros 46 es de los más altos y desde sus pisos superiores se dominan las casas vecinas.
En una azotea, un sujeto limpia cuidadosamente su pistola. Retira el cargador, revisa las balas y lo acomoda de nuevo en su lugar. Corta cartucho.
De pronto, voltea al edificio donde dos promotores lo observan. Sin inmutarse, dirige el cañón de la pistola a los muchachos.
Los testigos se van.
La monja y las joyas
La monja abre tamaños ojos mientras cuenta que, dos días antes, trataron de secuestrar a una de las refugiadas de la Casa Hogar para Madres Solteras de las Esclavas de la Virgen Dolorosa, en la colonia Toriello Guerra.
``La querían subir a una combi y, como no se dejó, la golpearon muy fuerte''.
-¿Los conocía?
-No, ella es de San Luis Potosí, tiene aquí más de un año y nunca tuvo problemas con nadie.
Los promotores se miran entre sí. Cinco minutos antes recibieron una queja similar, de estudiantes de un Conalep.
Y más adelante escuchan el testimonio de una vecina a quien asaltaron a mano armada, y como no traía dinero quisieron arrebatarle a su niño.
Incidentes nuevos en la Toriello Guerra, donde, hasta hace unos meses, el problema más grave era el robo de autopartes.
Pero los intentos de secuestro son otra cosa.
Como las amenazas a la señora Carmen Martínez, quien desde la ventana de su casa, todos los días ve cómo se roban parrillas, espejos y llantas de los autos estacionados.
``Llegan en un Galaxy blanco, se paran junto a los coches y en menos de dos segundos le quitan las partes'', explica. ``Uno de los rateros se dio cuenta que los veía y me hizo así'', dice y se pasa un dedo por el cuello.
Doña Carmen es experta en lidiar con delincuentes. En lo que va del año van tres veces que al llegar a su casa se encuentra al ratero adentro. Uno hasta le abrió la puerta.
``No sé qué me ven'', se queja, mientras acaricia un grueso torsal de oro puro que cuelga de su cuello.
Jeringas bajo los árboles
Plaza Teotihuacan, colonia San Francisco Culhuacán.
Los promotores Luis Barrera y Patricia Borja están asombrados de la respuesta de los vecinos. ``Generalmente son muy pocos los que se animan a participar, pero aquí la mayoría dice que sí le entra''.
No debieran asombrarse. Porque en apenas cuatro horas recopilaron una multitud de denuncias de asaltos a mano armada, robo de autos con violencia, homicidios, robo de niños, venta de drogas...
Hartos, los vecinos quieren organizarse. ``Hace 15 días cuatro jovencitos se llevaron un Jetta que estaba estacionado'', dice el vecino del 322. ``Y la semana pasada se robaron una moto nuevecita. Eso fue el colmo, porque era de un judicial''.
Todos conocen a los ladrones, hasta los policías. ``Mire, allí va uno de ellos'', dice mientras señala a un moreno flaco que carga dos caguamas.
Martha Barroso, quien vive en el 319, dice que la plaza es un paraíso para los delincuentes, porque entran por el Eje 3 Oriente y escapan por Tilantongo, una zona habitacional con andadores.
``Aquí no entran ni los de las pizzas, hasta los cobradores tienen miedo. De plano ya me voy a cambiar'', confiesa Eloísa Lara, de la casa 314.
Vaya, los ladrones hasta se dan el lujo de no pisar la calle. María del Carmen Kuri cuenta que una noche escuchó que silbaban en el techo de su casa. Se asomó y vio a tres sujetos que pasaban de una azotea a otra, y que se comunicaban con chiflidos.
``Les grité ¡rateros! y uno casi hasta se cayó por la sorpresa. Pero se largaron hasta que otros vecinos prendieron la luz''.
Doña Carmen se dice ``la policía del barrio'' porque cuando fue jefa de manzana consiguió que se removiera una bomba de agua que ``nomás servía de hotel'', y también logró que se podaran los árboles de la plaza.
Junto con las ramas, los vecinos encontraron decenas de jeringas hipodérmicas, de las que se usan para inyectar heroína.
Toda esta situación alimenta el entusiasmo vecinal para participar en el nuevo programa de seguridad.
Aunque tienen sus reservas.
Manuela Sáenz pregunta a los promotores cuánto va a costar.
-Nada, es un programa del nuevo gobierno. Es absolutamente gratis -le contestan.
-¡Híjole, ahora sí me dejó con la boca abierta!
El primer paso del nuevo programa contra la delincuencia fueron los recorridos que decenas de jóvenes promotores realizaron por las 15 colonias seleccionadas, labor que concluyó el pasado miércoles. Los promotores visitaron más de 30 mil hogares para ``informar, sensibilizar e invitar'' a los ciudadanos a prevenir la delincuencia y encontraron una ``intención de participación'' próxima al 50%.
Al mismo tiempo, 2 mil 500 policías realizaban patrullajes intensivos. Según palabras del secretario de Seguridad Pública, Rodolfo Debernardi, los policías llegarán ``a barrer'' a los delincuentes de esas colonias, y cuando terminen serán reubicados en otras zonas conflictivas. El programa crecería.
Para cuando se vayan, en las colonias elegidas tendrán que estar listos los comités ciudadanos de prevención del delito, que agruparán a los vecinos que se dijeron dispuestos a participar (aunque en el gobierno capitalino aún se discuten sus atribuciones). A estos comités les serán presentados los policías de barrio, cuya actuación supervisarán.
De este modo, esperan las autoridades del DF, habrá a quién exigir cuentas sobre la delincuencia en lugares específicos.
El antecedente necesario.
El 28 de mayo, en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, Cuauhtémoc Cárdenas es el único orador: anuncia un nuevo programa de seguridad pública, cuyo eje es la colaboración entre ciudadanos y gobierno.
Un programa sugerido por el Consejo Consultivo en Procuración de Justicia y Seguridad Pública. El largo nombre es un organismo formado seis semanas antes, a sugerencia del mismo Cárdenas, en el cual participan representantes de diversos sectores de la ciudad.
En su breve discurso, Cárdenas precisó que el nuevo programa de carácter básicamente preventivo ``no excluye ni sustituye a otros'' que ya funcionan para atacar la delincuencia. (Es el caso de los operativos en zonas emblemáticas como Tepito, la Buenos Aires y el Centro Histórico).
Sin embargo, ya en el remate, Cárdenas dijo: ``Este no es para la administración un programa más, ni sólo uno de sus proyectos prioritarios. Es compromiso político y personal principal para quienes encabezamos el gobierno y es nuestra decisión jugar el todo por el todo por la seguridad del Distrito Federal''.
El ``todo por el todo'' fue lo que destacaron los medios al día siguiente.
Muchas estrategias
Secretaría de Seguridad Pública (SSP), piso 12.
El secretario Rodolfo Debernardi atiende la pregunta:
-¿El nuevo programa es la mejor estrategia para combatir la delincuencia?
-No. Las estrategias son muchas. Una policía que piense solamente en una está eliminada.
Debernadi ve en el programa anunciado por su jefe sólo una más de las acciones de la secretaría.
Un día antes de la entrevista se había reunido con la directiva de la Cámara de Comercio de la Ciudad de México. Según su presidente, José Antonio Fernández González, Debernardi no se refirió en ningún momento al nuevo programa.
Quizá no lo mencionó porque no está bajo su responsabilidad directa: ``Hay una visión política y tiene que ver con la prevención del delito. Por eso la coordinación del programa no depende sólo de la SSP o de la Procuraduría, sino de la Secretaría de Gobierno y del Consejo Ciudadano'', explica Rosario Robles.
La coordinación de estas instancias, sin embargo, no parece ser la materia fuerte del gobierno capitalino.
Un botón. Hace unos días, un problema del gobierno federal (la protesta de empleados de Sedesol contra el ISSSTE) se convirtió en un conflicto para el gobierno del DF luego de que, sin avisar a nadie, Debernardi decidiera desalojarlos porque obstruían una calle.
En todo caso, la participación de diversos actores en el nuevo programa parece haber propiciado que varios de los responsables del programa conozcan poco del documento que sirvió de arranque: el diagnóstico del Consejo Ciudadano. Muchas cosas parecen estarse afinando sobre la marcha.
En todo caso, como reconoce Carlos Imaz, coordinador de Participación Ciudadana, ``no inventamos nada nuevo''. Y es que, ciertamente, el programa surgió de experiencias similares en otros países.
Y ya en otras etapas, la policía capitalina ha utilizado estrategias similares como los programas Panal, Alfa o el Operativo Rojo. Aunque en este caso el componente novedoso sería la participación ciudadana.
Escollos
La ruta del actual gobierno en el combate a la delincuencia ha estado llena de escollos.
En su discurso, Cárdenas pasó del rechazo a la intervención de militares en tareas de seguridad pública al nombramiento de un militar retirado, cuyas declaraciones y hechos suman críticas todos los días.
Además, cuatro mandos medios de la Procuraduría y la SSP han renunciado por escándalos relacionados con su pasado profesional.
A la cadena se han sumado, entre otros tropezones, las contradicciones entre funcionarios sobre los índices delictivos, la liberación de El Chucky, el asesinato de una joven mujer por judiciales y las declaraciones desafortunadas de algunos mandos...
La apuesta del gobierno capitalino es que, con ``la fuerza que representa la participación activa de los ciudadanos'', los tropezones terminen. (Alberto Nájar y Arturo Cano).