Hoy en Cancún domina el ciclón. Tiemblan las palmeras empujadas por un viento fuerte. El horizonte se desdibuja en el encuentro del mar y las nubes. La borrasca domina el espacio y el tiempo. Los turistas, estadunidenses en su mayoría, entretienen su ocio en las cafeterías del conjunto. Languidecen los deportes al aire libre. Nada te impide meterte a la alberca salvo la imposibilidad de la toalla seca o el reconfortante abrazo del sol caribeño. Extrañas tu biblioteca, la computadora, el grato oficio de escribir en el hábitat natural para hacerlo. Aquí regresas al origen, a las cuartillas y a la pluma, a los arrepentimientos con tacha en lugar de la orden insuperable: delete. Extrañas el montaje diferente de las frases que suben y bajan a tu capricho; la corrección en la pantalla, la impresión inmediata. Y si vas un poco más lejos, el disquete, la nueva paloma mensajera.
Entre tanto, la televisión de constante presencia te muestra las imágenes de la violencia que igual acompaña a los triunfos, mediados de empates, que a la derrota mínima, no por esperada menos dolorosa.
A mí esa violencia me produce el efecto de una figura del derecho penal que siempre me ha llamado la atención: exceso en la legítima defensa. Se produce, por poner un ejemplo elemental, cuando el agredido con una cachetada devuelve el mensaje con una cuchillada mortal de necesidad. Es un poco lo que pasa con esos festejos de nuestros entusiastas seguidores de la selección de futbol, que celebran como si hubiéramos alcanzado el bienestar económico para siempre y que aprovechan la oportunidad: impunidad de las multitudes, para herir, tal vez matar, destruir, pillar y generar la más dramática confusión que se disfraza de fiesta o de desquite. Lo que no corresponde en absoluto al pretexto que genera las multitudes.
¿Qué hay detrás de esos excesos?
Me parece que es una muy preocupante sintomatología de que estamos cada vez más cerca de la explosión social. Los muchos años de desempleo, economía informal rebelde, corrupción infinita, modelos defraudadores multimillonarios que quedan sin sanción, desconocimiento real de la democracia, sindicalismo corporativo, autoridades que juzgan y resuelven no en función de las reglas sino de los intereses, represiones, asesinatos sociales, dependencia vergonzante del exterior que el gobierno no acepta que reduce a polvo nuestra soberanía y rechazo violento a la simple solidaridad que viene de fuera, son los motivos evidentes de esa violencia que apenas se apunta.
Estamos realmente nadando bajo la lluvia. Sin sol que nos reconforte ni esperanza en la toalla seca y secadora. Y es lluvia que inunda y desborda y destruye; que se alimenta de cifras macroeconómicas optimistas, pero de recortes presupuestales y amenazas de mayor desempleo; de apoyos a los ricos en perjuicio de los pobres; la conversión en deuda pública de las consolidaciones bancarias; de violaciones políticas a la Constitución en la permanencia de gobernadores, y de muchas cosas más.
¿Habrá llegado el momento de pensar y actuar en favor de las mayorías? Si no lo hacemos, y enseguida, las mayorías lo reclamarán como ya empiezan a hacerlo.
El ciclón ya se está transformando en huracán.