Cuando parece que el Campeonato Mundial de futbol realizado en Francia ocupa todos los espacios -igual en los medios de comunicación electrónicos e impresos, que en las actividades cotidianas (con efectos sensibles tanto en el ánimo colectivo como en la productividad laboral, en el aprovechamiento escolar, en el tráfico vehicular)-, conviene estar atentos a los otros temas de la agenda, al mapa de los asuntos de interés general cuyos procesos y desenlaces están en marcha y que, no por estar fuera de la vista, detienen su curso.
Existe una agenda pública conformada por los temas considerados más relevantes por los medios que, al decidir darle mayor o menor cobertura, definen el ambiente sociocultural prevaleciente e inclinan la balanza de la opinión pública hacia uno u otro lado.
Tenemos la agenda de la reforma política, acordada por los partidos políticos con la Secretaría de Gobernación, espacio que busca convertirse en el centro privilegiado para la construcción de decisiones que empujen la reinstitucionalización democrática del país, pero que no lo logra por el peso de las propias agendas e intereses particulares de cada actor sentado a la mesa; por las contradicciones entre discursos y acciones; por tensiones y conflictos que resuenan fuera de la mesa y que los interpela a cada paso (elecciones locales, competencias internas por candidaturas, definición de posiciones frente a la coyuntura, renovación de dirigencia, etcétera).
La agenda económica ocupa el principalísimo lugar en la atención del gobierno, de los agentes económicos internacionales y es atravesada por las dos anteriores. Está determinada por variables externas (precios del petróleo, crisis en Asia y Japón, huelga en General Motors) y perturbada por variables internas (Fobaproa, cartera vencida, déficit público). La viabilidad de la política económica depende de cómo se resuelvan los asuntos de la agenda política. Pero la viabilidad de la nación descansa no en el éxito de que se acuerde un paquete económico que resuelva el dilema del rescate bancario, ni en mantener el déficit público previsto con o sin otro recorte presupuestario. El futuro de nuestra nación descansa en que seamos capaces de poner en el lugar más alto de la jerarquía de prioridades, en el centro de las decisiones, la agenda social.
En efecto, existen rezagos y deudas con la mayoría de los mexicanos que se diluyen en la agenda de los partidos políticos, de las organizaciones privadas y sociales, y del gobierno o que, sencillamente, son relegados o pospuestos por lo crítico de la coyuntura (siempre hay coyunturas que permiten justificar distracciones y omisiones necesarias o voluntarias).
Esta semana se inicia el segundo semestre de la segunda mitad del último sexenio del siglo. El calendario es determinante y los plazos se cumplen. La agenda puede ser definida democráticamente y con la corresponsabilidad de los actores sociales y políticos, puede pactarse y responder colectivamente a las preguntas ¿qué México queremos?, ¿qué estamos dispuestos a hacer para lograr construir el México que decidimos querer?
La economía nos dice, ineludiblemente, con qué recursos contamos y cómo se pueden distribuir. La política abre el camino para que sean los espacios institucionales donde se formulen las decisiones y se diriman los conflictos, pero es la voluntad de los actores políticos, de cada uno de ellos, lo único que puede poner en el centro los problemas del desarrollo injusto, inequitativo, casi interrumpido.
La agenda nacional es la agenda social de un México viable, más justo y democrático. Como en casi todos los procesos que involucran a la diversidad como característica predominante, la posibilidad de un nuevo acuerdo social descansa en un elemento básico: voluntad política.
Voluntad política para que los ajustes económicos inminentes, de mediano y largo plazos, la reforma política, la solución del conflicto chiapaneco y el resto de los procesos en marcha, compartan un objetivo común: poner la parte que corresponde para la construcción de una nueva sociedad mexicana, con justicia social y democracia plena, con futuro, que vivirá el nuevo milenio.
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