Según el reporte del Banco de la Reserva Federal (FED) de Estados Unidos dado a conocer ayer, los recursos depositados hasta la fecha por empresas y particulares mexicanos en instituciones financieras estadunidenses alcanzaron 33 mil 592 millones de dálares, monto 112 por ciento mayor al registrado en diciembre de 1994 y superior en 3 mil 715 millones de dólares a la reserva de divisas del Banco de México.
Ciertamente, el flujo de capitales de una nación a otra es una característica primordial de la globalización: los inversionistas transfieren sus recursos a las economías más fuertes y seguras o a las que ofrecen mayores rendimientos o menores cargas fiscales. Pero en nuestro país, azotado por crisis continuas y carente de un sistema financiero sólido y estable, la salida de divisas hacia el extranjero ha sido interpretada históricamente como un indicador de la desconfianza. Cada vez que la economía nacional atraviesa por coyunturas desfavorables, o entra en crisis agudas como las registradas en 1982, 1987 y 1995, los capitalistas optan por sacar sus recursos del país para colocarlos en plazas más seguras a fin de evadir la volatilidad bursátil, los riesgos devaluatorios y los posibles quebrantos financieros. Con ello, aunque protegen la integridad de sus capitales, colocan a la economía mexicana en una circunstancia difícil, pues reducen la disponibilidad de divisas para compensar el déficit de la balanza de pagos, agudizan las presiones inflacionarias y devaluatorias, inducen alzas en las tasas de interés y merman la inversión productiva indispensable para la generación de empleos y para la recuperación económica.
Con todo, la expatriación de capitales y las consecuencias dañinas que tal acción acarrea no son responsabilidad exclusiva de los empresarios e inversionistas, pues, en buena medida, la aplicación de políticas económicas equivocadas por parte del gobierno federal y la mala administración -y en ocasiones las prácticas de corrupción- en varias instituciones bancarias del país son causas directas del incremento de los niveles de desconfianza y, por ende, de la salida acelerada de recursos nacionales al extranjero. Fraudes como los perpetrados en Banca Unión, Confía y Banpaís y la incertidumbre motivada por el manejo poco transparente de la cartera del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) por parte del gobierno federal son factores significativos que han influido en el deterioro de los niveles de confianza en la estabilidad económica nacional y en el incremento de las transferencias de capitales mexicanos hacia otros países.
Por ello, el retorno de los recursos depositados por mexicanos en bancos extranjeros y la recuperación de la confianza -tanto de los capitalistas como de la sociedad en general- en el gobierno y las instituciones del país sólo serán posibles si las autoridades asumen su responsabilidad por la mala conducción económica que llevó a la crisis de 1995, emprenden una reforma bancaria y fiscal de fondo y actúan, en la fijación de criterios financieros y en la aplicación de políticas económicas, siempre de cara a la nación y en beneficio de las mayorías.