El reto de llevar a la pantalla la novela La señora Dalloway, de Virginia Woolf, parecía tan azaroso y destinado al fracaso como aquella versión fílmica del Ulises, de James Joyce, realizada por Joseph Strik, en 1967, o los intentos por filmar En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que concluyeron en Un amor de Swann (1984), cinta insustancial y poco convincente de Volker Schlndorff.
¿Mediante qué recursos puede el cine transmitir eficazmente el procedimiento literario del flujo de conciencia, los monólogos interiores, la agudeza en la percepción que el personaje tiene de su vida íntima, de su propia biografía sentimental, y de la mirada ajena? La fuerza de un director como John Huston, combinada con la presencia extraordinaria de la actriz Anjelica Huston, hizo posible el extraño lirismo de Los muertos (1987), adaptación de una historia de Dublinenses, de Joyce; la audacia narrativa y el barroquismo visual de Sally Potter ofrecieron una buena recreación del Orlando (1993), de Virginia Woolf, con una actriz enigmática, Tilda Swinton.
Los intentos por trasladar el universo literario de estos autores a un cine de corte realista, a la reproducción fiel y meticulosa de las atmósferas de la época, han sido casi siempre insatisfactorios. A pesar de ello, en los años noventa se multiplican las adaptaciones literarias, con dos autores, Jane Austen y Henry James, como máximos iconos culturales de Hollywood. Una década antes, el autor favorito había sido el inglés E. M. Forster, adaptado por James Ivory.
Por iniciativa de la actriz Vanessa Redgrave, la directora holandesa Marleen Gorris (Memorias de Antonia, 1995) acepta dirigir la adaptación que la escritora de teatro y actriz Eileen Atkins hace de la novela La señora Dalloway (1925). Por largo tiempo, Atkins ha trabajado con la obra de la escritora de Bloomsbury; primero interpretó a la propia autora en un monólogo, y luego escribió la obra de teatro Vita y Virginia, basada en la relación de Woolf con su amante Vita Sackville-West; en la que compartió estelares con Vanessa Redgrave.
En La señora Dalloway, la acción transcurre en Londres, en 1923. Clarissa Dalloway (Vanessa Redgrave), esposa de un alto funcionario, prepara una fiesta donde deberá congregarse lo más selecto de la sociedad londinense. Durante ese día, recuerda sucesos de su juventud, 33 años antes: su dilema para elegir entre dos pretendientes, el apasionado Peter Walsh y el muy flemático Richard Dalloway, y su decisión final por aquél que le permite tener ``mayor espacio para respirar'', y su pasión por la joven Sally Seton, una relación lésbica menos ambigua en la novela de lo que finalmente aparece en la pantalla. La directora feminista Marleen Gorris, tan directa e impugnadora en Memorias de Antonia, prefiere aquí matizar el tema ``escabroso'' y presentar, en cambio, referencias visuales muy reiterativas al trauma de guerra de un personaje secundario, Septimus Warren, quien vio morir a su mejor amigo en las trincheras. De hecho, la película inicia con una escena bélica, pero la vinculación de este episodio con el universo mental de Clarissa Dalloway, protagonista y narradora del film, nunca queda suficientemente clara.
La directora Marleen Gorris maneja aspectos importantes de la novela, las repercusiones de la guerra, concluida apenas cinco años antes de la época en que se sitúa la trama, el arribismo social y las conductas snobs en el círculo social de la señora Dalloway. Sin embargo, las imágenes son burdas, maniqueas, y pesado el abuso de efectos en la fotografía de Sue Gibson. En la fiesta, los rumores y maledicencias de la élite, las presenta Gorris en una rápida sucesión de rostros grotescos y grandes acercamientos a los labios de los personajes; de igual manera, el trauma bélico de Septimus es alucinación recurrente, presentada sin creatividad visual. La directora no acierta a encontrar una vigorosa narración fílmica que haga justicia a la originalidad del texto, o que al menos la sugiera. Los flash-backs, rutinarios y sin fuerza expresiva, contribuyen a la monotonía en el ritmo de la cinta. Al público le quedarán tal vez dos gratificaciones: el interés por descubrir la novela de Virginia Woolf, y el disfrute de la estupenda actuación de Vanessa Redgrave.
A la realización de Marleen Gorris se le podría aplicar el reparo que una dama snob hace al hablar en la fiesta de la señora Dalloway: ``Debería tener menos encanto y más carácter''. En el caso de Clarissa, el reproche es por supuesto injusto. Vanessa Redgrave construye un personaje fascinante y con carácter, en el que se percibe la fuerza de su elección personal, su tranquila independencia moral, su ``habitación propia''. También la discreta melancolía con la que mira su pasado para imaginar la otra existencia que pudo haber llevado, y que ahora es su enigma más seductor y sugerente.
La señora Dalloway se exhibe en la Cineteca Nacional.