Emilio Pradilla Cobos
Deporte, negocio y violencia

El Campeonato Mundial de Futbol Francia 98 ha puesto nuevamente en evidencia que el capitalismo, ahora en su forma neoliberal y bajo la hegemonía del gran capital, degradan cualquier relación social. El futbol --y casi todos los deportes (existen excepciones)-- es un medio de recreación que sirve a la preservación de la salud, al desarrollo físico y mental, y al ocio de los participantes y espectadores. Como tal, no cabe duda que gobiernos, sociedades y ciudadanos deben fomentarlo, practicarlo y disfrutarlo.

Pero su carácter originario de competencia entre capacidades físicas, técnicas y mentales, ha sido absorbido y alienado por el capital. El deporte y los deportistas fueron transformados en mercancía, a partir de las cuales se montó un complejo sistema empresarial que es fuente de enormes beneficios monetarios privados. Los clubes deportivos se transformaron en empresas mercantiles que mueven cifras de negocios multimillonarias y actúan en función de la ganancia monetaria; los deportistas se profesionalizan, los medios de comunicación los volvieron estrellas-héroes que se cotizan en especies de mercados de cuerpos y ganan salarios millonarios pero son manejados como objetos por las empresas ``propietarias''.

Los medios de comunicación, sobre todo radio y televisión, han montado un gigantesco negocio ``deportivo'' que va desde la propiedad de clubes y la fabricación de estrellas, hasta las espectaculares transmisiones de encuentros deportivos como la Serie Mundial de Beisbol, el Campeonato Mundial de Futbol o los Juegos Olímpicos, donde la información se mezcla con la publicidad de cualquier mercancía imaginable, la creación de necesidades artificiales de consumo, el humor de mal gusto y el mensaje político manejado a conveniencia. La competencia deportiva se vuelve juego de azar, legal o ilegal, donde se apuestan enormes sumas de dinero, se enriquecen los intermediarios y se construyen mafias que llegan hasta lo criminal.

El deporte sirve de medio a la política para confrontar o distender, pero sobre todo para nublar y distraer conciencias y desmovilizar protestas. Hoy, difícilmente encontramos tanta pasión y preocupación por los procesos políticos que definen nuestro futuro (paz en Chiapas, procesos electorales, Fobaproa, crisis económica que viene), como la que hay por los resultados de la selección mexicana de futbol. Parafraseando al emperador romano Nerón, diríamos que se da a los pueblos circo en vez de pan. La pasión desbordada deriva muchas veces hacia la violencia o la cataliza y justifica. Los hooligans ingleses, skinheads alemanes o fanáticos mexicanos que causan disturbios y lesionados en Bordeaux, París, el Angel de la Independencia en el DF, y en otras ciudades mexicanas y del extranjero, son ejemplos que nada tienen que ver con el deporte, pero que son producto (quizás no deseado) de esa maquinaria de comercialización.

La cultura urbana en general, la de nuestra capital, se ha llenado de esos componentes mercantiles, fetichistas, alienantes, que desvirtúan y deforman la relación social y cultural sobre la que se construyen: deporte, música, religión, política, etcétera. Sobre las actividades hechas mitos y los sujetos vueltos dioses, se montan estructuras publicitarias y mercantiles, se crean necesidades de consumo suntuario, se fomentan fanatismos y se abre la puerta a la violencia individual o de masas. La conciencia de lo primordial desaparece bajo el fanatismo, que destruye la esencia del elemento deportivo o cultural sobre el que se construye.

¿Será posible recuperar el deporte como forma de desarrollo físico y mental, sana competencia individual y grupal, y parte del ocio que nos permite mantenernos productivos? ¿Será aún posible liberarlo de las cadenas de la mercantilización a ultranza y que deje de ser factor o pretexto de violencia? Hay que intentarlo, como parte de la reconstrucción de una cultura urbana socialmente progresiva.