La Jornada 1 de julio de 1998

DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro

DIOS ES REDONDO Ť Juan villoro
La batalla de Inglaterra

París, 30 de junio Ť El 4 de julio de 1990, Michael Owen tenía 10 años y tuvo que convencer a sus padres de que lo dejaran desvelarse para ver la prórroga y los penales que dejaron a Inglaterra fuera del Mundial de Italia. Apenas ocho años después, colocó la pelota a once metros del portero argentino y enfiló rumbo al balón.

Su gol no salvó a Inglaterra pero fue un trozo de futuro: Owen es ya una figura del próximo Mundial.

Las series de penales son la ruleta rusa del futbol, un tiroteo donde la suerte y los calambres pueden más que el talento. El gol de oro es un invento noble; nada más justo que el primero en un Mundial beneficiara a Francia, el país que promulgó los Derechos del Hombre. La solución de anoche fue tan impía como la de cualquier fusilamiento. Ninguno de los dos equipos merecía perder y el empate podría habernos entretenido durante una semana.

Los primeros 45 minutos fueron para guardar en la vitrina de un museo. Dos goles por bando y el talento perfectamente repartido. Ortega amagó y burló a todos los ingleses a su alcance y Campbell fue una especie del totem del buen marcaje, Owen abrió la cancha con el balón en los botines para cruzar un tiro imparable y Zanetti controló un pase rasante y disparó al ángulo.

En el segundo tiempo, controlar los nervios era tan difícil como mantener el equilibrio en el pasto resbaloso. En su número de julio, la revista FourFourTwo enlistó cinco razones por las que Inglaterra no podía ganar la Copa. Una de ellas era: ``David Bekham es expulsado''. Fiel a temperamento, Bekham se ganó una tarjeta roja gratuita. Lo único más deprimente que podía pasarles a los súbditos de la cora era tener que oír a las Spice Girls. Pero muy pronto, contaron con un aliado. Como si obedeciera una trama de agentes dobles de Graham Greene, Passarella puso cara de espía y sacó a Batistuta.

Los entrenadores son criaturas misteriosas: toman decisiones raras mientras envejecen de ansiedad en una banca. Hoddle dejó al turbulento Paul Gascoigne en casa y empezó el Mundial con el joven prodigio Michael Owen en la banca. Por su parte, Passarella se peleó con Redondo por asuntos de peluquería y se dio el lujo de prescindir de él. Ayer Batistuta alcanzó a Vieri en el liderato de goleo pero esto no le bastó a su entrenador. Tal vez el pelo le ha crecido con cada uno de sus cinco goles y en el código ultramacho de Passarella esto equivale a una indisciplina.

``El alma está en orsay''

Desde el silbatazo inicial, el partido estaba prestigiado por la leyenda. En 1966, Rattin, capitán de la selección argentina, pidió un intérprete para hablar con el árbitro y fue echado del campo ``por la expresión de su cara''. Este abuso permitió que Inglaterra ganara por un magro 1-0. Veinte años después, en el Estadio Azteca, los capitanes Shilton y Maradona se saludaron en el centro del campo. El arquero inglés apretó la mano derecha del argentino, pero la que había que vigilar era la izquierda. En aquel partido de época, Maradona burló a media docena de ingleses para anotar el mejor gol legítimo de la historia y de un puñetazo remató el mejor gol ilegítimo. El ambiente en Marsella estaba cargado por estas afrentas y por el inevitable recuerdo de la guerra de las Malvinas. ``El que no salte es un inglés'', gritaba la barra brava; los ingleses respondían con cantos imperiales y coplas de pompa y circunstancia. Los aficionados más aguerridos de la Tierra se enfrentaban cara a cara. En las últimas dos décadas han muerto cien personas en los estadios argentinos; el incremento de la violencia llevó a un juez a decretar la suspensión del futbol del 13 al 28 de mayo de este año, algo que en Buenos Aires equivale a prohibir las emociones. En cuanto a los hooligans, hay que decir que la mayoría se encontraba fuera del estadio, tumbada en el Viejo Puerto o en la Rue de la République. La ciudad no impuso la ley sólo seca porque a cualquier lado los hooligans ya llegan convenientemente borrachos.

Inglaterra era la favorita de los numerólogos. A los datos que ya han aparecido en esta columna hay que agregar las siguientes supersticiones: 1966 fue la octava Copa del Mundo y ésta es la octava desde entonces; Alf Ramsey, que entrenó a la selección ganadora, jugó en el mismo equipo que Hoddle, el Totenham Hotspurs, y, al igual que en el año de gloria, Inglaterra es gobernada por los laboristas. Aunque Jagger tarareaba en la tribuna ``el tiempo está de mi lado'' y los penales parecían la mejor salida para un equipo con diez hombres, Inglaterra se deslizó a la tierra de la que no hay retorno, el callejón de barrio donde, como dice el verso argentino, ``el alma está en orsay''.

Con la pasión de la prensa deportiva por mezclar la gastronomía con el marcador, algún encabezado del mundo dirá hoy: Bife de hooligan. El estupendo equipo de Argentina tiene la vida por delante. Conviene recordar a los caídos en la batalla de Inglaterra. Nunca tantos debieron tanto a tan pocos.