La Jornada 4 de julio de 1998

DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro

Zidanix el Galo

Enviado, París, 3 de julio Ť Toda la Galia está ocupada por los romanos. ¿Toda la Galia? ¡No! Aún hay un campo de insurrectos. Aunque no bebieron poción mágica por respeto al antidopaje, lograron detener al nuevo César. Maldini se quedó en las puertas de Lutecia.

Una vez más asistimos a la ceremonia de los penales y el asunto se resolvió en los últimos dos fusilamientos. Blanc era el quinto tirador francés. Mientras colocaba la pelota en el manchón de cal, un recuerdo se apoderó del estadio: en 1993 Blanc dejó libre a un delantero búlgaro y Francia no asistió al Mundial de Estados Unidos. Después de ese error, dudó en aceptar la invitación del técnico para volver a ponerse la casaca azul. Ayer tuvo una magnífica oportunidad de arruinar de nuevo su conciencia; si fallaba, dejaría el triunfo en los botines de Luigi di Biagio. Blanc necesitaba un exorcismo, un gol, olvidarse del búlgaro al que no había dejado de perseguir. ¿Cómo resolver la situación? Un personaje de Kafka jamás llegaría al balón, un personaje de Conrad fallaría de nuevo, un personaje de Proust usaría seis tomos para narrar su breve lance rumbo al tiempo perdido. Para fortuna de Laurent Blanc, ningún genio de la desventura escribía su destino: pateó la pelota con rústica sencillez, como si las tribulaciones de su vida interior fueran un invento de los compañeros que cerraban los ojos, arrodillados en el centro del campo, o de los periodistas ávidos de encontrar mayúsculas tareas para los héroes. Su gol borró aquel otro instante de maleficio y convirtió a Di Biagio en el invasor más nervioso de la Tierra. ¿Era posible anotar ante ese vendaval de silbidos?

Quien mejor entendía su situación era un hombre lejos de la cancha. Michel Platini anotó el penal más triste de la historia; con ese tanto el Juventus ganó la Copa Europea de Clubes ante el Liverpool, mientras los hooligans mataban a 39 italianos en las tribunas. El hartazgo de Platini ante la violencia implícita en el tiro de muerte fue tan severo que un año después, en 1986, llegó al Mundial de México como un dubitativo cobrador de penales. El organizador de Francia 98 compadecía al italiano, pero deseaba que fallara. Cuando el tiro de Di Biagio pegó en el larguero y se desvió rumbo al carajo, todos los ojos se dirigieron al palco donde Platini hacía la V de la victoria.

Un estilista áspero

Ante Dinamarca y Paraguay, Zidane estuvo condenado a morderse las uñas en la banca. La suspensión terminó ayer y vimos a un jugador que sólo se define por contradicciones: un velocista lento, un recuperador que ataca, un exquisito silvestre. Su mayor virtud es la de armar jugadas con pelotas perdidas. Nunca resulta tan peligroso como cuando cae al suelo o recibe un pase en la nariz. El envío más desarreglado encuentra en su cuerpo un acomodo. Entonces levanta la vista: los balones que rescata con sacrificio de obra negra, regresan a sus compañeros envueltos para regalo. Algo debieron suponer sus padres en el registro civil porque en el nombre de Zinadine Zidane ya se advierten las jugadas de pared.

Platini, cuyo ídolo definitivo es Johan Cruyff, se opone al pragmatismo en boga: ``El jugador más querido por los profesores del futbol es el que recupera balones no el que expresa su personalidad, irresponsable y feliz''. Curiosamente, Zidane es una mezcla de las dos cosas; empieza los lances como minero y los culmina como orfebre.

Aunque la mente del entrenador Cesare Maldini es una de las zonas más previsibles de Occidente, resulta difícil descifrar su estrategia de ayer. Durante 20 minutos el área de Francia fue un lote baldío al que sólo le faltaba el letrero de Century 21. Sería equívoco decir que Italia buscaba el empate; en rigor, buscaba el contragolpe, pero Alessandro Del Piero, encargado de lanzar los pases, arrastraba el balón como si quisiera conocer personalmente a todos los defensas. Lo único que salvó a Italia fue que los franceses tenían demasiados parientes en las tribunas y les mandaban el balón en vez de buscar las redes.

Contra Chile, Roberto Baggio dio un gran partido. Pero Maldini tiene ideas fijas y una de ellas se apellida Del Piero. Recuperado de la lesión que le impidió iniciar el Mundial, el jugador del Juventus entró a la cancha e hizo poca cosa. Maldini se negó a cambiarlo de inmediato ``para no bajar su autoestima''. Francia 98 fue una indiscutible terapia para Del Piero pero no para sus espectadores. La decisión de alternar a dos astros en vez de usarlos juntos recuerda al absurdo de México 70, cuando Rivera y Mazzola se repartían los tiempos.

Italia jugó como un Paraguay reforzado hasta que Baggio entró al campo y estuvo a punto de anotar un gol maestro. Pero las incertidumbres de Italia y su gusto por el 0-0 ya pertenecen al pasado. El Estadio de Saint-Denis es una aldea recuperada por los galos