Horacio Labastida
Más de Chiapas y otras cosas

No son pocos los problemas que se han venido acumulando en el país a través del último lustro y medio de nuestra turbulenta historia actual. Magnicidios sin solución aceptable para una gran mayoría de los ciudadanos: los asesinatos de Colosio, Ruiz Massieu y el obispo Posadas pesan aún mucho en los sentimientos de las gentes, entre otras cosas porque nada se ha podido investigar sobre los posibles autores intelectuales de los condenables hechos, y esta ignorancia se ha visto acompañada por una dolorosa sospecha: la posibilidad de que el tiempo cubra los crímenes con sus oscuros mantos del olvido. Pero eso no es todo. Hace apenas unos días los deudos y una multitud de personas se congregaron en Aguas Blancas para protestar por las impunidades en que se escudan autoridades muy probablemente implicadas en la repugnante masacre que escenificó en el sangriento vado la pandilla conocida en Guerrero con el nombre de policía motorizada.

Esas atrocidades replicaríanse una y otra vez entre los desdichados pobladores de las regiones indígenas de Chiapas. Acteal es ahora un trágico símbolo del sacrificio de los inocentes, una violación del hombre y sus derechos ejecutada con brutal ferocidad, y un ejemplo bárbaro de cómo autoridades sin escrúpulos se confabulan para agredir a quienes, indefensos, sólo demandan justicia para ellos mismos y para todos los mexicanos víctimas de la miseria material y espiritual. Hay que insistir en una afirmación que no pueden ocultar los muchos discursos oficiales: los problemas centrales de Chiapas son los problemas de toda la República; la insalubridad, el analfabetismo, la marginación y el saqueo que durante siglos han padecido las etnias chiapanecas son exactamente iguales a la insalubridad, el analfabetismo, la marginación y el saqueo que durante más de 180 años ha sufrido también la inmensa mayoría de la población mexicana. Debe quedar muy claro que lo dicho por las comunidades zapatistas en su primer mensaje de enero de 1994, cuando decidieron desnudar las inopias que padece el país, fue desde entonces y es hasta la fecha un mensaje percibido como propio por la generalidad de las familias.

Los problemas son de todo orden. Las amas de casa y quienes laboran cotidianamente para sobrevivir saben que la economía marcha muy mal; la capacidad de compra de los sueldos y salarios se reduce de manera alarmante al mismo tiempo que crecen los precios de las cosas básicas y no básicas; los servicios médicos públicos son a las veces tan riesgosos como las mismas enfermedades, y los hospitales carecen no sólo de atenciones apropiadas sino también de falta de medicamentos y otros elementos para combatir la enfermedad. Al lado de una concentración de la riqueza fabulosa y extraordinaria de una minoría cada vez más restringida, la penuria y los ahogos se infiltran irremediablemente en los hogares de las clases medias y trabajadoras, incluidos comerciantes e industriales que desde un pasado próspero han caído en los círculos menesterosos como efecto de la política neoliberal del gobierno. Y las estrecheces y necesidades que nos agobian crecen aún más con amenazas como la de cargar a los bolsillos particulares los miles de millones de pesos que aumentaron las abundancias de los acaudalados a través de las operaciones subrepticias de Fobaproa, y en este panorama no podría dejar de estar presente la majadería con que el gobierno estadunidense trata al mexicano -Casablanca, advertencia de que no habrá nunca policías extraditados malgre tout, y presiones sobre el caso chiapaneco-, sin que existan reacciones adecuadas por parte de nuestras autoridades.

No, los zapatistas chiapanecos nunca han guardado el silencio de que se les acusa; en su oportunidad dijeron lo que tenían que decir: si no se cumplen los acuerdos de San Andrés, es una evidencia de que el diálogo se consideró roto por parte del gobierno; ¿con qué confianza de acatamiento a la posibilidad de un nuevo convenio irían a otras pláticas que podrían resultar tan negadas como las primeras? La pregunta y la respuesta entran sin duda en las tormentosas incertidumbres que por hoy azotan la conciencia del país. ¿Seremos capaces de lograr que el asalto a la razón emprendido por la estrategia oficial no la aniquile, y por el contrario la fortalezca al grado de hacerla triunfar sobre la sinrazón? Recordemos la grandeza de nuestra historia y recobremos el optimismo en el porvenir al creer firmemente en el talento de la patria.