Guillermo Almeyra
Opio y algo más

¿Es el futbol el ``opio del pueblo''? Sí, por supuesto y también no. Recordemos que Héctor y Aquiles se enfrentaban en la Iliada mientras sus respectivos hinchas les alentaban. O que desde el Ramayana hasta la historia romana con sus Horacios y Curiacios y la historia medieval europea con su Desafío de Barletta y los torneos de Bayardo los pueblos han necesitado héroes que los representasen en tenzones singulares y en pruebas marciales para evitar batallas y guerras más cruentas y llevar así a cabo un rito sacrificial que propiciaba el juicio de Dios.

Desde la más remota antigüedad, como en la tauromaquia cretense, en todo sacrificio y rito religioso hay también un elemento lúdico, en el cual la representación de un pueblo o de un clan se integra, como fuerza natural, en un desafío con la misma naturaleza. Eso eran también las Olimpiadas griegas, que obte- nían el favor de los dioses para quienes los propiciaban con el esfuerzo de los representantes mejor dotados de cada ciudad, cuya existencia misma expresaba la salud social de sus representados y era de buen augurio. Las competencias deportivas, por consiguiente, no son sólo un instrumento del capital que enajena, aliena a los pueblos y les hacen vivir victorias virtuales, si la suerte les es favorable con el cuero de cerdo inflado. Son algo más que un instrumento para pro- ducir momentáneamente un sentimiento tribal, de unidad nacional por encima de las clases. Por supuesto que hay una utilización perversa, a la vez política y mercantil, de todas las diversiones y, en primer lugar del deporte. Además, muy poco patriotismo hay en atletas que esperan entrar en el mercado grande y jugar fuera de su país, allí donde les pagan más, y que visten la camiseta nacional en parte para tener una vidriera iluminada donde exponerse mejor en ese comercio de carne humana que es la compraventa de jugadores. En ese sentido, puede decirse que el balón es el opio del pueblo, ya que la pasión futbolera, por ejemplo, en Argentina, ofusca las angustias de la desocupación, la corrupción, los asesinatos y lleva a algunos a creer que la infamia de la guerra por las islas Malvinas (la de los militares argentinos y la de los ingleses y estadunidenses) puede ser borrada sin más en una cancha de futbol con algunos penales.

Pero creo que habría que evitar ser demasiado cuadrados cuando se trata de la redonda pelota. Al fin y al cabo el hombre no es sólo economicus sino también, y afortunadamente, ludens y ridens y es fundamental preservar lo que queda de la infancia, tanto de la propia y como de la de nuestra civilización, la cual está construida sobre símbolos y ritos. Claro que no es deporte el que nadie practica porque no puede y que consiste en que millones de mirones jueguen y corran por interpósitas personas, pero en él, sin embargo, se depositan ansias, anhelos, voluntades, esperanzas colectivas, como lo indican las banderas argentinas que florecieron en Irlanda cuando perdieron los ingleses y que sin duda todos compraron o hicieron por anticipado para saborear lo que sentían como un eventual golpe moral al enemigo. En un mundo donde la inmensa mayoría de la humanidad sufre continuas derrotas coti- dianas la victoria ficticia en un campo de juego tiene sabor a reivindicación y cumple el mismo papel de válvula de escape social que tenían las saturnales o que tiene el carnaval. Salva los hígados y así, sin duda, desahoga presiones sociales y ayuda a los dominantes pero también da sanidad mental, cohesión y moral a los dominados. La ocasión de los festejos da oportunidad para sacarse de encima todas las broncas sociales y su violencia es un exutorio para tratar de evitar la violencia generalizada pero también salen a la calle y se cuentan y ven los ignorados de siempre.

En la Roma imperial los únicos movimientos de masas (y hasta se podría decir que sociales) aparecían cuando la cuadriga de los Azules (el partido de los nobles) vencía al de los Verdes (el de los proletarios) y el circo se transformaba entonces en pretexto. La gente, en efecto, es compleja y anida en su cabeza el pasado y el futuro, el niño y el adulto, las esperanzas irracionales y los proyectos sopesados y madurados. Como los zapa- tistas de Morelos hay quien puede decidir jugarse la vida por la justicia al mismo tiempo que cree que la Virgen de Guadalupe le asegurará protección (creencia que, por lógica, la debería llevar a la pasividad). No sólo de política vive el hombre, decía un eminente político...

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