Es el nombre de un lindo pueblito michoacano y de un hermoso templo en el Centro Histórico de la Ciudad de México: del primero conocemos su historia por Pueblo en vilo, un libro maravilloso de don Luis González y González, que dio a la luz la microhistoria en nuestro país.
Del segundo nos enteramos por don Antonio García Cubas, el magnífico cronista decimonónico, y a detalle por Josefina Muriel, que ha dedicado una vida a sacar a la luz la historia de los hospitales y conventos de monjas de la Nueva España, con una notable minuciosidad.
Así, sabemos que la iglesia que aún podemos admirar en la calle de Mesones 139, tuvo como origen un recogimiento de mujeres fundado en el siglo XVI. Dedicado a Santa Mónica, albergaba viudas y abandonadas, para alejarlas de los peligros de la vida mundana.
En estado de decaimiento en el siglo XVII se decidió establecer allí mismo un convento, asegurándoles a las recogidas que continuarían teniendo cobijo, don Fernando de Villegas, rector de la Real y Pontificia Universidad, se ofreció raudo y veloz a fundarlo y sostenerlo, a condicion de que lo manejaran sus ocho hijas y su suegra, monjas todas ellas, de diferentes instituciones religiosas, que habrían de dedicarse a la enseñanza de niñas.
Para dar cabida a las nuevas religiosas con sus sirvientas, don Fernando adquirió unas casas aledañas y construyó una capilla para que monjas y recogidas escucharan la misma. Al paso del tiempo ingresaron más novicias y las casas resultaron insuficientes, por lo que un buen día --malo para las recogidas-- las monjas abrieron un boquete en el muro que separaba ambas casas, pasando por él a sirvientas y niñas, para que arrojaran a las viudas y abandonadas, apropiándose de las instalaciones.
Así continuó creciendo el convento hasta la muerte del fundador, cuyo heredero se negó a seguir sosteniéndolo, con lo que comenzó a deteriorarse, al grado que la capilla ya no se pudo utilizar. Sin desanimarse, las religiosas buscaron otro benefactor, logrando que don Juan Navarro de Pastrana les reedificara convento e iglesia, dejándoles además rico legado para que continuaran en la bonanzas tras su fallecimiento, cosa que, en efecto, sucedió, pues cuando abandonaron el convento por las Leyes de Exclaustración, poseían 52 casas que les proporcionaban jugosas rentas.
Al paso de los años las instalaciones conventuales fueron destruidas y la iglesia se salvó, gracias a que le fue cedida a la Iglesia Episcopal Mexicana, la que la despojó de sus riquezas interiores, pero respetó la elegante fachada en la que sobresalen las portadas gemelas, características de los templos de monjas. Ambas muestran columnas parcadas y almohadillas en el primer cuerpo; el segundo está decorado con un frontón roto que enmarca una gran ventana, todo labrado en fina cantera.
Este sobrio templo está en el barrio de La Merced, pleno de colores, olores y sabores, entre otros, los que ofrecen sus restaurantes libaneses como Al Andalús, en la misma calle de Mesones, en el 171, que en sus lindas casitas pareadas del siglo XVII, muy bien restauradas, deleita con sus platillos perfumados de finas especias como el kepe, el chanclis --ese queso que traían los inmigrantes para sobrevivir el viaje-- y las exquisitas hojas de parra rellenas. Como broche: el espeso café de Medio Oriente y los pastelillos árabes inigualables!