Masiosare, domingo 5 de julio de 1998


Angeles


en la frontera


Ricardo Hernández S.


Un viaje por la línea de sombras del reino de Maquilotitlán, Con las obreras que comienzan a organizarse tras largos años de silencio. Allá, en la línea de la maquila, donde cualquiera mayor de 35 desentona y donde las mujeres son como ángeles que quieren influir en Washington.

Cuando veo a Julia Quiñones recuerdo al cineasta Wim Wenders, el de los ángeles que bajan del cielo para confundirse entre los humanos; los ángeles originales, no las segundas versiones vulgarizadas de City of Angels. Hace poco cruzamos en mueble la frontera Reynosa-McAllen, sin que los agentes de inmigración gringos le preguntaran nada a ella o le pidieran sus papeles. ``Es que es un ángel'', dijo un sexagenario compañero que venía con nosotros. Lo dijo en serio. Y yo le creí porque estando con el Comité Fronterizo de Obreras, o CFO, las metáforas gastadas adquieren un sentido real, y hasta lo cursi se vuelve inexplicablemente convincente.

Esperanza, una obrera de General Electric en Ciudad Acuña, Coahuila, dijo sin sobreactuarse que el festejo por la apertura de la oficina del CFO en Piedras Negras, el 3 de abril de 1998, fue como un manantial que brotó. Luego de 17 años de trabajo de base entre cientos y aun miles de obreras en cinco ciudades fronterizas, el CFO por fin salía a la luz pública con su primera oficina, con todo y computadora y su [email protected].

Zapatistas de la maquiladora

Esteban sale de la fábrica Rassini y se dirige a la oficina del CFO para checar el correo electrónico. De la línea de producción en la maquiladora a la supercarretera de la información. Y entonces uno asocia a los obreros con los zapatistas del otro extremo de México. No sólo porque entran al www, sino porque tanto estos trabajadores como aquellos indígenas basan su fuerza en la moral, más que en la política. El leitmotiv de las integrantes del CFO es permanecer fieles a lo que digan las obreras. Luego entonces no hay demagogia y la oratoria es escasa. Ellas tampoco buscan el poder político ni tienen mucho interés en las elecciones. Y son de una nobleza e inclusividad que imponen respeto. Por algo en Carrizo Manufacturing la misma base obrera comenzó a llamar a su compañeros de trabajo, miembros del CFO, ``los zapatistas''.

Una de ellos es Paty Leyva, que comenzó a trabajar en las maquiladoras a los 14 años. Ahora tiene 27, tres hijos y maneras finas; me la puedo imaginar coordinando con buen juicio y sensibilidad algún programa de oenegé en la ciudad de México.

Paty es con Armando; Norma con Esteban; Muñeca con Rey; Julia con Oscar. Cuatro parejas jóvenes, como cientos de miles en las ciudades fronterizas donde no abundan esas tías y abuelas que sobran en el interior del país. No hallo parejas ni mucha gente que rebase los 30 o 35 años. Las personas mayores nos vemos mal, como que desentonamos, por lo menos en Piedras Negras y Acuña.

Y no hay mucho para dónde hacerse. Si uno ya no puede ser obrero, entonces tiene que escoger alguna de las minorías ocupacionales: vendedor de hamburguesas, pequeño narco, amo de casa o tal vez hasta sacaborrachos.

Y Maritoña es con su hijo; Isabel con sus dos; Mericia con tres, Esperanza con cuatro. Madres solteras y jóvenes que lo mismo saben de ergonomía que de la Ley Federal del Trabajo. También saben que John F. Smith, el ejecutivo en jefe de General Motors, tuvo en 1996 un ingreso equivalente a los salarios de 3 mil 128 y media Maritoñas.

Las alas de muchos deseos

Trato de descifrar si esa juventud es el factor clave que permite a los del CFO sonreír con frescura, incluso al salir de sus jornadas de 10 horas con apenas dos descansitos. Cómo sonríe Paty al navegar en la oficina del CFO y mirar en la computadora, como la vio en vivo por la mañana, la entrada anaranjada de Carrizo y la propaganda ciberespacial del Parque Industrial de Piedras Negras, que dice en inglés estar esperando ``unas cuantas buenas compañías que estén buscando una fuerza laboral numerosa, de bajo costo y diestra''.

Estoy seguro de que por lo menos a Esperanza le gustaría que yo dijera que las CFO llevan puestas otras alas del deseo... pero de justicia. Lo malo es que, de seguir así, merecería ser arrojado como tóxico de maquiladora al infierno de la sensiblería. En cambio, no debería hacerme el qué tierno y hablar de la otra realidad: de su falta de malicia política; de su anterior -y etérea como los ángeles- condición de quasi virginidad, que mantuvo a la organización en el silencio por años y años (no clandestina, sino anónima; o discreta y de perfil bajo, como afirmaban con pudor algunas gentes que apoyaban al CFO); de que al comité le pasaron por alto 15 años de movimientos sociales en México, debido a la dependencia que tenía respecto de un grupo del lado texano.

Eddie Vedder a dúo con Julia

No es una similitud gratuita: ni al subcomandante Marcos ni a Julia Quiñones les gusta que se les identifique como líderes. Aunque ambos tienen algo que ver en decisiones importantes, tratan más de ser servidores e intérpretes de lo que viene de las bases. Julia debe ser 10 años menor que Marcos, no tan sofisticada como él y gracias a Dios no fuma, pero ha cultivado una muy genuina modestia y un empeño al parecer inquebrantable que la colocan en el ámbito de los individuos que hacen la diferencia. Y por eso salió en un artículo de la revista de la aerolínea Continental. Julia cruzando los cielos desde la foto, en su casa hablando por teléfono, con su sonrisota y sus gemelos y su niña atrás, antes de que naciera su cuarto hijo.

Me choca hablar de las personas como personajes, pero como estamos en la oficina del CFO que se encuentra a 30 metros del río Grande/río Bravo, y por lo tanto hay cosas que funcionan a la gringa, me doy la licencia de pensar en un artículo que comience con: ``Cuando veo a Julia Quiñones recuerdo a Wim Wenders...'' y mamucadas así, como otros podrían relatar: ``Caminé toda una noche en la selva hasta encontrarme de madrugada con Marcos...'', en lugar de escribir de los obreros o los indígenas, de sus salarios de hambre o su hambre sin salario. Del desastre urbano y ambiental que es Ciudad Acuña o de las obreras que venden su sangre en Eagle Pass, Texas, para completar su gasto. De Maritoña que está pensando cómo juntar mil dólares para poder comprar la dentadura que su hijo de 10 años necesita con urgencia porque raro es el día en que no sangra de la boca al comer. Y de que se va a endeudar feo con los mil dólares porque sólo gana 37 a la semana. O simplemente de la misma Julia, cuando suda al tomar vuelo en su vieja camioneta para poder subir las lomas de las colonias populares de Acuña, donde su infinita paciencia la lleva seguido a explicar a las obreras cuáles son sus derechos laborales.

Y por eso es contradictorio que algunos andemos publicando que Julia Quiñones ha representado a las obreras de las maquiladoras en la cumbre social de Copenhague, en Pekín, en México y en ya no recuerda cuántas ciudades de Estados Unidos; que ella misma fue obrera de una maquiladora de Johnson&Johnson cuando quinceañera y hasta los 20; que estudió por las noches trabajo social, y que nació en Torreón, de donde la sacaron sus padres a los ocho años rumbo al norte. Pero esa propaganda es a propósito: es para mostrar que en Julia se revela lo grande de la dignidad y del valor de miles y miles de obreras.

Y no estoy tratando de hacer la diferencia, dice Eddie Vedder, claro que después de haberla hecho. Pero le creo a Pearl Jam luego de escuchar a Julia Quiñones insistir con mirada firme: ``Es que no soy yo, son las obreras quienes están diciendo''. Y Vedder mientras tanto: ``Oh, busquemos un ángel...''

Un montacarguista en la oficina del whip

En abril de 1998, cuatro fronterizas viajan a Washington para hacer cabildeo dos días. Paty Leyva y Julia van de Piedras Negras. Esther, de General Motors, llega desde Reynosa. Las tres son del CFO. La cuarta es Bety, de Factor X, de Tijuana. Julia dice en una reunión pública organizada por la Oficina de Washington para América Latina (WOLA) y por el Grupo de Trabajo para América Latina (LAWG): ``Queremos influir en Washington''.

Luego, para que en las cabezas de los que escuchan queden grabadas las muy cabronas historias que Paty y Esther han contado sobre lo que a diario ven dentro de las maquiladoras, añade: ``Pero no hemos venido a causar lástima, sino a decir que vemos que es muy importante ligarnos con ustedes, y que juntos podemos hacer cambios positivos''.

El Capitolio: oficina de David Bonior, tercer hombre en importancia del Partido Demócrata en el Congreso de Estados Unidos (el minority whip). Las cuatro mexicanas se sientan frente a nueve congresistas y doce asistentes. Bonior convocó a la reunión escribiendo que ellos tenían el honor de tenerlas allí.

Todas hablan, pero Paty Leyva muestra algunos ``implementos de seguridad'' que las maquiladoras proporcionan: un simple tapabocas dizque para evitar la pelusa que también se mete en ojos, narices y oídos en las fábricas donde se cose ropa; un visor de plástico para alberca dizque para protegerse del terregal de barro de la maquiladora ladrillera Labasa; unos tapones de plástico para los oídos dizque para resistir el ensordecedor ruido de las máquinas en el departamento de remaches de Carrizo, y un par de guantes de montacarguista dizque para cargar autopartes de chasis recién fundidas. Todo dizque.

Y los congresistas palpan los guantes originalmente amarillos y ahora manchados de grasa, hediondos, tiesos y parchados con mezclilla, pero aún así medio destazados. Parecían unas manos. Como si uno de los montacarguistas de Rassini estuviera allí, saludando de mano a los congresistas.

Y Paty seguía, porque faltaba enseñar una soldadura utilizada en la maquiladora Lirifius (español correcto para Littelfuse), y cuya etiqueta señala que está prohibida en California porque produce cáncer; la fotografía de una obrera que resultó afectada por esa misma soldadura, y que al caer enferma la compañía la despidió. Y finalmente, las tijeritas de una oreja que Paty usa cuando cose unos Dockers como los que yo me compro en Strawbridges de Center City Filadelfia.

Cantando Jefe de jefes

Como se trata de andar en bola, juntos como es su vida en la fábrica y fuera de ella, ocho de nosotros nos lanzamos a dar un aventón de Piedras Negras a Acuña a las 11 de la noche. Julia maneja la Ford Expedition 98 rentada por unas amigas del otro lado; una Van negra de vidrios polarizados, como la ropa que muchos CFO acordaron usar el día de la inauguración de su oficina. Dizque los Hombres de negro.

Ni modo de no treparse y en la obscuridad de la carretera echar las luces altas que Esperanza fabrica, mientras nos ventila un aire acondicionado como los que a esa hora está ensamblando Esther en Reynosa. Y ni modo de no subirle al radio, dijo Julia, porque es obvio que suena mejor que su grabadora. Por qué creen que Maritoña ya comenzó a cantar Jefe de jefes, de Los Tigres del Norte, y se le van a unir Esperanza y Julia para en ese momento transformarse en Candelaria, Rosa Lupe y Marina la Malintzin de las maquiladoras, quienes regresan al futuro desde el tercer párrafo de la página 147 de La frontera de cristal, de Carlos Fuentes, canturreando: o navego debajo del agua/Y también sé volar a la altura... b

Nota: Una versión en inglés de este artículo aparecerá en la publicación The Maquiladora Reader que el Comité de Servicio de los Amigos (AFSC) pondrá en circulación en agosto de 1998.