La Jornada 2 de julio de 1998

Niños, 40% de jornaleros en zonas hortícolas de Sinaloa

Mireya Cuéllar Ť Los niños son parte del paisaje en los campos hortícolas de Sinaloa. Alrededor de 250 mil jornaleros llegan a la región cada ciclo agrícola -de septiembre a abril- para preparar la tierra y, después, cosechar. De ellos, el 40 por ciento son menores de 14 años. El 50 por ciento no cumple aún la mayoría de edad. Hasta 1990, cuando no había Tratado de Libre Comercio, ni denuncias de dumping de los productores de tomate de Florida, los niños de entre 5 y 9 años eran 43 por ciento de la población jornalera.

Son en su mayoría migrantes (90 por ciento) ``enganchados'' mediante un contrato verbal que les hizo un intermediario en sus estados: Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Veracruz, entre otros. Se trasladan en familia y en grupo. Comunidades enteras de las entidades mencionadas, incluyendo a las autoridades, llegan a los campos hortícolas de Sinaloa y generalmente se mantienen unidos y buscan emplearse con un mismo patrón. La familia completa labora, los padres y todos los hijos, porque de esa manera pueden guardar un excedente que les permita regresar a sus rancherías.

En los ciclos agrícolas de 1992 a 1994, la doctora en derecho laboral María Teresa Guerra Ochoa hizo una amplia investigación de las condiciones de vida de los jornaleros --denominada Los Trabajadores de la Horticultura Sinaloense-- y se encontró con que una tercera parte de la población que labora en los campos no está registrada (no tiene acta de nacimiento o manera de identificarse), y una proporción similar --33 por ciento--no sabe leer ni escribir y no tiene ningún nivel de escolaridad. Una parte importante de ellos son de origen mixteco, zapoteco o triqui.

En la temporada de trabajo, los jornaleros residen en las inmediaciones de los campos; la mayoría habita galerones y sobrevive hacinada. Una familia --en promedio de seis miembros-- dispone de un sólo cuarto de tres por cuatro metros, donde debe desarrollar todas sus actividades. No tienen servicios sanitarios ni agua potable, menos drenaje o basureros, y el único utensilio de que disponen es una hornilla para preparar sus alimentos.

En algunos casos los galerones --largas hileras de cuartos techados con lámina galvanizada o de cartón-- cuentan con fosas sépticas o lavaderos, pero la gran parte de los jornaleros defecan al aire libre y usan el agua de los canales de riego para bañarse, lavar su ropa y limpiar los utensilios de cocina.

La mayor producción de hortalizas del estado se realiza en el valle de Culiacán. Ahí, entre 100 mil y 180 mil jornaleros se quedan laborando --distribuidos en 140 campos agrícolas-- en 40 mil hectáreas de riego. Preparan la tierra, plantan, recolectan, deshierban, fumigan y empacan tomate, chile, pepino, berenjena y calabaza, por 35 pesos diarios y una jornada de seis de la mañana a cuatro de la tarde, con un intermedio de media hora para comer un lonche preparado antes de salir al surco.

Estos trabajadores permanecen toda su vida en calidad de eventuales, y cada ciclo su recontratación está sujeta a la voluntad patronal. El carácter de trabajadores eventuales o por obra determinada que tienen toda su vida ``impide que este sector edifique condiciones de vida y trabajo, acumule antigüedad y obtenga mejores derechos en su contratación'', dice la doctora Guerra.

Las reformas de diciembre de 1995 a la Ley del Seguro Social todavía no se aplican en Sinaloa. La ordenanza los reconoce como sujetos del régimen obligatorio; sin embargo, en cada campo agrícola sólo hay un consultorio médico que se limita a la consulta externa. La atención hospitalaria sigue siendo poco accesible para la población jornalera, ya que para recibir este tipo de servicio el trabajador necesita que el patrón o el médico le proporcione un pase que generalmente llega sólo si hay ya una situación crítica.

Los jornaleros son ``dados de alta'' en el IMSS a través de listas que entrega el agricultor, no se les asigna número de afiliación ni acumulan cotizaciones, no tienen expediente médico y mucho menos gozan de los derechos de la seguridad social, como incapacidad por enfermedad, indemnización o pensión por invalidez, o jubilación; asimismo, las mujeres no tienen derecho a la incapacidad por maternidad.

El Consejo Estatal de Población de Sinaloa detectó en 1990 que cuando menos 50 por ciento de los jornaleros agrícolas sufría alguna enfermedad. Además del fecalismo al aire libre y la ausencia de depósitos de basura, el medio en que viven los jornaleros está muy contaminado por el contacto permanente con agroquímicos, inclusive las avionetas con fumigantes pasan encima de los galerones arrojando sus líquidos.

¿Y los sindicatos? Todos los intentos de sindicalización independiente han fracasado. Sólo las centrales oficiales como la CTM pueden organizar a los jornaleros, porque el agricultor sabe que el principal papel que juegan es el de cobrar las cuotas.

``Una gran parte de los jornaleros de Sinaloa nunca conoce a los líderes sindicales ni sabe que están organizados y que tienen contrato de trabajo. A pesar de ello, amparados en un contrato colectivo de protección, firmado entre el Sindicato Nacional de los Trabajadores del Campo de la CTM y los agricultores, semanalmente se les descuentan cuotas que van a parar a los líderes sindicales'', señala Guerra Ochoa en su amplio estudio publicado el mes pasado en una coedición de la Universidad Autónoma de Sinaloa y la Comisión Estatal de Derechos Humanos de la entidad.

A los ocho años comienza la vida laboral de un jornalero.

A los niños se les contrata y paga lo mismo que a sus padres --se les exige que trabajen igual que un adulto--, no sólo porque todos los miembros de una familia necesitan obtener un salario para afrontar los gastos, sino porque son útiles a los agricultores: su estatura facilita el rendimiento, ya que es adecuada para la recolección de hortalizas.

Estos niños inician su vida laboral, en promedio, a los ocho años. Se trasladan con sus padres en busca de trabajo procedentes de Oaxaca y Guerrero, fundamentalmente. De ellos, 44 por ciento son mujeres y 56 por ciento hombres.

Para los jornaleros, el día inicia a las cuatro de la mañana. Toman algún desayuno, son recogidos en los albergues y trasladados a la labor, que inicia a las seis de la mañana. Siempre hay alguien que cuida su trabajo, porque los niños son propensos a distraerse jugando. Regularmente laboran por tarea y a las 12 del día disponen de un receso para tomar sus alimentos; descansan media hora y vuelven al jornal para detenerse hasta las 15 o 16 horas --los horarios fluctúan según el campo agrícola de que se trate.

La mayoría de estos niños regresan a su vivienda a las 17 horas, pretenden estudiar, cenan y se preparan para ir a la escuela.

Como sus padres, reciben un salario promedio de 220 pesos por semana. Cuando no laboran los domingos no se les paga el día; además, trabajan los días festivos. Si por condiciones climatológicas se suspende el trabajo, no reciben salario, incluso, en enero de 1992, tuvieron que regresar a sus comunidades más de 30 mil trabajadores agrícolas, a quienes les fue imposible laborar la temporada completa a causa de las constantes lluvias. Pasaron semanas sin ingresos, se endeudaron en las tiendas de abarrotes de los campos --una especie de tienda de raya-- y tuvieron que regresar sin dinero y con deudas. Los gobiernos federal y estatal, a través de Solidaridad, tuvieron que apoyar a muchas de estas familias, porque los agricultores se negaron a proporcionales el transporte de regreso.

En la temporada otoño-invierno de 1992-1993 y de 1993-1994, la doctora Guerra Ochoa aplicó cuestionarios a mil 500 niños menores de 16 años que trabajan en los campos: 74 por ciento de ellos habla español, 26 por ciento un dialecto (mixteco, zapoteco o triqui), 27 por ciento no está registrado y no tiene ningún documento que lo identifique; y 63 por ciento fue contratado en su lugar de origen.

De los pequeños que trabajan en los campos agrícolas de Sinaloa, 75 por ciento cubre una jornada continua de nueve horas diarias, con descanso intermedio de media hora; 88 por ciento no goza de día de descanso; 99 por ciento no recibe salario cuando se enferma; 31 por ciento no tiene ningún tipo de atención médica; 64 por ciento afirmó que asiste a la escuela; 36 por ciento dijo que no tiene ningún nivel de escolaridad; 62 por ciento sabe leer y escribir, mientras el restante 38 por ciento no lo sabe; esto indica que del porcentaje que dice asistir a la escuela, 2 por ciento no ha aprendido a leer.

Según cifras oficiales, en los campos existe un aula escolar por cada 434 habitantes; un consultorio médico por cada mil 409; un módulo sanitario por cada 543; una letrina por cada 184; una regadera por cada 41 y un lavadero por cada 32 habitantes.