Uno de los grandes apremios de la ciudad, además de la seguridad pública, es la grave carencia de empleos.
En diversas encuestas y sondeos aparece abrumadoramente, en primer término, la preocupación ciudadana por la inseguridad pública prevaleciente, y el segundo asunto que recibe mayor atención se relaciona con el desempleo, así sea con una amplia diferencia porcentual entre uno y otro.
El problema es grande dado que las estadísticas más recientes ubican ya al Distrito Federal con una tasa abierta de desempleo de 4.4 por ciento, superior a la correspondiente a nivel nacional que es de 3.5 por ciento. Tan sólo las cifras oficiales reconocen que hay casi 200 mil empleados en el DF, aun cuando la realidad excede en mucho este dato.
Y a estos indicadores habría que agregar el déficit anual que se acumula de acuerdo con el crecimiento de la población o de los demandantes de trabajo que egresan anualmente de nuestros centros de enseñanza media y superior.
Las consecuencias son graves e inciden en diversas realidades económicas y sociales.
Entre otras cuestiones están los múltiples casos de personas que delinquen por primera vez, ante la desesperación de resolver urgencias económicas relacionadas con el sustento elemental de su propia familia.
El crecimiento del ambulantaje es otra de las resultantes de quienes sin tener opciones se ubican en la vía pública para vender lo que se pueda. Es cierto que hay que deslindar el caso de estos ciudadanos de verdaderas mafias que explotan a los ambulantes y están ligados al contrabando y al robo de mercancías.
Así también, el subempleo que obliga a miles de ciudadanos con preparación universitaria a trabajar en actividades disímbolas, por debajo de sus expectativas de ingresos y posición social. Ahí están al frente de un taxi, un microbús o atendiendo una taquería. Nada es denigrante, pero no fueron formados para desempeñar esas tareas. Aún más, ellos desplazan a quienes aspiran a realizar ese tipo de trabajo, esto sin contar la ya de por si baja remuneración salarial en diversas ramas o rubros laborales.
Hay pues muchas aristas en esta compleja problemática que se relaciona con la depresión económica, y la obcecación de este gobierno de imponer un modelo que desde sus inicios, en los ochenta, se estimó ajeno a nuestra realidad, por pernicioso e inequitativo. Así han ido desapareciendo pequeñas y medianas empresas, comercios e industrias, con sus consecuentes saldos rojos de personal despedido, y en el mejor de los casos, con una liquidación sólo suficiente para subsistir unos cuantos meses.
Es indispensable y urgente sellar un nuevo pacto entre el gobierno, empresarios e industriales, a fin de establecer un plan base para la recuperación en el mediano plazo en términos de crear riqueza, compartiría equitativamente y disminuir la tasa del desempleo. Pero también deben revisarse otras cuestiones como los estímulos fiscales a la inversión productiva, a la vez que desalentar la de tipo especulativo, o bien impulsar otras acciones como los programas de abasto y comercialización en beneficio del gasto familiar.
Pero la verdadera solución es definir qué país queremos y qué ciudad tenemos que construir en las postrimerías del nuevo siglo. No más pobreza ni mayor marginación e injusticia. Cambiemos a fondo de verdad y que se note ya, dando para empezar trabajo a quien no lo tiene.